Eco ansiedad: el miedo a que no exista un futuro




“No quiero que sientas esperanza, quiero que sientas pánico. Quiero que sientas el miedo que siento yo todos los días y actúes”, dijo hace unos años la activista sueca Greta Thunberg, en un discurso frente al Foro Económico Mundial que dio vueltas al mundo. En él, logró conmover y sensibilizar a las masas, al transmitir un miedo y una angustia personal que conectó con esa preocupación colectiva que sienten especialmente las generaciones más jóvenes.

En Netflix existen por lo menos una decena de documentales que hacen un llamado de emergencia al respecto; documentales que, de verlos, deprimen. Desde Seaspiracy y The Plastic Ocean, que muestran los efectos de la contaminación del mar por el plástico y las industrias pesqueras, hasta aquellos que denuncian a la industria de carne, de ropa y otros consumos humanos de un sistema de producción que está acabando los recursos naturales a pasos agigantados. La angustia que produce el contacto con esa realidad tiene un nombre: Eco ansiedad. Es un trastorno psicológico reciente, que afecta a un número cada vez mayor de personas, que se preocupan por la crisis medioambiental. Una preocupación que genera rabia, desesperanza e incluso cuadros ansiosos frente a las devastadoras imágenes y cifras que circulan a diario sobre el calentamiento global, las islas de plástico, la deforestación de bosques nativos y la extinción inminente de algunas especies. Conversamos con tres jóvenes que padecen este estado eco ansioso y que nos cuentan qué los agobia y desconsuela y qué hacen al respecto.

El ingeniero comercial Sebastián Baraona trabajó en 2004 como guardaparques en la reserva Parque Pumalín Douglas Tompkins, porque quería estar más cerca de esa naturaleza imponente del sur de Chile, que tanto le gusta. Pero tras recorrer la Carretera Austral empezó a enterarse por sus propios habitantes cómo estaban cambiando los deshielos, derritiéndose los glaciares y reduciéndose cada vez más esos bosques nativos. Al saber que ese paisaje que amaba estaba desapareciendo a una velocidad abismante se gatilló en él una desesperanza y ansiedad que permanecen hasta hoy. “Leí, además, un libro que se llama ‘La tragedia del bosque chileno’, que muestra la crisis de la naturaleza, que partió en los años 70 con las talas e incendios y que se convirtió en algo voraz. Incluso muchos años después de esas talas todavía los bosques no son capaces de recuperarse, muy por el contrario, esos hoyos gigantes que se usan para la producción de madera y ganadería se están ampliando. Entender ese proceso me genera mucha angustia. Lo que siento específicamente es desesperación, de estar viviendo en Santiago mientras toda esa naturaleza está desapareciendo, que ni yo ni mis hijas ni mis nietos vamos a disfrutar. Entender que va a seguir pronunciándose genera una desesperanza bien fuerte, que es difícil de entender”.

Una preocupación similar siente la periodista Javiera Arrate. En 2020, tras el inicio de la pandemia, decidió dejar Santiago y se asentó en el balneario de Pichilemu, para estar más cerca del mar; lo que más ama en el mundo. Por lo mismo, al saber del daño que el uso del plástico le está causando a los océanos, ha desarrollado una verdadera obsesión por el reciclaje. “Acumulo varias cosas, como un mal de Diógenes, tengo la casa llena de cosas plásticas que recojo en la calle. Hago ladrillos ecológicos y ni siquiera sé si sirven. Siento angustia y ansiedad a diario por esta temática, es algo de lo que hablo harto con mis amigos. Lo que más me desespera es cuando veo los basureros de la gente, de mis vecinos, de mis amigos. Bolsas llenas de latas, cartones, plásticos; pienso en todos esos plásticos yéndose al mar. No logro bajar esa angustia, trato de conectarme harto con la naturaleza, pero no lo logro”. Sebastián, en tanto, a veces incluso llega a pensar que la única solución es la extinción del ser humano. “Es lo más positivo que se me ocurre a veces, nuestra propia extinción. Imagínate la desesperanza que oculta una declaración como esa.”

Pero la tensión y el pesimismo no son las únicas repercusiones que tiene la preocupación por el medioambiente. Ese estado eco ansioso ha generado en muchos, también, la voluntad de intentar hacer algo al respecto, de activarse, tal como Greta Thumberg hizo al llevar a cabo el movimiento estudiantil #fridaysforfuture, que mueve a niños y adolescentes de todo el mundo a manifestarse por el medioambiente. La estudiante de diseño y activista por los derechos humanos Karin Watson, es una de esas personas que ha convertido el miedo por el futuro en cambios concretos. Tal como Greta, comenzó su activismo a los 12 años como voluntaria en Greenpeace y desde entonces ha fundado y sido parte de distintas ONGs y campañas. “Me angustia ver cómo seguimos hablando, discutiendo, pero no se toman medidas significativas. Mi mayor desesperanza la viví al final de la Cop25, a la cual asistí, porque quedó en evidencia que no hay un sentido de urgencia al respecto. Pero mi angustia es también movilizadora. Digo ‘esto está pasando y hay que hacer algo’. Así logro calmarla, organizándome”.

Sebastián, a su vez, intenta superar esa angustia y llevar un mensaje positivo a sus hijas, enseñarles sobre la importancia de cuidar el medioambiente a esta nueva generación. “Trato de ir harto a la naturaleza, conectarme con la tierra, literalmente meter las manos a la tierra, en mi huerto, e involucrar a mis hijas en ese proceso. Verlas participar y aprender sobre la naturaleza me frena esa angustia”. Karin también logra encontrar en su entrega a esta causa algo de calma. “Tengo esperanza de que esta situación cambie. No creo que vaya a revertirse, vamos a tener que adaptarnos como sociedad. Pero tenemos que pegarnos el alcachofazo de que es urgente, que tenemos que cambiar para que no siga pasando”.

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