Suicidio

Coronavirus (Covid-19)
FOTO: AGENCIA UNO

Albert Camus en “El Mito de Sísifo” afirma que “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. El filósofo del absurdo se pregunta si la vida vale la pena ser vivida en circunstancias que llevamos vidas rutinarias y aburridas. Con todo, Camus es un vitalista. Que la vida sea absurda no significa que debamos rendirnos ante ella.

Apelo a esta pregunta con un alcance mayor. Las democracias no solo fracasan o mueren como escriben algunos autores, las democracias también se suicidan y Chile puede ser un ejemplo. De otro modo no se entiende la pulsión autodestructiva que nos enfrenta como chilenos. ¿En qué momento se instaló el voluntarismo desenfrenado, según el cual el Estado puede hacerse cargo de todo y de todos? Es cierto que varias generaciones no conocieron la pobreza y miseria de un Chile ochentero ni nuestros reiterados fracasos futbolísticos. Nacieron y vivieron en un país sin programas de empleo de emergencia -PEM y POJH- y junto a la generación dorada de Alexis y Vidal que nos dio inéditos triunfos deportivos. Conocieron a Bielsa pero no a Luis Santibáñez del mismo modo que conocieron a Chile integrando el club de la OCDE, en lugar de un precario lugar en el mundo. Nuestro provincianismo se transformó en triunfalismo al extremo que quienes critican al Presidente con el anglicismo de winner son a su turno también unos winner. ¿No es acaso ello lo que pasa con tantos parlamentarios del FA y PC que sin jamás haber trabajado en el mundo público o privado en forma responsable, dieron el salto de dirigentes estudiantiles a diputados, en muchos casos con una mínima votación popular? ¿No es acaso lo mismo que ha pasado con rostros televisivos y periodistas que con una autoafirmada superioridad moral predican desde púlpitos comunicacionales sus verdades únicas?

Así, en medio de una pandemia para la cual no existen respuestas, fracasamos porque queremos leer todo en clave de fracaso. Claro. No somos Nueva Zelanda ni Australia pero en el fondo de nuestro corazón creemos serlo. Por lo mismo, si bien se conocían las debilidades de un sistema de salud más cercano al tercer mundo que a países OCDE, y veíamos el enorme esfuerzo para mitigar sus carencias, en el fuero interior muchos anhelaban señales que sirvieran para denunciar el fracaso.

En esto el contrapunto con Argentina ilustra. Allá, los muertos son del virus y los vivos del gobierno. Mientras en Chile nos deshacemos en explicaciones metodológicas y hacemos inventario diario de muertos y contagiados, los argentinos prefieren ver el vaso medio lleno al que los invita su gobierno. Si están vivos es porque las medidas han sido efectivas. Se miden por la cantidad de vidas salvadas, una cifra negra inescrutable, y no por las vidas perdidas. Chile, en su nihilismo contemporáneo, opta por el abismo del suicidio.

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