A treinta años del "No"

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Transcurren tres décadas del plebiscito del 88 y quienes lo reclaman para su causa se entrampan. Terminan dando un espectáculo. En vez de concertarse y converger, que es lo que se supone habría hecho potente la épica asociada a esta fecha, se enfrascan en una sarta de cuestionamientos mutuos. Se ha sostenido impresentable que quienes lideran a un lote de cómplices pasivos se apropien de "la alegría ya viene", o que quienes estuvieron por la lucha armada e inscribieron a última hora se sientan dueños de la fiesta. Incluso, a algunos ni se les reconoce que se hayan jugado el pellejo. A lo mejor, tiene razón el historiador Pierre Nora: obsesiona la memoria porque poco de ella queda. Más lo que se la acomoda para propósitos políticos actuales que sopesar el hecho en sí.

Puede ser, también, que los resultados del plebiscito, con el paso del tiempo, resulten menos nítidos. Tanta es la insistencia en su aura fundacional que hace años se la viene descodificando. Dejó de asombrar. Había todo un trasfondo publicitario detrás, y ya no cuesta develar su cosmética (antes se intentaba y significaba ostracismo). Mirado en frío, el plebiscito empató fuerzas, no fue un triunfo claro, y la transición consensuada no hizo más que perpetuar dicho empate. Paso táctico, magistral incluso para salvar a la derecha, pero insuficiente.

Conmemorarlo, que no es lo mismo que celebrarlo, puede servir para revisar efectos. Algunos, añorando viejos acuerdos, otros deseando impedir que se reediten. De ahí que desde el gobierno se proponga una "Transición 2", corrigiendo la desviación de la Nueva Mayoría; mientras el PC llega a reivindicar posturas radicales (al punto de reclamar que el violentismo fue útil al plebiscito), como condición de que se avanza, lentamente, pero en la dirección en que los comunistas suelen volcarse.

Volver al plebiscito no es trivial; nos devuelve ese momento cero del ordenamiento de fuerzas en contienda, cuando se consagra la lógica del empate ("se gana pero no se triunfa") con que se ha estado operando, bien o mal, todos estos años. Con la salvedad que todo empate es complejo y no les conviene reconocerlo como tal. No solo entre dos fuerzas, derecha y centroizquierda, no siempre inmóviles -a veces se muestran pragmáticos-, sino que involucra a esos otros no menos empatados que entran y salen del sistema a su conveniencia: la izquierda alguna vez extraconcertacionista (hoy, el PC y quienes se aglutinan en el Frente Amplio), y los inorgánicos que se abstienen de votar y a nadie importa. Es que en esto del empantanamiento es posible que el 88 sea más decisivo que esa malvada aún en pie -la Constitución- de todos conocida.

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