¿Y la derecha?

SEBASTIAN PINERA 1


Escena uno. El senador Chahuán se queja amargamente contra el gobierno. Cuestiona la desprolijidades del proceso de instalación –más de 30 Seremis, dice, han tenido que renunciar a sus cargos- y hace una dura crítica al Presidente de la República por su incapacidad de entender y abordar los problemas políticos. Escena dos. El gobierno envía una muy creativa indicación al proyecto de ley sobre adopción, donde intenta cuadrar el círculo para poder quedar bien con todos los sectores y posiciones en disputa; lo que termina por irritar a unos y otros, no satisfaciendo a nadie y debiendo el ministro de Justicia explicar lo inexplicable. Escena tres. La ministra Secretaria General de Gobierno –a la sazón, la vocera del poder ejecutivo- tiene que salir a corregir al propio Presidente, aclarando que su comentario en relación a que la dieta parlamentaria es excesivamente alta, fue sólo una "opinión personal" (pese a que fue pronunciada en público y por la primera magistratura de la Nación) y no significa que el gobierno apoye la iniciativa que justamente ahora se discute en el Congreso y que pretende rebajar el sueldo de sus miembros.

Y si esto fuera un chiste, la cuestión siguiente sería preguntar: ¿Cómo se llama la película? Pero desgraciadamente no es un broma y, a lo más, resulta un tanto tragicómico.

Tal como lo insinué en la columna del domingo pasado, y así otros muchos colegas y observadores lo vienen sosteniendo, este gobierno no sólo carece de relato –palabra que siempre ha irritado a Piñera-, sino tampoco pareciera asentarse en una determinada identidad, la que provista de un mínimo cuerpo de ideas básicas, contribuya a aglutinar a sus partidarios y también a poner una frontera con sus adversarios. Y aunque para muchos esto pueda ser una cuestión menor, propia de izquierdistas que gustan de sobre teorizar en torno a la realidad, no se me ocurre algo más esencial a la actividad política y, por lo mismo, que su ausencia resulta preocupante. Un teórico del siglo XX y con el cual precisamente no comulgo, me refiero a Carl Schmitt, entendía la política como el arte de la diferenciación, es decir, como la puesta en escena de un discurso y de una acción que permitía distinguir e identificar las posiciones y a quienes las defendían, justamente porque se representaban en oposición a otras.

Si la semana pasada constatábamos que era difícil listar aquel cuerpo de principios e ideas en los cuales se sustenta este gobierno, y que de manera consistente hicieran presagiar qué iniciativas debería promover y alentar; ahora tampoco tengo mucha claridad sobre la respuesta a una pregunta todavía más básica: ¿a qué se opone este gobierno, que dice ser de derecha?

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