Voces durante la pandemia



Por María de los Ángeles Fernández, presidenta, y Mai Nie Chang, directora ejecutiva, Fundación Hay Mujeres

La primera recesión en femenino en la historia. De esta forma se estaría catalogando el efecto interruptor del más severo impacto del Covid-19 en las mujeres. Al siglo que ya se advertía que faltaba para alcanzar la paridad según el Informe de Brecha de Género del Foro Económico Mundial (WEF) de 2020, habría lastimosamente que añadir el riesgo de retroceso de los avances logrados, que se estima en cincuenta años.

Traído a nuestra realidad, tal incremento de la brecha de género no puede sino alimentar todavía más las expectativas de que, a la conformación paritaria de la Convención Constituyente, pueda seguirse la aplicación de la perspectiva de género en su producción jurídica.

Tan legítima esperanza contrasta con otra consecuencia del coronavirus tan importante como menos evidente. Se trata de la persistencia de la relativa ausencia de la voz de las mujeres en el debate público. Los estudios vienen dando cuenta de su menor protagonismo cuando de la pandemia se habla, a pesar de ser mayoría en el sector salud. Uno de los más representativos es el de la Fundación Bill y Melinda Gates, que buscó determinar en qué medida se satisfacen las necesidades de noticias de la mujer en la cobertura informativa existente, revelando la existencia de “un sesgo sustancial hacia las perspectivas de los hombres”. Concluyó que “la voz de cada mujer en las noticias sobre la Covid-19 se ve ahogada por las voces de, al menos, tres, cuatro o cinco hombres”. Ello tendría lugar “en un contexto de invisibilidad política efectiva de las mujeres dentro del proceso de toma de decisiones relacionadas con la Covid-19”.

Frente a lo anterior, la Fundación Hay Mujeres ha impulsado la campaña denominada #100voces camino a la #Constituciónparitaria (https://youtu.be/lQxbCFz9NTk). Por su intermedio, mujeres diversas se expresan a favor de modelos alternativos de desarrollo, por un nuevo pacto social, por una descentralización efectiva, por una mayor preocupación por la infancia y por la “ética del cuidado”, por un envejecimiento digno, por la inclusión de los pueblos originarios, por el derecho a la salud sexual y reproductiva, por la sostenibilidad y el cambio climático, por la valoración de la ciencia, la tecnología y la innovación así como por un equilibrio de género que permee todos los espacios. Estas son solo algunas de las aspiraciones expresadas.

Mientras se confía en que un nuevo pacto pueda saldar deudas con las chilenas, profundizadas por la inclemencia del virus, toca enfrentar la disparidad de género en el debate de hoy porque, ¿de qué sirve fomentar la vocación científica de niñas y jóvenes si, a través de la conversación pública, las señales que se envían refuerzan la idea de que la ciencia y, en general, la generación de conocimiento, sería solo cosa de hombres?

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