Mientras tanto, en el Chile real…

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Mientras en las "ocho manzanas" se discutían las gaffes de los ministros de Educación y Economía como si en ellas se le fuera la vida a alguien, en el mundo real el empresario Gerardo Cerda daba a conocer que ha comenzado el inicio del cierre de las operaciones de su empresa en La Araucanía.

Desde 1997, Forestal Cerda ha sido víctima de más de una veintena de ataques por parte de desconocidos que jamás han sido castigados por la justicia. Aburrido y endeudado, Cerda señaló esta semana que pondrá fin a su faena, lo cual dejará sin empleo a unos 500 trabajadores.

La gota que rebalsó el vaso de la paciencia de Cerda se derramó hace unos días, cuando recibió una carta de la Fiscalía donde se le advertía que si él no aportaba nuevas evidencias, sería cerrada una de las causas abiertas por los atentados que ha sufrido. El mismo Ministerio Público que no demora un instante en anunciar investigaciones en cuanto caso mediático se hace conocido, exhibe una insensibilidad cruel al exigir pruebas a las víctimas y dejar impunes crímenes que tienen menor exposición, pero que igualmente afectan a personas desvalidas.

A medida que crecía su desesperación, Cerda buscó el apoyo de las autoridades. Se reunió con varios ministros e incluso llegó a hablar con los presidentes Bachelet y Piñera. Sin embargo, para la ex mandataria, La Araucanía nunca tuvo real importancia: demoró 21 meses en visitarla y, cuando lo hizo, ni siquiera le avisó a su ministro de Interior. Por el contrario, el actual Presidente ha declarado que resolver el conflicto mapuche está entre sus prioridades y se apronta a hacer público un plan de impulso para la región. A Gerardo Cerda, sin embargo, debe parecerle un mal chiste que, quizás con más entusiasmo que realismo, Piñera anunciara hace unas semanas que La Araucanía recibirá inversiones por US$ 24 mil millones en los próximos ocho años. Para él, la increíble noticia llegó demasiado tarde.

En el mundo en el que habitan las autoridades hay espacio para la grandilocuencia y el largo plazo. En cambio, los que viven en terreno no pueden seguir esperando soluciones que jamás llegan. Sus opciones son limitadas y ninguna de ellas es buena: soportar la indefensión, combatir a los violentistas o irse. Porque, pese a los anuncios de diálogo, lo cierto es que la violencia en la zona ha subido en los últimos días.

Cerda aguantó hasta que más pudo y finalmente tiró la toalla, cansado de escuchar promesas vacías. Su fracaso es el de unas autoridades que han preferido mirarse el ombligo y no parecen dispuestas a fijar la vista en el país real, ese que no atrae a los medios, que vive en silencio y donde los dolores son invisibles, pero muy concretos.

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