Para salir de la crisis

Iglesia
Foto: AFP


Como tantos católicos, he experimentado enojo, decepción, sorpresa, dudas y una profunda pena ante la crisis de los abusos que ha vivido la Iglesia Católica. ¡Qué contraste el que se presenta entre esas páginas del Evangelio, donde Jesús acoge a los niños, y la actitud delictual de quienes han abusado de la credulidad de nuestros hermanos más pequeños!

Me ha venido el recuerdo del Cardenal Silva Henríquez, con quien tuve el privilegio de trabajar. Aprendí que el prestigio del que gozaba entonces la Iglesia no era una casualidad, sino el fruto de un duro trabajo, de quitarle horas al sueño y de transformar la vida entera en un servicio a los demás. Nunca entendí por qué no le dieron el Premio Nobel de la Paz, por su valiente defensa de los derechos humanos. En todo caso, el Cardenal y otros como él no necesitaban premios internacionales para ganarse el cariño de los chilenos. Qué distinta es la situación actual.

En situaciones dolorosas como ésta, uno busca compañía, alguien con quien compartir penas y que, en un diálogo sincero -que no tema remover heridas profundas- nos ayude a entender qué errores se cometieron y qué debemos hacer nosotros, los hombres y mujeres de a pie, para ayudar a nuestra Iglesia a salir de esta crisis.

En estos meses he conversado con muchas personas, pero en las últimas semanas he tenido la fortuna de contar con la compañía de un libro. Su título es ya muy expresivo: Católicos y perplejos. La Iglesia chilena en su hora más oscura (Ediciones UC). Se trata de un intercambio epistolar, donde Josefina Araos, Claudio Alvarado y Joaquín García-Huidobro reflexionan sobre la crisis de los abusos, sus causas, y dan unas respuestas que, aunque no pretenden ser definitivas, resultan reconfortantes. Nos ayudan a salir de la desilusión y perplejidad que produce esta sucesión de episodios, que parecen no querer terminar. No nos quitan la pena, imposible, pero nos transmiten esperanza.

Una de las cosas que indignan en el caso de muchos abusadores era su actitud inquisitiva. Porque delincuentes ha habido siempre, pero que hayan mantenido durante años una actitud reprochadora, que se hayan transformado en censores permanentes de las vidas ajenas, constituye una novedad, porque los delincuentes comunes y corrientes suelen ser más cautos.

¿Qué pasó aquí? Se perdió de vista lo central, Jesucristo. Cuando eso falla, aparece la indiferencia, el hedonismo y lo que Francisco llama "la sociedad del descarte".

Una de las lecciones que hemos sacado es la necesidad de un mayor protagonismo de los laicos. Sus manifestaciones son muy variadas, pero hay una que parece pequeña y tiene gran importancia: acompañar a esa multitud de sacerdotes que han cumplido con su deber y que hoy se ven despreciados por la sociedad. Se merecen un café, una invitación a cenar y que los escuchemos. Porque ellos también son víctimas.

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