Cultivando la paciencia

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Paciencia. Cómo hemos tenido que trabajarla estas últimas semanas. Y cómo, al parecer, tendremos que seguir trabajándola hasta quién sabe cuándo. Aunque debiera ser una virtud que deberíamos trabajar todos los días, lo rápido que gira el mundo hace que casi todos carezcamos de ella. Queremos que la cola del supermercado o del banco sea rápida, que no haya taco, que los niños terminen sus tareas rápido, que el deporte sea eficiente, que la enfermedad se pase luego, que la pena no dure y que el cansancio no aparezca.

La vida nos ha enseñado a no saber esperar, a recibir todo de inmediato y a sentir que tenemos el control de todo. Si no ocurre rápido eso que deseamos viene la frustración y el sufrimiento. Qué poco nos han enseñado a ser pacientes y qué difícil que es cultivarla en un mundo que pide lo contrarío: vivir arriba de una rueda que gira a toda velocidad. Ahora, sin embargo, quizá por primera vez estamos frente a la necesidad de cultivarla y vivirla día a día para poder bajarnos de esa rueda y realmente conectar con la esencia. Quizás sea este uno de los grandes aprendizajes que ganaremos de todo esto.

La paciencia es un valor y una virtud. No es algo que se tenga por naturaleza, sino que se trabaja y adquiere. Del latin pati que significa sufrir, la palabra patiens se introdujo a nuestro idioma como la palabra paciente para llamar a aquellas personas que sufrían en los hospitales. Si logramos reflexionar desde este significado, esta palabra viene a iluminarnos, porque es la paciencia la que se transformará en la esperanza de adquirir una nueva actitud que nos ayudará a soportar y sobrellevar de la mejor manera posible estos momentos difíciles, consiguiendo de alguna manera sacar algún bien de ellos.

Aristóteles la definía como el punto medio que logra mediar las emociones extremas. A través de ella logramos sobreponernos a los sufrimientos, a las enfermedades o a las situaciones de crisis que nos presenta la vida. No hace falta darse tantas vueltas para darnos cuenta de que hoy en día más que nunca necesitamos trabajarla y conquistarla. Diariamente, hora a hora y día tras días.

Estamos en una situación única, llena de incertidumbres y expuestos a una vulnerabilidad inmensa, viendo desde lejos cómo todo aquello que construimos y sentíamos seguro se siente amenazado. Nuestra vida familiar, nuestra salud, e incluso ver de nuevo a nuestros seres queridos, a quienes ahora solo vemos a través de la pantalla, deja de ser una certeza. No sabemos qué va a pasar y eso nos tiene sufrientes ante una realidad que necesitamos enfrentar con paciencia. Y aunque suene simple y lógico decirlo, me atrevería a cuestionarme si estamos realmente viviendo estas semanas a través de la paciencia, porque finalmente es ella la que nos dará ese punto medio y ese equilibrio que necesitamos en nuestras emociones y en nuestra vida.

Creo que no ha existido un solo día desde que comenzó el confinamiento que no sienta angustia por no saber cuándo ni cómo terminará esta historia. Frustración cuando veo las listas de tareas y actividades que manda el colegio y que ahora en teoría dependen de mi tiempo. Cansancio cuando me doy cuenta de que necesito tiempo para trabajar y atender a través de video llamadas, que colapsan y se cortan. Aburrida de repetir día a día la misma rutina y desesperada al ver que poco a poco la diferencia entre el fin de semana y la semana se desdibuja. Miedo de perder a algún ser querido o a ser yo la que no tenga cama en la UCI si me enfermo grave.

Estamos en una situación difícil e incierta. Y es en estos momentos difíciles cuando la tan ansiada paciencia nos ayuda a enfrentarlos. Ella logra regular los pensamientos y nos permite bajar revoluciones y expectativas. Nos ayuda a no exagerar y ver los hechos de manera proporcionada y desde otra perspectiva. Nos ayuda a respirar profundo y enfocarnos solo en eso, en que nuestro cuerpo vuelva a la calma. Nos ayuda a ser coherentes con nuestras visiones para no exigirnos al extremo, porque sabemos que no vale la pena y que eso nos enferma. Nos permite escribir, pintar o dibujar nuestra angustia para poder procesarla y actuar desde ahí y no desde la desesperación que sentimos. Es la paciencia la que nos ayuda a poner nuevamente todo en equilibrio y elegir día a día lo que nos hace bien. Es la paciencia la que nos hace sentir que podemos enfocarnos en que cada día tenga su afán. Ella nos permite repensar dónde queremos poner nuestra energía.

Necesitamos reflexionar sobre nuestra sobre exigencia y cómo soltarla, porque esto se trata de vivir siendo pacientes con nosotros mismos, con nuestros hijos y con el universo, que tiene sus propios tiempos. Es muy difícil ser la profesora de nuestros niños, la mujer ocupada que trabaja, la que tiene la casa ordenada, la que cocina, la que desinfecta y la que entretiene a sus hijos cuando están aburridos. ¿Qué necesitamos dejar ir? ¿Cómo encontramos la paciencia que nos permitirá poner todo en equilibrio? Necesitamos soltar algunas cosas y poner el foco en lo esencial. Nosotros decidimos qué soltar y cómo. Ser pacientes no significa acostarse a esperar que las cosas pasen, sino elegir cómo quiero vivir este difícil momento con el fin de sacar lo mejor de él, para nosotros mismos y los que nos rodean.

Seamos pacientes. No apuremos nuestros procesos ni los de nuestros niños, ellos también están angustiados y cansados. Enseñémosles a ser pacientes siendo nosotros su modelo. Aprovechemos cada día para conectarnos con lo que nos hace feliz y con lo que nos permite estar bien. Bajemos nuestras expectativas de cómo vivir esta época y permitámonos soltar todo aquello que nos hace mal: estudios, tareas, WhatsApp, noticias. Estemos con nosotros mismos y con nuestros hijos pacientemente. Aprendamos a sufrir con paciencia, porque sin duda el tiempo y las certezas que antes teníamos ya no dependen de nosotros.

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