Eduquemos a las niñas para el cambio climático

Aunque hace mucho tiempo -y cada vez con más fuerza- estamos viendo las consecuencias del cambio climático, todavía no se vislumbran las reacciones esperadas, por lo que surge la pregunta: ¿cómo se puede ayudar realmente? Existe, dentro de las posibles respuestas, una que hasta el momento no ha recibido la atención que merece; educar a las niñas.




Cada cierto tiempo hay un evento catastrófico que da paso a alarmantes titulares, los que rápidamente dan la vuelta al mundo y nos recuerdan que el cambio climático es una realidad y que sus consecuencias son devastadoras para la humanidad. Y pese a que ocurren cada vez más frecuencia y fuerza, todo indica que las alarmas no son lo suficientemente fuertes.

Actualmente son los graves incendios que están devastando la costa oeste de Estados Unidos. Un fenómeno nunca antes visto por su tamaño, velocidad y por la cantidad de focos simultáneos en los que se ha multiplicado. Tanto así, que incluso el presidente Donald Trump, gran negador del cambio climático, se ha trasladado a la zona, permitiendo que la campaña electoral se permee con la temática medioambiental. Pero en 2019 fueron los incendios en Australia y en el Amazonas; el huracán María que devastó a Puerto Rico; y el Dorian que azotó las Bahamas.

Las consecuencias las estamos viviendo hace mucho tiempo, pero todavía no se vislumbran las reacciones esperadas, por lo que surge la pregunta: ¿cómo se puede ayudar? Existe, dentro de las posibles respuestas, una que hasta el momento no ha recibido la atención que merece: educar a las niñas.

Así lo destacó en 2018 la escritora afgana, Shabana Basij-Rasikh. “Asegurarse de que todas las niñas alrededor del mundo puedan ir al colegio las ayuda a ellas y a sus familias, pero también beneficia al mundo entero”, dijo en la Charla TEDx en la que participó. “Educarlas es una de las formas más rentables y de alto impacto para que cada nación en la tierra luche contra las crecientes temperatura y los cambios atmosféricos que nos amenazan a todos. Es una realidad simple y básica”, puntualizó Shabana.

En este mismo horizonte, está el estudio que se llevó a cabo en 2017 por un grupo de científicos, investigadores y líderes mundiales, que se enmarcó en el proyecto titulado Project Drawdown. Este esfuerzo multidisciplinario arrojó como resultado 100 medidas perfiladas como las soluciones más sustanciales para combatir el cambio climático. Con el énfasis puesto en reducir (“drawdown”) la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, se elaboró una lista de 80 medidas inmediatas y prácticas que pueden limitar las emisiones. Dentro del listado, educar a las niñas estaba en el puesto número seis.

Pongámoslo en perspectiva; mucho hemos escuchado hablar respecto de la energía renovable o la electromovilidad como herramientas claves a la hora de reducir emisiones y combatir el cambio climático. Aun así, estas iniciativas se encuentran listadas como la décima solución, cuatro puntos más abajo que educar a las niñas. ¿Por qué? El estudio postula que “la educación mejora la vida de niñas y mujeres, pero también es una poderosa solución para reducir emisiones, frenando el crecimiento de la población. Las mujeres con más años de educación tienen menos hijos y más sanos. Además, acceden a mejores empleos y se convierten en actores activos del crecimiento económico”.

Son, de hecho, las niñas y las mujeres las que se ven mayormente afectadas por las consecuencias del cambio climático. Son ellas quienes se están expuestas a mayores riesgos de salud y seguridad cuando, por ejemplo, los sistemas de agua y saneamiento se ven comprometidos. Además, como bien se ha visibilizado en el contexto actual de pandemia, son las mujeres las que asumen una mayor carga de trabajo doméstico y de cuidado cuando no hay suficientes recursos.

