Convivencia en pandemia: “No éramos amigas, pero sin decirlo llegamos a un acuerdo; nos íbamos a acompañar en todos nuestros procesos”




“En marzo del año pasado me fui a vivir al departamento de una conocida de una amiga. Nos habíamos visto un par de veces previo a eso, pero en esas pocas instancias de interacción enganchamos al tiro y reparamos en el hecho de que compartíamos una visión de mundo. Habían pequeñas cosas, entre acciones, gestos y comentarios, que delataban que teníamos mucho más en común de lo que nos podíamos llegar a imaginar, viniendo de grupos totalmente distintos. Así, el fin de semana previo al encierro total, me cambié a su departamento. Nunca imaginamos lo que se vendría después.

Mi cambio de hogar coincidió, por esas cosas de la vida, con un profundo proceso de autoconocimiento. Había retomado la terapia hace unos meses y estaba consciente de que habían heridas que tenía que sanar, o al menos enfrentar, y fue algo que le dije desde el primer día a mi nueva conviviente. Me di cuenta después que quizás fue un poco egoísta de mi parte asumir que era ella la que se tenía que adaptar a mis cambios de humor –que ciertamente le advertí que ocurrirían– más que proponerme a mí misma no contaminar el hogar. Pero yo estaba pasando por un momento muy difícil y hay cosas que quizás no logré dimensionar. Fue ella, de hecho, la que me dijo un día que no tenía por qué ser la receptora de mis cambios de humor, que estaba ahí para ayudarme pero que yo tenía que poner de mi parte y considerarla. Se lo agradecí al día siguiente, porque me hizo darme cuenta de que ambas estábamos pasando por lo nuestro, viviendo una pandemia, y que no era justo que a ella le llegaran de rebote las secuelas de mi malestar. Así como ella probablemente había hecho el esfuerzo para que su malestar no me impactara de sobremanera a mí.

Cuando pienso en esta convivencia, pienso en la historia de dos mujeres viviendo juntas un encierro y revisando, cada una por su lado, sus traumas y trancas. Cada una viviendo sus propias historias y procesos reflexivos. No éramos amigas de antes, pero creamos un vínculo que va durar de por vida, de eso estoy segura.

Es curioso cómo se dan las relaciones entre mujeres. La primera noche que llegué al departamento nos propusimos que ese sería nuestro año. Cocinamos juntas, invitamos a amigos, tomamos vino y nos confesamos que habíamos estado tristes mucho tiempo y que queríamos aprovechar la situación de convivencia para revertir eso y hacer muchas fiestas y pasarlo bien. Nunca imaginamos que habían otros planes a nivel global y que el año y medio que convivimos estaría marcado por toque de queda, cuarentenas y momentos de reflexión y soledad. No hubo mucha fiesta y euforia. Por lo contrario, hubo una profundización de nuestros procesos internos y, como si hubiéramos llegado a un acuerdo tácito pero sin decirlo realmente, un acompañamiento mutuo durante la adversidad. Teníamos la ilusión de que ese año sería distinto, pero de un día para el otro nos vimos encerradas. Y junto a eso, florecieron todas nuestras emociones hasta entonces contenidas.

Yo, por mi lado, no lo habría soportado sin ella. Y ahora que lo pienso, agradezco cada uno de los gestos que durante ese tiempo me hicieron sentir contenida y abrazada, y que quizás en su minuto no pude identificar. Nunca voy a olvidar un día de mucho estrés, en el que me quedé hasta la madrugada trabajando en mi pieza y ella se despertó para hacerme un snack de media noche, con frutos secos y chocolates. Otra vez, mientras leía en la salita de estar un domingo por la mañana, me puse a llorar de la nada, como si hubiese permitido al fin que mis emociones embotelladas salieran a la superficie; con ese nivel de intensidad. Y ella me sostuvo en sus brazos durante un tiempo. No nos dijimos nada, simplemente seguí llorando abrazada. Y ni siquiera fue necesario abordarlo al día siguiente; ambas sabíamos que ese momento quedaría ahí y que si una de las dos necesitaba volver a repetirlo, lo diríamos. Yo hice lo mismo por ella varias veces, en las que el agobio ya era mucho y no sabíamos qué más hacer.

Ese es el tipo de amistad que fuimos construyendo; una de mucha ayuda, contención y entendimiento mutuo. Una amistad forjada en la adversidad y en circunstancias poco habituales. Una amistad circunstancial, que probablemente, de haber sido otro el contexto, habría sido muy distinta. No nos tocaron las anécdotas de las fiestas, de los viajes que teníamos planificados o de las salidas a comer. Pero vivimos situaciones que dieron paso a un vínculo poderoso que se sostiene hasta ahora. Desde que me fui de la casa, nos hemos juntado una vez a la semana a conversar y contarnos cómo van nuestros procesos. Y es divertido porque no vivimos la misma vida, pero estamos al tanto la una de la otra y nos preocupamos de ir monitoreando cada uno de nuestros pasos.

Si a veces pasamos un tiempo sin hablar, nos escribimos y con pocas palabras entendemos de inmediato en la que estamos. Muchas veces, de hecho, nos respondemos algo como; ‘no puedo hablar ahora porque estoy en esta’, y basta con eso como para entender a lo que nos referimos. Este vínculo creado en pandemia, casi forzado, es muy hermoso; nos encontramos en una situación inédita y sacamos una incondicionalidad y un compañerismo que difícilmente se va a quebrar. No se trata de una amistad de años, ni de anécdotas compartidas –aunque ciertamente hubo mucho humor y delirio entre medio–, ni de bagaje o historial. Se trata de una circunstancia y de un entendimiento que traspasa todo lo demás”.

Fabiola (31) es historiadora de arte.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.