Violencia escolar en el retorno a la presencialidad


Por Olga Cuadros, Centro de Investigación para la Transformación SocioEducativa (CITSE), Universidad Católica Silva Henríquez

Las situaciones de violencia escolar, en el contexto de retorno a clases presenciales conocidas en las últimas semanas, han llevado a reuniones y pronunciamientos tanto de autoridades, como de otros estamentos públicos y privados del mundo educativo y social. Los modelos explicativos que se han establecido para dar cuenta de estas situaciones de violencia escolar, y delinear estrategias de intervención posibles, siguen siendo, sin embargo, muy variados. Algunos enfatizan responsabilidades individuales y familiares; en otros casos atribuyen causas vinculadas a la gestión educativa. En lo que parece haber un acuerdo amplio es en la atribución a factores socioemocionales individuales asociados a la pandemia, ligados al quiebre de las interacciones interpersonales y el aumento de los niveles de estrés escolar. Al respecto, hay un factor que no está suficientemente abordado y comprendido, relacionado con las distorsiones de las creencias sociales, generalizadas en nuestra sociedad, pero muchas veces implícitas, que justifican y tienden a normalizar, por un lado, la exhibición de conductas de poder, desconfianza y control sobre los demás, y por otro, maximizar el efecto negativo de las diferencias y desencuentros interpersonales.

Esta es una de las aristas actualmente en desarrollo en un proyecto de investigación Fondecyt adscrito al Centro de Investigación para la Transformación SocioEducativa CITSE, de la Universidad Católica Silva Henríquez. El proyecto busca destacar una dimensión más prosocial y colectiva de la convivencia escolar a partir de evidencias acerca de la calidad de las interacciones socioemocionales estudiantiles. Los resultados iniciales de este estudio, aplicado a 1.273 estudiantes de básica y media en las regiones de Tarapacá, Valparaíso y Metropolitana, indican que hay un desequilibrio en la percepción de las interacciones dentro de la escuela, en la medida en que hay una mayor percepción y relevancia atribuida a las situaciones de conflicto, mientras que hay menor percepción y relevancia atribuida a las situaciones de apoyo, afecto y colaboración entre pares, en porcentajes superiores al 70% de los casos encuestados. Esto plantea un desbalance importante en la forma de percibir las interacciones que se tejen dentro del espacio del aula y de la escuela, y que, con el retorno a la presencialidad, pueden avanzar a un nivel alto de desregulación emocional, debido a las dificultades para encontrar canales de interacción y comunicación adecuados. La incomodidad que generan estas situaciones de tensión, especialmente con compañeros de curso, incrementa los niveles de estrés estudiantil, afectando la capacidad de desarrollo y despliegue de competencias en lo académico y lo relacional. También disminuye las posibilidades de participación estudiantil en actividades curriculares y extracurriculares, que son espacios de convivencia positivos. Estos efectos impactan también en la capacidad de las y los estudiantes para buscar recursos institucionales de apoyo, lo que deja a muchos de ellos con una sensación de soledad; de tener que arreglárselas como puedan, para afrontar la experiencia escolar.

¿Por qué se focaliza en lo negativo y desestima lo positivo de las interacciones escolares? Una posible respuesta está asociada a que hemos priorizado como sociedad indicadores exitistas, inmediatistas e individualistas de ganancia, especialmente económica y de popularidad, como indicadores de bienestar. Prueba de ello es el amplio reconocimiento social de modelos de influencia en redes sociales y en la vida pública, que tienden a relevar como principal objetivo el reconocimiento de ser “especial y merecedor de trato preferencial”. Es en este contexto, que hemos llegado al punto de que cualquier acción de una persona por hacerse más reconocida en su entorno, o buscar su comodidad, genera envidia y rivalidad, pues sus acciones se leen como un ataque personal, una acción malintencionada que pone en riesgo la zona de confort de los demás, y justifica una respuesta agresiva de su parte. Nos cuesta leer las conductas sociales desde otra perspectiva que no sea vinculada a la desconfianza y al ataque, que nos permita identificar otros elementos comprensivos con los cuales empatizar, y por ende, abordar estas situaciones a través de mecanismos colectivos y afiliativos que lleven a un manejo diferente al de tratar de “eliminar” al otro, simbólica o realmente.

En este sentido, las acciones de mejora y fortalecimiento de la convivencia escolar pueden beneficiarse de enfoques que permitan comprender que no solo los atributos personales positivos son deseables para estar y sentirse bien consigo mismo y con los demás. Los conflictos, la crítica y los desencuentros en espacios de interacción social dentro de la escuela son también oportunidades positivas de autoconocimiento y conocimiento de las condiciones y características de los demás, y reflejan la diversidad de creencias y actitudes que enriquecen colectivamente el sistema educativo, que debiera ser integral e inclusivo. Además, reconocer empáticamente lo que motiva las acciones de los demás, y las creencias y valores que compartimos socialmente, es un buen punto de partida grupal y no individualista, para aportar a la autorregulación emocional y conductual de niños, adolescentes y adultos. Esto puede disminuir los roces y conflictos interpersonales cotidianos que dan paso a las distintas formas de violencia escolar.

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