Chile, por su parte, es también una de las naciones más vulnerables frente a las catástrofes climáticas. El país cumple siete de nueve criterios de vulnerabilidad fijados por la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC). Estos son de carácter geográfico: áreas costeras de baja altura; zonas áridas y semiáridas; zonas de bosques; propensión a los desastres naturales; ecosistemas montañosos; sequía y desertificación; y zonas urbanas con contaminación atmosférica. Asimismo, el carácter demográfico desigual también aumenta estas vulnerabilidades.

“El vínculo más básico que tienen las mujeres con el cambio climático es que son ellas las que se ven desproporcionadamente más afectadas por sus consecuencias. Esto se debe a las vulnerabilidades a las que se enfrentan día a día debido a la desigualdad de género y a la sociedad altamente patriarcal en la que vivimos. Las mujeres se enfrentan a una mayor cantidad de barreras económicas, sociales y políticas, sobre todo quienes viven en la pobreza. Esto limita sus capacidades para enfrentarse a una catástrofe”, señala la brasileña Renata Koch, directora de EmpoderaClima, plataforma educativa que tiene como objetivo lograr que el contenido sobre igualdad de género y acción climática sea más accesible para los jóvenes del hemisferio sur, especialmente en Latinoamérica.

“La brecha de género es muy grande y abarca muchas áreas. El cambio climático es una más de ellas. Yo lo veo en dos dimensiones: está la de vulnerabilidad, que es el hecho de depender de los recursos naturales pero no tener igualdad de acceso a estos, y por otro lado el hecho que son las mismas mujeres las que están en primera línea combatiendo el cambio climático en sus comunidades. En Latinoamérica, por ejemplo, son las mujeres las que en áreas rurales tienen roles críticos para asegurar los recursos para sus familias. Lo lógico es que formen parte de la toma de decisiones, a nivel local y nacional. Al final, son ellas las que están experimentando estos impactos en primera persona y deberían tener el espacio para ser parte de la solución”, dice Koch.

Brookings Institution elaboró un estudio en 2017 que revela que existe una fuerte correlación entre la educación de las niñas y la vulnerabilidad climática. La investigación comparó esta relación en 162 países y encontró que por cada año adicional de escolarización que recibe en promedio una niña, la resistencia de su país a los desastres climáticos mejora en 3,2 puntos. “Para empezar, cuando las niñas y las mujeres están mejor educadas y son incluidas dentro de la toma de decisiones en todo nivel, sus familias y sus comunidades se vuelven más resilientes y adaptables a eventuales catástrofes económicas o medioambientales. Están más preparadas para planificar, enfrentar y resurgir luego de un desastre climático. Ignorar ambos -el impacto del cambio climático en las mujeres y la incidencia que tienen éstas sobre las soluciones relacionadas con el clima- es una amenaza que podría impedir el progreso hacia los factores clave de desarrollo como el fin de la pobreza, la expansión de la educación de calidad, la igualdad de género, el fomento de ciudades sostenibles y productividad agrícola”, plantea el estudio, que además propone como tres ejes temáticos promover los derechos reproductivos de las niñas; invertir en su educación para fomentar la participación y el liderazgo en materia climática; y desarrollar sus aptitudes en relación a economías verdes.

Si educar a las niñas es una de las formas más rentables y de mayor impacto para combatir el cambio climático a nivel global, ¿por qué no se habla más sobre esto? Porque esta brecha no es tan evidente dentro de las naciones occidentales, donde por lo demás se desarrolla la discusión sobre el cambio climático. Pero un estudio realizado en 2016 por la Unesco, revela que hay actualmente 130 millones de niñas en el mundo que no tienen acceso a educación.

En esta línea es que la Fundación Malala busca incorporar la educación de las niñas dentro de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC por sus siglas en inglés) enmarcadas en el Acuerdo de París que se puso en marcha este 2020. “Las estrategias climáticas de los países están perdiendo en gran medida una solución clave: la educación de las niñas”, señala la fundación a través de un comunicado que adelanta un estudio que lanzarán en conjunto con Brookings Institution para la Vigésimo Sexta Conferencia de las Partes (COP26) que se llevará a cabo en Glasgow en 2021.

