¿Y la universidad, en qué está?



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

En un limbo, como todo. Mientras siga la pandemia, y no se vislumbre algún plazo de término, la situación probablemente seguirá igual: los campus continuarán cerrados, las bibliotecas sin lectores, se insistirá en la docencia impartida a distancia, se condicionará la infraestructura para habilitar clases presenciales aunque, después, las salas sigan vacías, estudiantes deserten, sobren vacantes, escaseen fondos, y tengamos que reconocer que en esa, no es que estemos, nos llevamos.

Tremenda ironía, yo pensaba que esta película iba a tener otro final. Más un reventón que un gemido agónico. Hasta la politización crónica, principal amenaza hasta hace poco, ha estado alicaída. Y no es que eche de menos la agitación, el compromiso combativo, las tomas o batucadas. En la Universidad de Chile seguimos teniendo nuestra cuota de puños alzados, dosis diarias de corrección política, y el feminismo de senos al aire, constantemente, en invitaciones con que promueven conversatorios y seminarios, no habiendo ocasión en que no se deje de catequizar por esta vía. Pero no es lo mismo. Recuérdese cuando acarreaban sillas a la reja de entrada de Pío Nono y se corría el riesgo de que incendiaran la Casa Central. En Derecho, mientras escribo esta columna, egresados votan online por quienes les parece “el mejor egresado” (como de escolares). Desde mi college en Oxford me envían un boletín de noticias, incluyendo obituarios, y adjuntando una dirección de enlace por si quisiera dejarles una donación en mi testamento (como de buitres). También en Chile se ha vuelto habitual informarnos de muertes y duelos de miembros de la universidad. Nunca la muerte ha rondado tanto al mundo académico.

Y eso que sigue en pie. La máquina universitaria burocrática, mejor dicho, requiriendo formularios, certificados, cumplimiento de normas, esa otra manía: la de los índices con que se cree que algo se está haciendo. Claro que secretarias respondiendo correos a las 4 a.m. es como para pensar que no todo anda bien. Lo que es las pantallas por zoom se han vuelto cargantes: nos devuelven nuestro aislamiento, que no por ser compartido nos libra de nuestra insularidad (pasa lo mismo con quienes trotan o corren en bicicleta por veredas y no dejan caminar en paz).

Nunca hemos estado más cerca de convertir la universidad en una mera operación acreditadora de cursos a distancia. Si incluso es posible que el principal efecto de la pandemia termine siendo el haber posibilitado que una fauna predadora, afanada con administrar e industrializar procesos de enseñanza y “servicios”, se haya aprovechado de la oportunidad, olvidando que las universidades transmiten conocimiento, cultivan sabiduría cara a cara, la antítesis de esta lógica productiva contaminante. De más está decirlo, pero contra esta otra peste no existe vacuna.

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