Una Constitución fantástica

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Como en una lista de útiles escolares pendientes antes de marzo, el gobierno anunció que enviaría al Congreso el proyecto de cambio constitucional. Para esa tarea, consideró que no era necesario preguntarles a los partidos que conforman la alicaída coalición oficialista. Nadie calculó que la Nueva Constitución podría constituir un clivaje para diferenciarse de la derecha y, por tanto, colocar a los partidos en la foto les iba a permitir, cuando estuvieran en la oposición, marcar a Piñera con este tema. El enojo evidente del oficialismo fue mucho más allá de las declaraciones de estupor; incluso en el PS, el único partido que aceptó el ninguneo presidencial.

Esta torpeza para tratar uno de los proyectos emblemáticos de la centroizquierda busca justificar cómo el gobierno dejó pasar el calor del momento constitucional que se produjo en el 2016. En ese año, más de 100 mil personas participaron en los llamados Encuentros Locales Autoconvocados (ELA), donde se sentaron a hablar sobre el modo de organizar el país que querían.

Una posterior campaña comunicacional difícil de entender y que se centró más en decir que se estaba haciendo una nueva Constitución en vez de contar la riqueza de dichos ELA bajó la temperatura ambiente. También los propios problemas de gestión interna agregaron elementos para aligerar los ímpetus ciudadanos. Si se busca la prensa de ese entonces puede leerse la larga lista de descoordinaciones entre Segpres y la Segegob sobre el tema constitucional.

Desde el punto de vista político, tampoco se ve un asunto de mucha viabilidad. Le queda poca vida a esta legislatura, por lo que será un nuevo Congreso al que le toque discutirla. Ahí el gobierno actual no tiene tantos aliados como cree. La derecha, aunque no hizo mayoría, creció proporcionalmente en ambas cámaras e irrumpió el Frente Amplio, coalición para la que cualquier proyecto que no incluya la frase mágica "Asamblea Constituyente", va a tener el rechazo completo.

Este acto de irresponsabilidad política dañará aún más a la Nueva Mayoría, que se lleva una humillación adicional para el camino por el desierto. Aunque en La Moneda suelen hablar de fuego amigo, la verdad es que ninguna de las grandes iniciativas legislativas del gobierno ha tenido oposición dentro de las filas oficialistas. Dichos partidos también pagaron electoralmente los descalabros de Palacio y se enfrentan a una noche larga, donde lo que menos necesitan es un acto de maltrato final. Pareciera que para algunos el futuro de la centroizquierda es secundario ante la monserga del legado.Un símbolo de dicha filosofía que impera en Palacio es que en los propios actos de despedida se ha dejado fuera a los partidos y se ha armado una especie de Cámpora militante para organizar dichos actos.

El nuevo proyecto llega en un momento inoportuno en las conversaciones con el Frente Amplio para constituir mayoría en el nuevo Congreso. Una Constitución que tenga puntos de discordia entre el progresismo, la DC y el Frente Amplio, podría volver a enervar los ánimos con el riesgo de volver a punto cero y con ello dejarle el congreso a la derecha.

En todo caso, en los pasillos de los partidos oficialistas no se ve mucha seriedad a este asunto constitucional de última hora. Lo miran más como una puesta en escena cinematográfica hecha para despedir a la Presidenta con la sensación de deber cumplido. Parafraseando a la más exitosa película chilena de los últimos tiempos, podría llamarse entonces Una Constitución fantástica.

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