Abogada y activista por los derechos LGBTIQ+, Constanza Valdés y la falta de representatividad en la Convención Constitucional: “De los 155 representantes solo 8 son abiertamente disidencias”




La abogada y activista trans y feminista, Constanza Valdés (30), nunca escuchó hablar de las personas trans durante su infancia en Rancagua. La única vez que presenció una interacción en la que se los mencionaba, el tópico de la conversación era el trabajo sexual. En su colegio, si alguna vez se habló de disidencias sexuales, se trató únicamente de burlas y bromas burdas por parte de estudiantes y profesores. Fue recién en la universidad, cuando estudió Derecho en la Diego Portales, que identificó que las distintas realidades LGBTIQ+ se habían tematizado, y así también la falta de derechos que atingía a la comunidad; cuando egresó surgieron los primeros colectivos y fue después de que ella hablara con la jefa de carrera para que le respetaran su nombre social, que la universidad creó un protocolo respecto a la identidad de género.

Desde entonces, y en su rol de asesora parlamentaria de la diputada Claudia Mix, Constanza ha participado de la creación y promulgación de distintas iniciativas tales como la Ley de Identidad de Género, la Ley Gabriela, el proyecto de reforma a la Ley Antidiscriminación, y el proyecto de Ley de Derechos de Filiación, entre otros. Ha participado activamente de organizaciones de la sociedad civil, fue militante de Comunes (COM), y en 2017, como asesora legislativa de la organización Organizando Trans-Diversidades, expuso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre la situación de las personas trans y el derecho a la identidad de género en el país. Fue candidata a constituyente por el Distrito 7 y tras los resultados, se ha dedicado a visibilizar la falta de representatividad con la que cuentan las disidencias sexuales en la convención encargada de redactar la nueva Constitución; y es que, de los 155 representantes electos, solo 8 (cinco hombres homosexuales, una mujer lesbiana, una mujer pansexual y una mujer bisexual) son abiertamente disidencias, lo que equivale a un 5,2% del órgano total.

No hay en la convención, como enfatiza Constanza, ninguna persona trans, ninguna persona intersex, y solo una persona con discapacidad física. “Hemos avanzado en cuanto a representatividad; no solamente porque es primera vez que tenemos una Asamblea Constituyente para redactar una Constitución, sino que también porque nunca antes habíamos tenido una cantidad tan grande de candidatas y candidatos de la comunidad de las disidencias en elecciones municipales y constituyentes. Pero, aun falta mucho. Porque incluso las personas que salieron electas y que son de sectores más progresistas y de izquierda, que alcanzan los 108 constituyentes (y que superan los dos tercios además), no han planteado abiertamente lo que piensan en estas materias. ¿Cómo van a discutir entonces temáticas que para nosotras y nosotros son indispensables y que tienen que ser reguladas en la Constitución?”, explica. “No apuntamos a que la nueva carta sea un tratado o una biblia, pero sí que sea detallada y extensa en materias que históricamente nos han impedido avanzar, tales como la violencia, la discriminación, los crímenes de odio, los escasos derechos sexuales y reproductivos, los derechos de identidad, la igualdad de filiación y que todos puedan acceder a uniones civiles con los mismos derechos. Corremos el riesgo de que ciertas cosas se cataloguen como materia de ley y no de Constitución”.

De ahí, como explica la abogada y activista, la importancia de la representación. Porque de no haber personas que se enfrentan a estas problemáticas en su diario vivir, es probable que muchas demandas no se constitucionalicen. Pero considerarlas es, justamente, el primer paso para poder avanzar y que ese avance no dependa única y exclusivamente de la voluntad política. “Dentro del grupo de constituyentes electos, la gran mayoría, si bien se identifica y apoya, no ha participado en organizaciones sociales de la disidencia. Eso podría incidir en cómo se da el debate”, reflexiona.

¿Cuál es la importancia de contar con una representación sustancial amplia al momento de tomar decisiones o de elaborar políticas públicas?

En el momento de toma de decisiones, las experiencias de vida, la formación profesional, los valores y las emociones siempre van a tener algún grado de influencia. Por eso el lema feminista establece que lo personal es político y que todas las cosas que pasan en nuestras vidas tienen un grado de politización. Desde ese punto de vista, cuando hay un Congreso conformado por hombres blancos privilegiados, son pocas las problemáticas que se pueden plantear. Si no hubiera sido por las mujeres que salieron electas en el 2017 por la Ley de Cuotas, no se habrían discutido las problemáticas en materia de género que se empezaron a tematizar después. En ese sentido, quienes conforman la convención inciden directamente en lo que se elige legislar y de qué manera se legisla. A mayor diversidad y pluralismo, más amplias y menos sesgadas las demandas y prioridades. Y es que la diversidad te permite ver un espectro más amplio. Por eso, una representatividad sustancial amplia garantiza que se vayan a dar ciertas discusiones.

