El mito del sexo

¿Las mujeres y hombres jóvenes tienen realmente tanto sexo como dicen? ¿Y esas personas que andan por la vida tan seguras son iguales en la intimidad? La periodista australiana Rachel Hills se hizo estas y otras preguntas para investigar cuánta verdad y cuánto engaño hay entre lo que se dice y se hace en la cama. El resultado es The Sex Myth, un libro que echa por tierra varios mitos del sexo.




Paula 1185. Especial Belleza, sábado 24 de octubre de 2015.

Empezó como una sospecha. La duda interna que le suscitaba el hecho de escuchar, una y otra vez, de amigos con los que hablaba en confidencia –como su amiga mónica, una mujer desenvuelta, divertida y exitosa, quien le confesó que no tenía sexo hacía 2 años–, toda clase de inseguridades, miedos e incomodidades en torno al sexo, que a su vez hacían eco en sus propios sentimientos, y, en paralelo, convivir con una cultura hipersexualizada donde las revistas, las series y los sitios de internet aseguraban que la gente joven estaba gozando en la cama más que nunca.

La periodista autraliana Rachel Hills (33), colaboradora habitual de revistas como Vogue, Time y Cosmopolitan, sentía que había allí un desfase y decidió abocarse a investigar lo que luego llamó "la brecha entre nuestras fantasías y la realidad", el subtítulo de su libro The Sex Myth (El mito del sexo), que publicó en agosto.

Para su investigación, Hills entrevistó a más de 200 personas de Australia, Canadá, Estados Unidos y Reino Unido, principalmente parte de la generación conocida como los Millenials (nacidos entre 1980 y comienzos de 2000). Hombres, mujeres, transgénero; hetero, homo o bisexuales; de diferentes nacionalidades, religiones y estratos sociales; desde gente introvertida o nerd hasta desenvuelta, popular y sexy: lo que tenían en común todos era la sensación interna de que algo estaba mal en las historias que circulan en torno al sexo. Se sorprendió de la cantidad de personas que se ofrecieron a participar al enterarse de su investigación por amigos o conocidos: casi mil personas, mucho más de lo que podía abarcar. "Fue la confirmación de que no estaba sola en mis preocupaciones. Parte de mi motivación para escribir el libro fue la sensación de incomodidad e inseguridad que sentía con mi propia vida sexual, el aislamiento que me generaba", dice Rachel Hills desde Estados Unidos.

El germen de la investigación, de hecho, se remonta a los 25 años de la autora. Por entonces, era una mujer independiente, exitosa profesionalmente, con una vida social activa. Sin embargo, sentía que su falta de actividad sexual no concordaba con el resto de su persona, que no era "suficientemente" sexual. Y que, si la gente lo supiera, creería que algo estaba mal con ella.

Su hipótesis de trabajo inicial fue la idea de que, aunque aparentemente vivimos una era de libertad sexual nunca antes vista, existe un Mito del Sexo subyacente, que regula y maneja los comportamientos sexuales y, alternadamente, demoniza o entroniza la sexualidad. La capa más visible de este mito es la que reproducen los medios: una juventud ávida de sexo a toda hora y en cualquier sitio, una sobrecarga de imaginario sexual en la televisión, el cine e internet; y la idea de que ser alguien liberado sexualmente significa serlo de una cierta manera.

A medida que Hills se abocó a las entrevistas y conoció historias de jóvenes como ella, comenzó a constatar que muchas de sus premisas se confirmaban: si bien muchos de los entrevistados tenían mucho sexo, había una gran cantidad que no, especialmente los solteros y solteras, y la mayoría lo vivían como algo anormal o incorrecto. Los estudios científicos que revisó también confirmaban sus sospechas, como una investigación del sociólogo Michael Kimmel realizada en diferentes campus universitarios de Estados Unidos: preguntándoles a los estudiantes qué proporción de sus compañeros creían que habían tenido sexo un fin de semana cualquiera, la respuesta promedio era 80%. Sin embargo, contrastándolo con cifras de sexo real, se veía que el porcentaje era entre el 5 y el 10%, mientras que 80% era la proporción de alumnos que habían tenido sexo al menos una vez en sus vidas. Otra socióloga, Kathleen Bogle, descubrió resultados similares: sin importar cuánto sexo estaban teniendo, la mayoría de los jóvenes entrevistados creía que sus compañeros estaban teniendo más sexo que ellos.

Hills comenzó a encontrar otras dimensiones de este mito, menos obvias, relacionadas con el valor cultural y emocional que se deposita en el sexo: "La creencia de que el sexo es más especial, más significativo, una fuente de entusiasmo y de placer perfecto más grande que cualquier otra actividad en la que se involucran los humanos", dice. Así, alguien que no está teniendo sexo se siente inadecuado o poco atractivo no tanto por la falta de sexo en sí, sino porque vive en una cultura que le dice que el sexo es una de las cualidades más definitorias que hacen a una persona. Sin sexo (o sin el sexo que la cultura idealiza como apropiado) se siente incompleto, fuera de lugar. "El Mito del Sexo convirtió al sexo en la piedra basal de nuestra moral e identidad, y la conexión entre sexo y self se utiliza para moldear nuestro comportamiento y deseos", argumenta Hills.

