Camila González: "Hago el ejercicio de sentirme regia. Creo que esa es la energía que uno debe trabajar, porque el mundo constantemente te dice que no lo eres lo suficiente".

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Lidiar con un concepto de belleza que responde a patrones casi inalcanzables ha sido un trabajo para Camila, quien creció sintiéndose diferente y explotando su lado intelectual como una manera de desviar la atención que el entorno le ponía a su aspecto físico.




"Creo que mi visión de la vida en general, y de mi propio cuerpo, está muy relacionada al hecho de que soy feminista. La última vez que fui delgada, delgada, fue cuando era chica, y tenía menos de diez años. Siendo adolescente, volví a adelgazar. Era verano y tenía a mucha gente dándome tips, porque ellos consideraban que ser flaca es ser bonita y que ser gorda es ser fea. Hay algo muy intrínseco en el ser humano, que constantemente rechaza lo diferente.

No tengo recuerdos de que la gente haya sido cruel, pero siempre tuve un cuerpo que no coincidía con el de mis compañeras y amigas. Lo bacán era que mi mamá constantemente me decía que era hermosa en mi forma de ser. Igual, uno de adolescente piensa que la mamá te dice esas cosas porque eres su hija, y eso hace mucho más difícil creer en sus palabras. La adolescencia es una etapa tan crucial donde uno experimenta tantos cambios que, aunque me lo dijeran, o aunque mi mamá realmente me encontrara bonita, mi físico me hacía ruido. Mis amigas realmente me querían hacer un favor al decirme que usara aros y que me encrespara las pestañas, pero eso siempre me generó rechazo porque venía como una imposición desde afuera. Lo intenté, pero no me acomodaba. No era yo.

Ser adolescente me costó. Soy gorda, tengo rulos, uso anteojos y siempre me decían que me vería más linda con el pelo liso, sin lentes y siendo más flaca. Me acuerdo que a los ocho años alguien me dijo que estaba más gordita. Y es heavy, porque uno desde esa edad va generando una conciencia de que tu cuerpo utiliza más espacio del que debería. Debe ser por eso que crecí focalizada en cultivar mi lado intelectual. Que me concentré en estudiar. Había una suerte de necesidad de dejar de lado mi cuerpo, de olvidarlo y ponerle más foco a otras cosas. En el último tiempo he estado haciendo un trabajo constante de cuidarlo, de moverlo, de hacer cosas con él. De quererlo, celebrarlo y no compararlo con otros. Uno habita la cabeza tanto como el cuerpo, y lograr esa conexión de poder sentir el cuerpo tanto como la cabeza y las emociones, es para mí el amor propio. Eso me hace sentir completa, porque no tengo nada que esconder.

Gracias a internet, y sobre todo a Instagram, he ido descubriendo otros modelos de mujeres que son geniales y que derriban esos estereotipos de que la mujer debe ser de una determinada manera. Yo, siendo activista feminista y participando en organizaciones como Ruidosa Fest o TRACC, me he rodeado de personas que realmente piensan que no solo son esas las opciones. Cuando me visto y una amiga me dice que me veo bien, sé que lo piensa de verdad. Obviamente hay veces en que me pongo ropa y me siento gorda o no tan perfecta como quisiera, pero creo que toda la gente lidia con eso permanentemente. Ni la mujer más linda del mundo se siente segura todos los días.

Hace un tiempo, participé de un proyecto en el que se convocaba a mujeres a derribar estas típicas imágenes de modelos, a derribar ese mito. Es un proyecto inglés que partió como una cuenta de Instagram pero que a estas alturas es una empresa que busca generar empleo para mujeres. La idea era mostrar otro tipo de mujeres, que no necesariamente calzaran con el prototipo que se muestra en los medios y la publicidad. Siendo como soy, nunca me he sentido identificada, porque no veo ahí a personas como yo. Eso me pasa también con el cine y la televisión, por eso hacer esto fue una experiencia increíble. Al principio me dio vergüenza, me costó, porque modelo no he sido nunca, pero fue hermoso darme cuenta de que estaba formando parte de un proyecto que tiene una mirada amplia, con fotos tomadas por mujeres fotógrafas de todo el mundo que tienen una mirada diferente de cómo uno debe verse, y donde las espinillas, las estrías y las arrugas no son un defecto. Al contrario, son cosas completamente celebradas.

Hago el ejercicio de sentirme regia. Creo que esa es la energía que uno debe trabajar, porque el mundo constantemente te dice que no lo eres lo suficiente. Al final da lo mismo la edad que tengas, siempre va a haber un producto que promete que te va a hacer ver más bella. Eso hace que nunca estés conforme, porque nunca vas a alcanzar la perfección. Siento que esa presión está muy presente en las mujeres, y por eso me esfuerzo todos los días en usar buenas palabras conmigo misma, porque uno no se da cuenta cómo en el cotidiano nos tratamos mal.

A veces, el peor juez de una, es una misma. Por eso, el amor propio para mí es una rutina de decirme todos los días que soy bacán, hermosa y que todo es realmente posible. Tengo cuidado, por ejemplo, con seguir en Instagram esas cuentas que te recomiendan productos para bajar de peso ¿Por qué tengo que ver eso todos los días si podría estar viendo a otras diez mujeres increíbles de todo el mundo que están luchando por lo mismo que yo y que también tienen días malos y buenos como uno? Creo que en el amor propio hay una cosa de auto cuidado, de protegerse. Eso es esencial.

Creo que si uno logra tener autoestima y amor propio, cuando llegan cosas desde afuera no duelen de la misma manera. Yo sé quién soy, y soy perfecta en mi imperfección. En este momento esto es y me celebro así. Me siento contenta con mi cuerpo, me encanta. No dejo de ponerme nada ni dejo de hacer las cosas porque otros piensen que no las debería hacer. No estoy de acuerdo con eso de que "no puedes usar peto porque tienes guata". Si quieres usarlo, úsalo, no hay nada que te detenga a hacerlo. Uno es su mejor versión en el momento en el que está. Cuando cambias la mirada y dejas de compararte con estereotipos inalcanzables, empiezas a ver la posibilidad de belleza en cualquier lugar. La vida se abre de posibilidades. Yo me pongo peto, me pongo bikini. Hay algunos días en los que me quiero tapar más, y otros en que me quiero sentir regia y lo hago. No tengo problemas con cómo me veo. Me lo repito y me lo repito. Hay un autor que dice que la gente fea es la gente que tiene malos pensamientos, y que al final la gente linda es la que tiene cosas positivas adentro. Yo también lo creo".

Camila tiene 26 años y es periodista. Trabaja en Ruidosa y haciendo fanzines en la Microeditorial Amistad.

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