Solidaridad versus individualismo

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"Debemos entender que existe una diferencia entre ser un partido que se preocupa por el trabajo y ser un partido del trabajo. Hay una diferencia entre ser un partido que se preocupa por las mujeres y ser el partido de las mujeres". Con esta cita del senador Edward Kennedy comienza el libro El regreso liberal del historiador estadounidense Mark Lilla.

En el texto, Lilla se propone trabajar la idea de la "política de la identidad", explicando que ella es la consecuencia de un proceso de individuación de la política, la cual se ha dejado cautivar por las demandas específicas de los movimientos sociales, perdiendo sustancia para preocuparse por el todo social. Como resultado, los políticos han centrado su interés en agendas particulares (feminismo, etnicismo, homosexualismo, preocupación exclusiva por minorías, etc.), y se han visto imposibilitados de hablar de conceptos aglutinadores como la comunidad, la nación o la solidaridad.

Al respecto, afirma Lilla ―desde el contexto estadounidense― se trata del resultado de una izquierda que decidió abandonar los colectivismos y que, por falta de herramientas conceptuales, no supo hacer frente con armas propias a la avanzada individualista que promovía la derecha de Reagan, promoviendo, como respuesta, una política de las identidades que descansa en las mismas premisas individualistas que buscaban atacar. En otras palabras, para la izquierda lo importante ya no es solucionar problemas desde una perspectiva colectivista, sino identificarse con ellos. De allí que los individualismos de derecha y de izquierda –Evópoli y el Frente Amplio, por nombrar algunos ejemplos chilenos– se encuentren en varias intersecciones caminando en la misma dirección. De otro modo, tanto la derecha liberal como la izquierda progresista han fundado sus preocupaciones en la misma perspectiva individualista. Piénsese, por ejemplo, en la agenda "valórica".

Con lo anterior a la vista, lo que por naturaleza se opone al individualismo y al colectivismo es la solidaridad, entendida no solo como una virtud personal, sino como un principio de orden social según el cual todos somos responsables de todos, compartiendo un horizonte y destino común. ¿Qué hay allí entonces? Probablemente una oportunidad para todos aquellos agotados de enfrentar problemas sociales con la óptica individual, especialmente cuando se invocan identidades individualistas que parecieran moralmente superiores a otras (como dijera Lilla, "juega a ganador quien invoca más consideraciones que lo definen como individuo; así, no es lo mismo ser mujer que hombre, ni tampoco ser hombre homosexual que hombre heterosexual, ni menos, ser hombre homosexual que hombre homosexual perteneciente a otra minoría. Imaginen quién tiene las de ganar en cada una de esas comparaciones").

Por lo mismo, en este mes de la solidaridad que recién se inicia, tenemos la oportunidad de estudiarla minuciosamente y de entender que ella es más que una simple preocupación por el otro, sino una nueva manera de entender nuestra vida social. De esta manera, la oportunidad que ella esconde es la de recordarnos que vale más preocuparse por el todo social que limitarse a defender la identidad de unos pocos más bulliciosos.

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