Un debate en serio



El único efecto de la carta suscrita por figuras de la ex Concertación llamando a un acuerdo nacional fue el revuelo al interior de la propia oposición. La ausencia de condena a las graves violaciones a los DD.HH. cometidas por las fuerzas policiales y de un pronunciamiento respecto del plebiscito del 26 de abril, suscitó una dura respuesta por parte de otras figuras de distintos partidos de oposición.

Esta polémica se ha presentado como una reedición de la de finales de los noventa entre “autocomplacientes” y “autoflagelantes”. Participé muy activamente de esos debates. Sinceramente pienso que su mala resolución tiene mucho que ver con la acumulación de tensiones que finalmente estallaron el 18 de octubre pasado. En esa ocasión, por distintas razones, el debate fue formalmente clausurado. Así, por la vía no del triunfo en el plano de las ideas, sino que de los hechos consumados, se impusieron las posiciones más conservadoras. La deriva neoliberal iniciada en el gobierno de Frei no fue corregida y se fue consolidando a lo largo de los años, con los resultados que hoy se conocen en materia de desigualdades, abusos y pérdida también del dinamismo económico.

Una razón mayor de la declinación de la Concertación tiene que ver con su incapacidad para procesar diferencias y su tendencia a rehuir el debate aceptando la imposición del sistema de vetos cruzados, el cual fue agotando su capacidad transformadora. Ahogado el debate de fondo se pasó a una caricaturización de las posiciones críticas, las que fueron marginalizadas y finalmente derrotadas.

Hay mucho que aprender de esa experiencia. Es necesario enfrentar los debates que correspondan, pero en unas condiciones que permitan que se impongan las ideas y no sus deformaciones. Hay que crear espacios aptos para un debate en serio. Esos no existen en la actualidad.

Un debate súper estructural, esencialmente a través de la gran prensa, es el terreno menos propicio para las fuerzas progresistas. Por el contrario, el proceso constituyente ofrece la posibilidad de recrear un gran debate nacional, abierto a todos, sobre el país que queremos. En ese ámbito, debieran ventilarse las distintas posturas y que la ciudadanía informada resuelva.

Faltando 50 días para el plebiscito, debemos concentrar las fuerzas en ganarlo y bien. A pesar de nuestras divisiones, la opción Apruebo es un punto de convergencia fundamental. Hay que potenciarlo convirtiéndolo cada vez más en el sentido común de la sociedad, en la única opción que abre paso a una respuesta positiva al descontento popular. Más que convocar a acuerdos nacionales hoy día impracticables, debiéramos alentar las movilizaciones pacíficas que le achiquen el terreno a las minorías violentas y valorar como se merece la conquista histórica de la paridad de género, que solo tiene sentido mediante el triunfo del Apruebo.


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