Todo vale



Por Max Colodro, filósofo y analista político

Un rasgo que define al actual ciclo político es el debilitamiento de las normas y reglas del juego: un Congreso que en materia de atribuciones presidenciales no tiene problemas para violar la Constitución, convencionales que se resisten a aceptar el marco jurídico al cual deben su existencia, intelectuales que consideran a la violencia no solo legítima, sino que debe ser premiada con la impunidad cuando ella contribuye a sus fines políticos.

En estos últimos días, los caídos en desgracia son los procesos de primarias, en particular, aquellos que permiten a los bloques políticos escoger a sus candidatos presidenciales. Porque ahora, en sectores que perdieron sus respectivas contiendas, se impone la moda de desconocer el compromiso adquirido al participar en ellas, y se deja de apoyar a quienes salieron triunfantes. Es lo que están afrontando Sebastián Sichel y Yasna Provoste: dirigentes políticos, parlamentarios y asesores pertenecientes a las fuerzas y candidaturas derrotadas en las primarias donde ambos triunfaron, no tienen problema en aparecer haciendo ostentación de su deslealtad, respaldando a los adversarios de quienes tenían la obligación ética y política de apoyar.

Sin la menor vergüenza, hoy se exhiben como el rostro del más burdo oportunismo; porque, seamos claros, los que a última hora cambian de caballo solo respaldan a alguno de los que encabezan las encuestas, jamás a uno que tenga menos intención de voto que los abandonados. Es que no hay aquí convicciones en juego, solo un frío cálculo realizado en función de resultados probables. Y lo significativo es que esta desvergüenza no provoca mayor asombro ni escándalo; ha pasado también a formar parte de esta nueva normalidad, donde respetar los límites y cumplir con los compromisos adquiridos es una excentricidad anticuada. Incluso para los que venían a renovar la política y terminar con las malas prácticas.

El precedente es nítido: no tiene mucho sentido hacer primarias, solicitarle a la ciudadanía que resuelva una disputa por la candidatura de una coalición, ya que los perdedores no tienen incentivos para ser leales, y menos sanciones por incumplir el compromiso de respaldar al ganador. Al contrario, se acepta e incluso se aplaude a los oportunistas, se los señala como ejemplo de “personas que tienen derecho a cambiar de opinión”. Pero no lo tienen, porque aquí no se trata de un legítimo cambio de opinión, sino de cumplir con un compromiso adquirido, al que estaban ética y políticamente obligados.

Las primarias caminan así inexorables a su degradación y total pérdida de sentido. Porque un grupo de mercenarios sin escrúpulos considera que no hay nada objetable en no respetar las reglas del juego y pasarse al bando de los más probables ganadores; que, además, los reciben con los brazos abiertos, luciéndolos en calidad de trofeos. Como si de verdad pudieran aportar algo de ética y seriedad con su tardío y bien calculado arribo, a solo tres semanas de la elección.

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