Virus y ciencia



En estos días de encierro, donde el temor junto con la cifra de infectados por coronavirus va en aumento, escribir esta columna resulta un ejercicio extraño, incómodo. Por un lado, ella es parte de una rutina semanal de la que no queda nada; nuestras vidas se han transformado completamente y todavía no se alcanza a ver cuándo podremos recuperar nuestra ansiada “normalidad”.

Por otra parte, los dilemas políticos, sociales y económicos que eran materia de mis columnas hoy se ven como caprichos de un país en forma. Los problemas de ayer resultan exquisitos ante la amenaza sanitaria y económica de este maldito virus. Mencionar el desastre económico junto con la amenaza a la vida de la población más vieja no es un sacrilegio, como algunos acusan, pues la pobreza también conlleva muertes, aunque sea de forma más silenciosa.

Esta pandemia ha dejado al descubierto nuestra fragilidad y nos ha obligado a revisar y, en caso necesario, reordenar nuestras prioridades. Ello nos invita a preguntarnos si hemos invertido bien nuestro esfuerzo. La agenda social del gobierno y el plebiscito por una nueva Constitución fueron el resultado de la reordenación de prioridades del Ejecutivo frente al estallido social. ¿Son estas las urgencias que hoy tiene el país?

Claramente enfrentamos otras prioridades en el cortísimo plazo, pero esta pandemia nos ha vuelto a reafirmar la importancia de fortalecer nuestro sistema de salud, que está contemplado en la agenda social, pues al final del día la vida es la condición de posibilidad de todo lo demás. Pero también esta pandemia nos muestra la importancia de un Estado fuerte y moderno, capaz de conducir al país completo -algo que la derecha suele subestimar-, y de un mercado vigoroso y ágil, capaz de generar trabajo y riqueza -algo que la izquierda suele subestimar. Nuestra clase política deberá superar sus propios prejuicios, es decir, sus ideologías, para avanzar en medidas que permitan fortalecer al Estado y reactivar nuestra economía para enfrentar el sombrío futuro que nos espera; algo de eso ya lo hemos estado viendo.

Pero, como siempre, se nos olvida un actor, tal vez el principal: la ciencia. Ni el Estado ni el mercado nos salvará; solo la ciencia. La ciencia y el arte son las dos expresiones más sublimes del hombre, pero solo la primera es el destino de la humanidad. Las vacunas, los remedios, las nuevas tecnologías son producto de la investigación científica, cuyo conocimiento permite explicar los fenómenos naturales y mejorar nuestra calidad de vida. La inversión en ciencia parece un lujo de los países desarrollados, cuando en realidad es la base del progreso social y económico. Ante las distintas urgencias, nuestro país ha postergado una y otra vez lo realmente importante en pos de lo urgente. Hoy lo urgente y lo importante convergen.

Ojalá esta pandemia nos abra de una vez por todas los ojos sobre la importancia de invertir más en ciencia, algo que ha estado ausente del debate nacional.

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