El tenis como experiencia sicológica

Garin vs Opelka | Roland Garros
Foto: AFP


La derrota de Garín en Queens ante Marin Cilic se puede explicar por razones estrictamente técnicas, como la naturalidad con que el croata se adapta al pasto, pero también hay aspectos sicológicos. Sí, llega un momento en que la aceleración del golpe o la rapidez de piernas importan menos que la fuerza mental. Garín ha crecido mucho en este ámbito, clave para encumbrarse entre los 40 mejores del mundo. Lamentablemente, el lunes no fue suficiente: todo lo que ha venido mostrando en los últimos meses se desdibujó en el tie-break del segundo set, cuando tras ir arriba 4-0, cometió una serie de yerros inexplicables. Allí no faltó golpe ni suerte; faltó cabeza.

Pero no hay tenista que no haya pasado por una situación parecida, sobre todo en canchas rápidas, donde los partidos suelen definirse por unos pocos errores (o aciertos) en los momentos decisivos. Es lo que veremos desde el 1 de julio en Wimbledon, el torneo donde los jugadores de saque y red se vuelven más peligrosos.

Uno de los mayores exponentes de ese estilo fue Arthur Ashe. Ahora acaba de llegar en español un libro que se publicó en EE.UU. en 1969, Los niveles del juego, donde el periodista John McPhee se concentra en la semifinal del primer US Open (1968), entre Ashe y Clark Graebner, para proyectar desde ahí un retrato social e histórico admirable. Ambos jugadores no podían ser más distintos: uno negro, de clase trabajadora y liberal; el otro, blanco, republicano y de clase alta. En la cancha, Ashe era arriesgado e imperturbable, mientras que Graebner tenía un juego conservador y era temperamental.

Uno de los personajes más atractivos es Robert Walter Johnson, un benefactor del tenis que formó una academia para jugadores negros que funcionaba en su casa. Él les daba comida, alojamiento, transporte y entrenamiento, además de un riguroso código de comportamiento social. El autocontrol que hizo célebre a Ashe se debe en gran medida a Johnson, quien prohibía que sus pupilos reclamasen un fallo y los obligaba a correr a las pelotas que caían cinco centímetros fuera, porque debían estar preparados para las trampas de los blancos.

Johnson postulaba que el estilo de juego estaba estrechamente vinculado al carácter y que, en un partido parejo, la batalla en rigor era sicológica. "La confianza cruza la red de un lado a otro igual que la pelota", decía. "El ganador será quien tenga más minutos de confianza".

El tenis ha cambiado mucho en estos últimos 50 años, pero las máximas del doctor Johnson siguen vigentes. Fuerza mental, carácter, temple para resistir la presión… Todo eso, por ejemplo, fue lo que distinguió a Nicolás Massú como jugador y es lo que ahora, como entrenador, le entrega a Dominic Thiem, el austriaco que está llamado a destronar a los tres gigantes (Federer, Nadal y Djokovic). Ojalá ocurra pronto.

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