Por otro lado, la importancia de la representatividad también tiene que ver con cómo uno como individuo se ve representado y amparado. Imaginemos un Congreso con personas trans; eso claramente tiene una incidencia en la calidad de vida de niñas, niños o adolescentes que quieran realizar su tránsito, porque normaliza una realidad y entrega referentes. Esto es importante en cuanto a formación también; esos niños crecen viendo referentes de personas trans hablando con coherencia en la televisión, y eso sirve para informarse y desmitificar. No olvidemos que la mayoría de los crímenes de odio encuentran su raíz en la desinformación, el desconocimiento y el miedo. Normalizar esta realidad como cualquier otra le sirve a los niños trans y tiene un impacto en cómo realizan su tránsito pero también le sirve a aquellos que podrían ser potenciales discriminadores y, en consecuencia, sirve para disminuir los niveles de violencia.

Realmente cambia todo tener referentes desde chicos y por eso veo con cautela el escenario actual, en el que la representatividad de las disidencias sigue siendo casi nulo. De hecho, las principales vocerías políticas siguen siendo de hombres de sectores acomodados. Sigue estando presente la lógica de la exclusión.

Históricamente, además, no hemos contado con representación a nivel de Congreso y nunca hemos tenido a alguien de la comunidad LGTBIQ que haya decidido politizar su orientación sexual e identidad. Eso está bien, pero lo que pasa ahí es que si no se politiza, no contamos con esa representación. Nuestra estrategia desde las organizaciones ha sido entonces la de dialogar con la autoridad electa e intentar levantar un trabajo, pero no ha habido el compromiso, porque en definitiva se lo enfrenta como un tema valórico, o como si se tratara de posturas personales.

¿Cómo le sacamos la carga moral a estos temas para que se politicen, se colectivicen y no dependan de los valores individuales?

Esa es al día de hoy la gran lucha de las disidencias sexuales; no se trata solamente de lograr el igual reconocimiento de derechos, que ciertamente es fundamental, es hacer entender que se trata de derechos humanos y que por ende no debiesen estar sujetos a los valores individuales y la moral. La gran lucha es lograr desmoralizar estas demandas. Lo que pasa es que mientras la Iglesia Católica siga teniendo el poder y la influencia que tiene, de poder meterse en temas como lo sexual y lo reproductivo, no se puede avanzar tanto. Pero si me preguntas cómo desmoralizar, la única opción es construyendo una cultura de protección y promoción de todos los derechos humanos. Esto aun no se ha entendido, y el claro ejemplo es la violación a los derechos humanos que se vivió en dictadura y en el contexto del estallido social.

En general, tenemos una cultura democrática de derechos humanos muy pobre y la misma Constitución no era clara respecto al valor jurídico de los tratados internacionales en esta materia. En ese sentido, los argumentos religiosos han adquirido el mismo peso que los argumentos médicos y biomédicos. Y de fondo, siguen siendo argumentos que tienen que ver derechamente con prejuicios.

Muchas de estas demandas están recogidas en la lucha feminista. No se trata, de hecho, de luchas separadas. ¿Cuál es la importancia de esto?

Dentro del abanico del feminismo, efectivamente estas demandas están recogidas y son prioritarias, por eso participo en espacios feministas. El tema es que hay muchas demandas específicas que no se abordan y que para las disidencias son básicas, y eso lo hemos visto ahora a propósito de la propuesta de reglamento feminista para la convención.

Aun así, esto es responsabilidad clara de las fuerzas políticas, de no hacerse cargo de la ausencia de representatividad de ciertas luchas sociales. Si se hubiera llegado a una discusión más grande respecto a cómo representar los distintos grupos, habría sido distinto.

¿Cómo ha sido resistir en distintos rubros y espacios conservadores y mayormente masculinizados?

Ha sido complejo, especialmente porque crecí en Rancagua que es una ciudad muy conservadora en la que no se habló de ciertos temas durante mucho tiempo. En la universidad y luego ejerciendo como abogada, por suerte nunca viví situaciones de transfobia, aunque sí presencié muchos actos de violencia y situaciones de discriminación. Cuando trabajé en la Ley de Identidad de Género ahí sí hubo prejuicios, pero la verdad es que estas barreras las he sorteado siendo porfiada y luchadora. De ahí que elegí el nombre Constanza, por mi constancia. Y es que la única manera de lograr derribar el muro, es no parando.

Yo no tuve mucho apoyo familiar cuando empecé mi transición, y de hecho me fui de la casa, pero hace un tiempo me contactó mi padre. Así se van recomponiendo ciertos lazos que ayudan en la lucha. Y eso es lo que a veces no se entiende del todo; no es que una quiera estar peleando siempre, es simplemente lo que hay que hacer para que futuras generaciones no tengan que pasar por lo mismo. Yo he tenido que esforzarme el doble en muchas situaciones, igual que lo que viven las mujeres en ambientes masculinizados, que tienen que demostrar que son capaces y que muchas veces saben más que ellos. Todo eso requiere de mucho esfuerzo y se sortea con la lucha. Y todavía falta; muy pocas personas de las organizaciones sociales activistas ha llegado a espacios de poder, porque la política sigue siendo muy elitista. Y aun cuando ha habido reconocimiento y muchos avances, todavía hay deudas. La gente quiere sentirse escuchada y tomada en cuenta y mientras eso no pase, por más que tengamos voto obligatorio, va seguir reinando la misma sensación de desazón, una que yo también siento. Por eso sigo luchando contra una institución que no ha sido amigable con nosotras y nosotros.

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