Validar los conflictos

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Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Quizá sea por deformación profesional, pero los análisis sociológicos me parecen más llamativos leídos a destiempo, en perspectiva histórica, que recién publicados. Pienso en el informe del PNUD sobre Desarrollo Humano en Chile de 2002 que insistía que los chilenos seguíamos siendo unos conservadores patológicos, aterrados de que pudiéramos caer en el caos, inclinados a sacralizar el orden, y restarle vitalidad a nuestra democracia silenciando conflictos. Lo que es el informe del 2004 del mismo PNUD celebra que “la marcha callejera” haya cedido el paso a medios judiciales (el recurso de protección y otros), importando menos la muchedumbre desatada a la hora de promover causas. Lo cual, además de avanzar, demostraría que, al fin, la sociedad chilena habría entendido y dado con la solución: a los conflictos habría que darles la bienvenida, hacen bien y no hay que temerles. Y qué mejor ejemplo, que una vez en germen no produjeran “la debacle que algunos pronosticaban”.

Uno lee esta conclusión, décadas después, y se pregunta: ¿íbamos bien pero nos extraviamos a pesar del progresismo brújula, o no será que este organismo internacional se deja llevar por un entusiasmo algo prematuro con esto de que el conflicto sería nuestra salvación sin medir las dinámicas incontrolables que genera? De ser lo segundo, ¿a quién termina por darle la razón el estallido, a nuestros prohombres del pasado, conscientes de lo sísmico que es este país, y que seguramente habrían calificado como una debacle en lo que estamos, o a analistas del PNUD, una pizca apresurados en menospreciar la necesidad del orden a fin de promover una visión social no armónica?

Por cierto todavía en 2004 faltaba que aparecieran los movimientos sociales con toda su fuerza (dos los principales: el que agita al mundo universitario y el que fomenta la causa mapuche) y ahora sabemos lo que éstos suponen: múltiples liderazgos y diversos los frentes, la dificultad que ello significa a la hora de tratarlos y negociar, también su ineptitud en hacerse cargo, reemplazar a gobiernos y partidos, sin perjuicio que es indiscutible el apreciable éxito que tienen en deteriorar las relaciones políticas, cuestionar la institucionalidad, radicalizar el espectro político, también el conflicto, y de crear las condiciones para imponer una permanente sensación de estallido social.

Tampoco se sabía en 2004 de dirigentes gremiales que calificaran de “infelices” y de “desgraciado simpático” a los mismos con que salen en la foto, ni de candidatos presidenciales que calumnian (tildando de “genocida” gratuitamente) o promueven poleras con balazos a la cara de quien fuera alevosamente asesinado. Uno relee estos informes del PNUD y no puede dejar de pensar en la ingenuidad de quienes valoran los conflictos sin tomar en cuenta sus posibles efectos.

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