Socialdemocracia, terreno en disputa

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Presidentes de partidos de la ex-Nueva Mayoría, en reunión el pasado 14 de enero.


De un tiempo a esta parte, la socialdemocracia se ha transformado en un objeto de análisis y también de disputa. De análisis, porque sabido es que a los grandes éxitos cosechados por gobiernos socialdemócratas a fines del siglo XX y principios del XXI, especialmente en Europa, le han seguido derrotas electorales de proporciones en manos, en varios casos, de alternativas de ultraderecha. Si buscamos el origen de este ocaso, probablemente debiéramos remontarnos a la falta de lectura de estos sectores para entender la profundidad de la crisis económica internacional del año 2008, que asoló a varios países y que, paradójicamente, aunque fue producto de la desregulación del mundo financiero y obligó a los estados a ir al rescate, provocó una crisis en varios estados de bienestar fundados en los valores de la socialdemocracia. De ahí en más sobrevinieron cambios sociales y culturales relevantes, la acumulación de los miedos y la falta de interpretación para hacer frente a nuevos fenómenos donde la ultraderecha y los populismos se comenzaron a instalar, con matices, en distintas latitudes.

Frente a esta realidad, la socialdemocracia también se ha transformado en un terreno en disputa. Eso es lo que hemos visto, por ejemplo, en España entre el PSOE y Podemos, y el debate en Chile entre lo que queda de la ex Nueva Mayoría, otrora Concertación, y el Frente Amplio. La discusión principal está radicada en la manera en que se interpreta el pasado. De hecho, hace pocos días Beatriz Sánchez dijo que los gobiernos de la Concertación no constituyeron una alternativa socialdemócrata, cuestión que el Frente Amplio sí representaría.

En tal cuadro, vale la pena preguntarse qué es la socialdemocracia. Para simplificar, podemos decir que es una alternativa política de izquierda que, a diferencia de las izquierdas revolucionarias que ven la democracia como un instrumento, no como un fin, la socialdemocracia tiene una opción irrestricta por ella como un valor para la sociedad y, en tal sentido, cree en la transformación gradual en base los principios de la justicia social, que promueven tanto la redistribución de la riqueza, los derechos humanos y la regulación del mercado. Por cierto, se aleja de la caricatura que muchos sectores de derecha realizan sobre la ausencia de preocupación por el crecimiento, porque evidentemente la redistribución se debe sostener en el aumento de una torta que debe repartirse equitativamente. En definitiva, desde el punto de vista de la socialdemocracia, el Estado tiene un rol fundamental en garantizar derechos y bienestar para las y los ciudadanos.

Visto así, es injusto señalar que la Concertación y posteriormente, la Nueva Mayoría, no fundaron sus procesos desde los valores de la socialdemocracia y cuesta entender también que sean los propios miembros de la ex Concertación quienes no reconozcan la contribución de este conglomerado político al desarrollo del país, no exento de problemas, por cierto.

En efecto, desde la recuperación de la democracia en 1990 el país se transformó de manera radical, generando también sus propias contradicciones. Chile pasó de un 40% a menos del 10% en el índice de pobreza, disminuyó la mortalidad infantil a niveles de países desarrollados y los indicadores mundiales sitúan a Chile entre los países que se ubican en el tercio superior en materia de desarrollo humano. No obstante, convivimos también con uno de los más altos índices de desigualdad de los países de la OCDE. Desde el punto de vista político, Chile es un país donde la transición a la democracia es mirada con admiración en el mundo, pese a que persisten debates no resueltos como el cambio a la Constitución que, aunque modificada de manera importante, sigue teniendo un origen dictatorial.

No se trata de volver sobre los debates del pasado ni intentar resucitar a un muerto. Mal que mal, es preciso reconocer que la Concertación y la Nueva Mayoría fueron conglomerados cuya identidad y agenda fueron producto de la necesidad de su tiempo. No obstante, otra cosa es no reconocer que en ese periodo se constituyó el cimiento para aquellos que tenemos cierta nostalgia de un debate en serio sobre políticas públicas y sobre un proyecto de país que plantee alternativas de gobierno basados no en consignas ni en soluciones simples a problemas complejos.

Así la cosas, es de esperar que el espíritu socialdemócrata se levante de su largo letargo, se resignifique y entienda que, en definitiva, el vacío de su propuesta en el debate político es una mala noticia para nuestro país. Para ello, por cierto, se requieren voluntades de diálogo y acuerdo para un nuevo pacto.

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