Para ser exitoso bajo el Mito del Sexo, no alcanza con ser sexualmente activo: hay que tener un tipo específico de sexo, espontáneo y excitante. Debe ser novedoso y creativo, nunca mediocre o rutinario, siempre estimulante y exacerbado (una mujer que entrevista en el libro se lo dice directamente: cuando se case piensa tener sexo como mínimo 5 veces por semana, para asegurarse de no caer jamás en el letargo matrimonial). Ser "malo" en el sexo es fallar como personas. El sexo que nos vende este mito no es solo por placer, sino un imperativo, algo que debemos hacer: dos o tres veces por semana, de tal o cual manera, en diferentes posiciones y lugares extravagantes, para ser buenos amantes pero, también, personas "adecuadas".

Pamela, una mujer cuyo testimonio se recoge en el libro, describe cómo se sintió fuera de lugar y hasta "patológica" cuando, tras tener a su primera hija a los 35 años, quiso dejar de tener sexo por un tiempo con su marido. "No era porque no me importara mi vida sexual, todo lo contrario: me importaba lo suficiente como para no querer llenarla de sexo vacío o forzado", dice. Aunque se sentía física y emocionalmente bien con la decisión, socialmente se sentía culpable. "Elegir no tener sexo no parecía una opción legítima", dice. Es un ejemplo claro de cómo las normas, más que marcarnos explícitamente lo que no podemos hacer, sirven también para demarcar lo que deberíamos estar haciendo, ya sea modificando nuestro discurso o literalmente modificando nuestras acciones.

"Una vida sexual estupenda no es solo un ideal en nuestra cultura, es también una presunción; parte del paquete de ser joven, libre y deseable", asegura Hills en su libro. US$ 12.84 en Amazon.com

LA CULTURA DEL CONSUMO SEXUAL

Contrario a lo que se cree, dice Hills, la cultura del consumo no tiene nada de superficial: más bien estimula los deseos a partir de cargar de sentido a los objetos. Un par de zapatos no es solo un calzado, sino un elemento de poder para mostrar distinción o estilo, ejemplifica Hills. De la misma manera, la cultura de consumo sexual va mucho más allá de la satisfacción erótica: representa el poder de ser desaeado, atractivo, carismático y autosuficiente. "Si la cultura del consumo funciona bajo la premisa de que nos vamos a reconocer en el objeto que compramos, la cultura de consumo sexual promete descubrir quiénes somos mediante el sexo".

La contraparte de esto es, por supuesto, el beneficio que este esquema supone para el modelo económico actual: hay industrias enteras dedicadas a potenciar el deseo y asegurar la capacidad de ser "deseables", desde el maquillaje y la ropa hasta la industria de las cirugías estéticas –no solo para el mercado femenino, sino también, cada vez más, para el masculino–. Lo que consideramos atractivo en última instancia tiene que ver con el esfuerzo por mostrarse así: un cuerpo tonificado, un par de pechugas operadas o hasta la zona púbica totalmente depilada son señales de una persona lista y preparada para el sexo: disponible. Es atractivo no solo estéticamente, sino porque envía la señal de que el sexo es algo esperable, ansiado y también relativamente habitual, sea real o no. Buscamos el acto sexual no solo por el placer que conlleva, sino también por lo que proyecta al mundo sobre nuestra posición. Es una forma más de demostración de poder. Un símbolo de estatus.

¿Lo que ellas quieren?

Las formas en que se espera que la mujer se comporte sexualmente tienen relación cercana con el rol que cumple el sexo en una sociedad en un momento dado. Por eso no es de sorprender que, a medida que hemos migrado de sociedades que idealizaban la castidad y el control a otras que celebran la libertad y autonomía sexual, así también los ideales femeninos se han vuelto más "libres" y autónomos. Para la mujer joven moderna, el sexo ya no es algo que se hace para satisfacer a otros, sino una expresión de identidad, empoderamiento y autodeterminación. Ser sexualmente activa se ha convertido en un medio por el cual las mujeres demuestran y ejercen el control sobre sus vidas. Jennifer, una australiana de 24 años, explica cómo en una relación pasada asumió que debía tener sexo siempre que su pareja lo quisiera, no tanto por él, sino por la necesidad interna de confirmar consigo misma que era una mujer "moderna". Cumplir con la obligación tácita que sentía de estar siempre sexualmente disponible para su pareja le aseguraba la sensación de estar teniendo "una vida a lo Sex & The City, en control de mi vida sexual por estar teniendo sexo", dice, aunque en retrospectiva piensa que haber elegido no tener sexo en esa situación hubiera sido la decisión más independiente.