Como explica Koch, es muy importante que todos los países incluyan temáticas de género en sus planes nacionales y NDC’s. “Ya hemos visto que el nexo entre igualdad de género, acción climática y liderazgo femenino es fundamental. No habrá justicia climática sin justicia de género”.

¿Qué pasa en Chile?

A nivel local, la tasa de escolarización es de las más altas de la región. Según el perfil Siteal de la Unesco, en 2015 el 98,8% de los niños y niñas de 6 años asistía al colegio. Asimismo, no pareciera existir una gran brecha dentro de la escolarización. Pero esto no es así. “En Chile se hacen menos evidentes las diferencias, debido a que tenemos una taza de escolarización bastante alta. Sin embargo, en nuestro país todavía no existen las mismas oportunidades para mujeres y hombres de entrar a las esferas de poder y participar en la toma de decisiones frente a temáticas tan relevantes como el cambio climático. Esto es algo a lo que debemos apuntar en Chile y en el mundo. Pese a que somos las mujeres las más afectadas por el cambio climático, siguen siendo los hombres los que toman las decisiones al respecto”, dice Juanita Silva, directora de la Fundación Tremendas y jefa de Gabinete del Champion de la COP25, Gonzalo Muñoz, quien ha estado trabajando de cerca las temáticas de género vinculadas al contexto del cambio climático. “Es interesante, porque si bien las mujeres son las más afectadas por el cambio climático, la solución también viene desde las mismas mujeres”, cuenta SIlva.

En el Atlas de Género elaborado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), se revelan las brechas que existen en nuestro país dentro de la cúpula de toma de decisiones. Los geodatos arrojan que hay 20,4 puntos porcentuales de diferencia en la participación de mujeres y hombres en el Poder Judicial, 54,8 puntos porcentuales de brecha en el porcentaje de mujeres electas en la Cámara de Diputados y 47,8 puntos porcentuales en el Senado. Todos datos recopilados por el organismo en 2017. “Se hace evidente la baja representación que tienen las mujeres en cargos públicos. Y pese al cambio que hubo recientemente por la Ley de Cuotas, sigue siendo baja la representación en comparación a la región”, explica Johanna Arriagada, quien forma parte del departamento de Cambio Climático del Ministerio de Medio Ambiente.

“En la oficina de cambio climático hace tiempo venimos trabajando las problemáticas de género. En 2017 levantamos un proyecto, con apoyo del PNUD, que buscaba integrar el enfoque de género en las Contribuciones Nacionalmente Determinadas y nos permitió hacer un análisis para identificar cuáles son las brechas. Y lo cierto es que tenemos brechas que son en mayor parte culturales y también de conocimiento. Sabemos que hay que integrar enfoque de género, pero no sabemos cómo hacerlo. Y ese es el camino en el que hemos estado trabajando”, dice Arriagada.

A pesar de que los espacios que habitan las mujeres dentro de temáticas como el cambio climático son escasos, ha quedado demostrado que son ellas las que presiden las temáticas medioambientales. “Las mujeres están perfectamente preparadas, pero siguen faltando los espacios de participación en los cargos de alta dirección, que sea de una forma culturalmente más abierta. Si uno ve el actual gabinete de ministros, es evidente”, señala Arriagada.

El conocimiento es, según concuerdan los especialistas, la herramienta que puede convertir a las niñas en los agentes de cambio que necesitamos para abogar por el desarrollo sostenible y el cuidado del medio ambiente. Cuando las niñas reciben una educación, están en una posición única para ser parte de la lucha contra el cambio climático. Y para eso, se necesitan medidas a largo plazo que garanticen que las futuras generaciones de niñas puedan acceder a una educación que las potencie y que les de la confianza necesaria para liderar la acción climática y el desarrollo sostenible.

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