Emprendedores y crisis: "El Covid-19 fue un golpe tan duro, que bajamos la cortina hace una semana"

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Cuando Nicole Saa (32) y su marido decidieron abrir una cafetería en Santiago Centro a mediados del 2019, sabían que se venía por delante un año lleno de trabajo y desafíos. Y es que sacar adelante un negocio no es tarea fácil. Según datos de la fundación Independízate, ocho de cada diez emprendimientos en Chile no logran superar el primer año de funcionamiento. Pero a pesar de que el panorama para los nuevos negocios es difícil, Nicole nunca se imaginó que se enfrentaría a un mes de manifestaciones sociales, enfrentamientos entre militares y transeúntes a metros de su local y luego una pandemia que la tendría con el derecho de llaves de su cafetería La Fortuna a la venta, a menos de un año de haber inaugurado.

"Mi marido es dueño de un restorán en la calle Catedral y en mayo del año pasado decidimos abrir una pequeña cafetería en el mismo sector. Estudié administración de empresas y la idea de este nuevo proyecto era que yo me hiciera cargo. Encontramos un local a dos cuadras del negocio de él que había sido un mini-market y lo remodelamos completo para convertirlo en la cafetería.

Cuando lo recibimos, el espacio era un desastre. No solo en lo estético, sino que a nivel de higiene también. Necesitaba una limpieza profunda y reparaciones que tuve que hacer yo misma con la ayuda de maestros. Sacamos basura, escombros. Fueron semanas de muchísimo trabajo. Pero a pesar de que la carga era monumental, la enfrenté con toda la energía porque nunca me había hecho cargo de un proyecto así. Por primera vez me tocaba dedicarme a lo que había estudiado, contactando proveedores, gestionando a los empleados y, si bien fue difícil mantener el equilibro, todo era parte del proceso de aprendizaje y me hacía mucha ilusión.

Mi marido, que ya tenía experiencia en la implementación de un local de comida con el restorán, me ayudó con los presupuestos y yo me encargué de todos los detalles. Invertimos en vitrinas para exponer los productos de repostería, en máquinas nuevas para vender helados artesanales en el verano, en muebles especiales para la preparación de los productos y en refrigeradores. Supervisé hasta el último detalle: incluso me aseguré de que los colores de la pintura fueran los indicados porque quería que La Fortuna fuera un espacio bonito, una cafetería a la que los clientes quisieran llegar.

Al principio todo resultó. Los primeros meses, las ventas iban bien, pero con el estallido social en octubre las cosas empezaron a cambiar. El ánimo era diferente, la gente estaba asustada y los clientes parecían preocupados de ser más cuidadosos con el dinero por la situación que vivía el país. Si durante los meses buenos nosotros vendíamos 30 tortas a la semana, después de octubre pasamos a vender solo ocho. Y después llegamos a cuatro. Los clientes comenzaron a reclamar por los precios y se notaba que la gente andaba mucho más agresiva. Con rabia que además desquitaba en nosotros.

En el sector empezó a haber mucha competencia, pero ni si quiera con eso los demás negocios lograron repuntar. Durante el estallido social se armaron barricadas y los locatarios tenían mucho miedo de que asaltaran los negocios durante las manifestaciones. Además de que el flujo de público bajó enormemente. No solo porque cerraron el metro, sino que porque ya casi no circulaba gente en las tardes. Nos ha tocado súper duro, demasiado duro. Santiago Centro es una comuna demasiado afectada. Durante octubre había una especie de enfrentamiento entre la gente que estaba sentada en el local y los militares. Se convirtió en un territorio conflictivo e intimidante.

Ahora con el Covid-19 nos llegó un nuevo golpe. Dos días antes de que se decretara la cuarentena, se me pasó por la mente la idea de implementar un sistema de delivery para el local y aumentar así las ventas. Pero cuando la autoridad anunció que debíamos quedarnos en la casa, realmente me preocupé. Pienso que el riesgo es demasiado alto para mí y para las personas que trabajan conmigo. Además, me entristece la idea de estar sola en el local esperando un llamado para un pedido al día –que puede que no llegue– viendo la calle completamente vacía afuera. Sobre todo porque este siempre ha sido un lugar alegre, lleno de gente y de vida.

Por eso en marzo se terminó todo. Bajé la cortina hace una semana y media y el derecho de llaves del negocio está en venta. El último día que abrimos yo estaba muy nerviosa. Quería que todos los chicos que atienden se fueran a la casa para que nadie se contagiara. Fue triste, porque no sabía cuándo iba a volver a ver a mi equipo. A los pocos días decidimos que íbamos a vender.

Ya no tenía ningún sentido tener el local abierto porque no alcanzábamos ni siquiera a pagar el piso con las ventas que podíamos hacer. No alcanzaba para pagar los sueldos de los trabajadores y cumplir con los gastos. Hicimos los cálculos y nos dimos cuenta de que nos conviene más tener cerrado y no generar nada que seguir intentando, aún cuando tenemos los permisos y las autorizaciones sanitarias operar durante la crisis. Porque además de la plata, se corre un riesgo de salud grande.

Nuestro plan ahora es enfocarnos en el restorán. De ese local, además, dependen muchas personas que trabajan en la cocina y atendiendo. Y el objetivo es levantar ese negocio para el bien de todos nosotros".

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