Walser: el mito incandescente

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Un escritor que alcanza cierto reconocimiento, con elogiosos comentarios de Kafka, Musil y Benjamin, abandona Berlín hacia 1930 para recluirse en un hospital psiquiátrico de Herisau, Suiza. Pasará allí los últimos 28 años de su vida, desgranando arvejas, pegando bolsas de papel y dando largas caminatas. En la Navidad de 1956, unos niños encuentran su cuerpo en la nieve, congelado. Tras su muerte, se descubre un archivo con novelas, poemas y breves textos en prosa escritos con una letra microscópica, sin tachaduras ni huellas de corrección. Locura, una muerte cargada de simbolismo y el deslumbrante legado: la leyenda está lanzada: Robert Walser se convierte en una de las figuras más misteriosas y atrayentes de la literatura del siglo XX.

Su obra, compuesta esencialmente por tres novelas (Jakob von Gunten, Los hermanos Tanner y El ayudante), plantea un rechazo a la dominación, por medio de una poética de la servidumbre, es decir, de lo mínimo, anónimo y humilde. Walser mismo trabajó como copista y se empleó en una academia para mayordomos. Vila-Matas lo incluyó en su novela Doctor Pasavento, Sebald le dedicó un hermoso perfil (El paseante solitario) y sobre su legado han escrito Canetti, Sontag y Coetzee, entre otros.

Pocas veces, sin embargo, el estilo ligero e intimista de Walser ha encontrado una correspondencia tan sorprendente como en Los hermosos años del castigo, novela de Fleur Jaeggy que rinde tributo a Jakob von Gunten, quizá el libro más elogiado de Walser.

Publicada en 1909, Jakob von Gunten es la desopilante historia de un joven aspirante a mayordomo que declara que la enseñanza que recibe en el instituto "consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero, ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores?".

El internado de Los maravillosos años del castigo se ubica en Appenzell, muy cerca de donde fue encontrado muerto Walser. La historia avanza por medio de estados de ánimo e imágenes del pasado, pero el corazón es la relación que la narradora mantiene con Frédérique, una muchacha de una sensualidad helada pero irresistible, que rechaza las normas de un modo esencialmente walseriano: siendo la más obediente y ordenada del curso. Desprecio más que rebeldía, quietismo más que descaro.

Además de ser un esbozo magistral del nacimiento del deseo, y al igual que el Jakob von Gunten, la novela de Jaeggy ironiza acerca de los valores educacionales. Si bien en Appenzell las internas no provienen de familias pobres, la formación que reciben las condena a ser ilustres dueñas de casa, esposas de hombres millonarios. De ahí que la resistencia de Frédérique a la educación tradicional resulte tan seductora para la narradora: ambas anhelan borrarse, pasar desapercibidas ante la autoridad o, en palabras de Walser, convertirse en "ceros a la izquierda".

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