Así, otra de las conclusiones a las que llegó Hills fue que, si bien ha habido cambios positivos que contribuyeron a multiplicar las formas en que a las mujeres se les "permite" ser sexuales, también han expandido las formas en que una mujer puede ser catalogada como "poco mujer" o "no mujer". "Ha creado nuevas fuentes de vergüenza y ansiedad y, al igual que el antiguo ideal femenino, el nuevo también sitúa a la sexualidad en el núcleo de la femineidad de una mujer", dice Hills.

El ideal contemporáneo de mujer se parece al de Lady Gaga: confiada, independiente, empoderada, audaz. La "buena mujer" de hoy es atractiva, segura de sí misma y persigue el sexo con el mismo entusiasmo con el que se maneja en el resto de los ámbitos. Y, aunque no se reconozca necesariamente como feminista, su modus operandi está moldeado por un ideal de empoderamiento femenino o girl power. Pero, al igual que su amiga Mónica, la mujer autónoma puede querer elegir tener poco sexo o tenerlo solamente cuando lo amerite o en el marco de una relación de pareja. Puede considerar más "empoderador" el hecho de ser juzgada por sus ideas o su forma de ser en lugar de por su apetito sexual. Puede que no quiera tener sexo y punto.

también implica el derecho a no tenerlo cuando no lo quiere".

"La verdadera autonomía sexual femenina no solo necesita del derecho de la mujer a tener sexo sin ser estigmatizada o juzgada, aunque esto es muy importante. También necesariamente implica el derecho a no tener sexo cuando no lo quiere o cuando no están dadas las condiciones en que ella querría hacerlo. Y, fundamentalmente, significa rechazar la idea de que hay solo dos opciones para explicar el sexo en la mujer: ser 'pura' o ser 'empoderada'", dice Hills, quien conversó con Paula en medio de su atareada gira promocional del libro por Estados Unidos.

¿Qué controversias trajo el libro?

Las ideas en The Sex Myth desafían directamente a algunas de las creencias que han dominado al feminismo popular en los últimos 10 o 20 años. En particular, la idea de que como vivimos en una sociedad que históricamente ha reprimido la sexualidad femenina, la libertad sexual significa entonces tener la mayor cantidad de sexo posible. O la creencia de que si las mujeres son perjudicadas o reguladas por el mensaje de que no deberían tener sexo (y ciertamente nos daña ese mensaje), decirnos que hay que ser sexualmente activas, y activas de una cierta manera, no es también una forma de regulación. No creo que el sexo casual sea innatamente dañino, por ejemplo, y en el libro muestro cómo puede ser una fuente de poder para muchas mujeres. Pero también creo que tenemos que abrir nuestra concepción de qué es la libertad sexual, para que no sea solamente un acto de resistencia a las cosas que no nos gustan, sino un reflejo del mundo que queremos crear. Para mí, eso significa desafiar la idea de que algunas formas de ser sexual te hacen más moderna o más iluminada, de la misma manera que significa desafiar la idea de que otras formas de sexualidad te hacen más respetable moralmente.

Nacida en Sídney, Australia, Rachel Hills (33) reside desde hace algunos años en Nueva York. Ha escrito para medios de Estados Unidos, Reino Unido y Australia como Time, Vogue, The Atlantic, Cosmopolitan y The Sydney Morning Herald, entre otros, sobre los temas que más le apasionan: política, feminisimo, género y tendencias sociales.

¿Qué historias te impactaron más, de toda la correspondencia que has recibido?

Una mujer me dijo que el libro le había hecho sentirse "vista donde era invisible; aceptada, representada y liberada de años de auto flagelación emocional". Me dijo que lloró dos veces leyendo el primer capítulo. Otra mujer me dijo que era uno de los libros más aliviadores que había leído jamás y que le alegraba haberlo leído a una relativamente joven edad, porque había "despejado mis ansiedades sobre mi vida sexual actual y liberado de futuras cargas". También recibí historias similares de hombres, heteros y homosexuales.

¿De qué maneras crees que los medios pueden contribuir a una representación del sexo más honesta?

Una de las cosas más poderosas que podemos hacer los medios es usar nuestras plataformas para cuestionar las normas y supuestos, más que solo reforzarlos. Y no solo con respecto al sexo. También hay una tendencia en los medios a querer transformar las historias de la gente en lo más cercano posible a la "chica común". Ayudaría dejar a los entrevistados que sean los personajes complejos que en verdad son.

¿Cómo podemos contribuir individualmente a "deconstruir" este mito y ganar algo de libertad?

La autoconciencia es el primer paso. Mucho de lo que la gente dice del sexo tiene que ver con lo general más que con lo específico. Uno no necesariamente revela lo que sucede en su vida privada, pero puede hacer un comentario que expresa sus ideas generalizadas sobre el sexo. Una vez que uno es consciente de esos mensajes paralelos, tienes el poder de desafiarlos. También, compartir aquellos aspectos de tu vida sexual que no se alinean tanto con los ideales, en vez de solamente los que sí

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