SEÑOR DIRECTOR

Otra vez, Pablo Ortúzar las emprende contra el liberalismo. Para él -un conservador comunitarista-, las personas no deberían poseer el derecho a elegir quienes quieren ser en la vida. Esto sería una fantasía, la fantasía del "soberanismo individual".

Pero, ¿acaso el columnista dominical nos viene simplemente a predicar sobre las virtudes humanas, sobre formas superiores de vida frente a otras inferiores? Por supuesto que no. Lo que obviamente desea es que el Estado le imponga (por la fuerza) su propia visión moral al conjunto de la población.

Comparar a las personas trans con alguien que quiera cambiarse la edad, constituye no solo una falacia que le resta seriedad, sino que apunta a agredir simbólicamente a las primeras. Nada nuevo bajo el sol: es lo que siempre hacen las visiones políticas que buscan imponer horizontes morales. La imposición de ellos se logra, al mismo tiempo, con la deslegitimación o invalidación de los disidentes o disconformes.

Y todo lo anterior hace muy poco creíble que la prioridad por los niños sea incompatible con el derecho a la identidad de género de las personas trans. En ambos casos, a lo que se aspira -en clave liberal- es a que todos puedan actuar con voluntad más perfecta: los niños, gracias a una mejor y más temprana educación; las personas trans, a partir de un documento de identidad que les permita trabajar y no vivir como parias sociales.

La falsa dicotomía que Ortúzar propone, no es sino una treta de poca monta para imponer su totalitarismo moral. ¡Todo lo demás es música!, parafraseando a un ex Presidente.

Valentina Verbal

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