Volver a compartir



Por Pablo Allard, decano Facultad de Arquitectura UDD

En términos de la vida urbana, la pandemia vino a alterar una de las tendencias que comenzaban a definir a la ciudad del siglo XXI: la transformación tecnológica como habilitadora de una ciudad compartida. Esta 4ª Revolución Industrial, que permitió a muchos el teletrabajo o tele-estudio durante las cuarentenas, tendrá efectos exponenciales en las ciudades de manos del Internet de las Cosas y la llegada del 5G.

Antes del Covid, ya advertíamos cómo las nuevas tecnologías cambiaban industrias y paradigmas completos. Las películas y la música ya no se compran, se arriendan en Netflix o Spotify; podemos trasladarnos en el auto de otro gracias a Uber o Cabify, arrendar un Awto por horas, y en lugar de un hotel, con Airbnb alojábamos en casas de otros. Así también comenzaron a surgir los co-work y las sucursales de bancos se convirtieron en work-cafés. En urbes como Seúl en Corea, la ciudad compartida llegó a ser una política pública, con más de 63 servicios, entre otros, reservar y usar instalaciones públicas ociosas, como salas de reuniones o auditorios municipales, sistemas de estacionamientos y autos compartidos, un banco de ropa y artículos de guaguas, bibliotecas de juguetes, y probablemente uno de los programas más innovadores de integración social: el sistema de vivienda compartida Same roof generation sympathy, que por medio de una aplicación similar a Tinder, pero sin romance, permitió a 428 estudiantes universitarios residir en casas de 324 de adultos mayores.

En Chile no estábamos lejos de ello; el programa RedActiva del Centro de Políticas Públicas UC, junto a la municipalidad de Puente Alto entregó 5.000 BandasActivas o pulseras electrónicas a adultos mayores de la comuna, quienes las usaban para ganar mayor tiempo en cruce de semáforos, acceso a paraderos preferenciales para buses y colectivos, y lo más importante, acceder a una red de baños preferenciales en locales o viviendas particulares. Fomentando la autonomía e independencia de los adultos mayores, facilitando e incentivando su desplazamiento por la ciudad.

Lamentablemente la pandemia nos obligó a dejar de compartir, a encerrarnos en nuestros hogares y evitar a los otros. Muchos emprendimientos de la economía compartida tuvieron que replegarse, o tristemente quebrar, como el triste remate de 1.400 bicicletas públicas de Mobike en julio pasado.

Sin embargo, no está todo perdido. En la medida en que el mundo comienza a desconfinarse, serán muchos los emprendimientos tecnológicos que pondrán a disposición servicios y bienes cada vez más difíciles de poseer luego de la crisis económica. Muchas empresas y corporaciones ya han decidido continuar con el teletrabajo o retornar en turnos. Ello traerá una baja en la demanda de metros cuadrados de oficinas, pero también la necesidad de un tercer lugar, fuera del hogar y lejos de la oficina, desde donde surgirán nuevos espacios de colaboración y encuentro compartido. La recuperación post pandemia abre nuevas oportunidades para volver a compartir, con mayor confianza, empatía y comunidad.

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