Una mujer fantástica: aporte a la industria local y a la ciudadanía

Una Mujer Fantástica
El cineasta Sebastiá Lelio y los actores Daniela Vega y Francisco Reyes, en la alfombra roja de los Premios Oscar en marzo de 2018.


Soy cineasta, soy gay y soy feminista. Por lo mismo, es desde este punto de vista que hoy escribo sobre el tremendo aporte que significa el triunfo de Una mujer fantástica tanto para la industria cinematográfica local, como para la ciudadanía y los cambios sociales necesarios y urgentes que estamos exigiendo hace tanto tiempo. De la mano de Sebastián Lelio y Daniela Vega, y su tremendo equipo de artistas, productores y técnicos, también ganó el cine independiente, ganó el arte y su posibilidad de abrir las mentes, de invitarnos a vivir en la piel del otro y mirar el mundo desde una nueva perspectiva. Me disculpo por el entusiasmo infantil y arrebatador, pero no deja de emocionarme comprobar a través de este hito que todavía está intacta esa conexión tremenda y mágica que existe entre la pantalla grande y el mundo, ese mundo que nos rodea, que a veces nos fascina y otras nos decepciona, pero que el cine nos invita constantemente a repensar con su mirada siempre inquieta e interesada.

Es todo el cine chileno quien celebra y vibra hoy con este triunfo. Es un premio para esta industria local independiente, pujante, sacada adelante por sus propios creadores a punta de sangre, sudor y lágrimas. Hacer una película es siempre una locura, un salto al vacío, y en Chile sabemos que esto es aún peor. Por eso cada triunfo para nuestra cinematografía no sólo es una simple estatuilla, sino la posibilidad de seguir produciendo películas y llevarlas a nuevos escenarios y nuevos públicos. Y por eso digo que también gana la audiencia, que merece oferta cinematográfica diversa y de calidad allí donde sea que esté.

Dicen que nadie es profeta en su tierra; a pesar de ser aclamado internacionalmente por la crítica, el cine chileno no siempre posee la fortuna de alcanzar al espectador local. Pero hoy estoy optimista respecto a esta situación. No solo el cine gana visibilidad a pasos agigantados, si no que Daniela Vega y Sebastián Lelio, junto al guionista Gonzalo Maza y los productores Juan de Dios y Pablo Larraín, han logrado poner en la discusión pública algo tan importante como el derecho a un nombre y a un género con el cual nos identificamos. Con una tremenda atención hacia el mundo femenino, ya visible en Gloria, interpretada magistralmente por Paly García, Sebastián Lelio ha logrado hacernos sentir el viaje de Marina, desde su pérdida hasta que recupera sus fuerzas, entregándose nuevamente a la vida. La entereza con que Daniela Vega asume el rol protagónico, y la manera en que esquiva todos los posibles clichés asociados a la figura de una mujer trans en la pantalla, son loables y definitivamente un logro. Pero la cinta es aún más que eso, es una mirada delicada sobre el duelo, el reconocimiento y la afirmación personal. Y aún más, es también el despliegue magistral de una dirección impecable, con una puesta en escena tan interesante y misteriosa que resulta completamente provocadora, con un ritmo narrativo siempre creativo e impredecible, destacando en ese sentido el trabajo de la montajista Soledad Salfate, quien fue capaz de deconstruir el recorrido de Marina por toda la ciudad en un viaje fragmentado, pero siempre poéticamente entrelazado.

Hoy quedan dos tareas pendientes. O dicho de otra manera, dos maravillosas posibilidades que se abren tras el Oscar de Una mujer fantástica. La primera, es abrirse a la posibilidad de descubrir otras historias y otros personajes en la cinematografía local, siempre agitada e intensa, con más de 40 estrenos al año y llena de ojos certeros, miradas creativas y críticas punzantes. La segunda, es la aprobación de la ley de identidad de género, y junto con ella, el advenimiento absoluto de una nueva manera de relacionarnos con la diversidad sexual, con el género, con los derechos de las mujeres y con todos los múltiples matices que existen en la gama de lo humano; todos tenemos una historia, una subjetividad, una forma sensible y particular de experimentar el mundo, y me atrevería a decir que esa forma es siempre legítima. Creo, humildemente, que el cine es el camino para visibilizar esa heterogeneidad, y Una mujer fantástica es el mejor ejemplo que se me ocurre hoy para probarlo.

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