El último apaga la luz

Acusación a Marcela Cubillos


Se les dijo y escribió en todos los tonos, se les advirtió de manera pública y privada, se les anticipó el resultado y las graves consecuencias que podría acarrear para la oposición en general y para el Partido Socialista en particular. Pero nada de eso importó. Con una ceguera disfrazada de justicia, se insistió en el itinerario trazado, al punto de deteriorar todavía más -si es que aquello fuera posible- su imagen frente a los ciudadanos y electores.

Se rechazó la acusación constitucional contra Marcela Cubillos. Atrás quedan las legítimas críticas por una gestión deficiente, por su ánimo de adversidad hacia una reforma aprobada mayoritariamente por el Congreso, por la torcida forma en que se presentó la información hacia la comunidad de padres y apoderados, por la exageración de los problemas para implementar el nuevo sistema de admisión y el menosprecio a las virtudes que importa la no discriminación, por la negligencia en la ejecución presupuestaria o el maltrato a los profesores y su gremio. En fin, atrás quedó la democrática derrota del proyecto de admisión justa que impulsó este gobierno.

Hoy, una renovada ministra de Educación, habiéndosele exculpado de sus errores y culpas, puede continuar su tarea con igual o peor tono y encono. Al frente, y quizás con la excepción del Frente Amplio -cuya diputada Maite Orsini tuvo un desempeño notable alegando la cuestión previa- el resto de los honorables que componen la oposición, incluso aquellos que votaron en contra del libelo, tendrán que hacerse cargo de los costos y consecuencias.

La unidad de la oposición es lo que menos importa ahora. De hecho, el haber repetido esa monserga como una forma de alinear a sus huestes en este proceso, es justamente lo que evidencia el problema mayor. No es la ausencia de unidad, sino la falta de idoneidad -política, moral y profesional- lo que finalmente se ha instalado como sello distinto de una excoalición sumida en la amnesia de lo que fue, la banalidad de lo que es, y la perplejidad frente a lo que debería ser.

En una democracia, las normas fundamentales deben ser respetadas e interpretadas en favor del pluralismo de ideas y acciones, por más desagradables, injustas y equivocadas que nos parezcan algunas. El recurrir a este mecanismo cuando existían severas dudas sobre la entidad constitucional de las faltas que se imputaban, muestra poca comprensión por el sentido y alcance del debate político, como también un desdén hacia esas reglas superiores que regulan esa discusión, al punto de hacer sospechar sobre las reales razones detrás de este último numerito. Y el daño fue no solo para la oposición y la institucionalidad, sino peor, para el modelo de educación que decimos defender.

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