La confrontación es fácil, el afecto requiere de valentía (y de reconocernos vulnerables)

¿Cuántas veces nos hemos enfrentado a situaciones nuevas, que nos resultan incómodas o desafiantes, a tal punto que condicionamos nuestro actuar? ¿Cuántas veces nos hemos relacionado en base a miedos? ¿Cuántas veces hemos optado por mostrarnos “desapegadas” o “relajadas” cuando en realidad queríamos ser de otra manera? Pero quizás la pregunta más importante: ¿Por qué nos aterra sentirnos vulnerables y de qué nos estamos defendiendo?




En una clase de modalidad online a un curso de segundo medio, el profesor de francés introducía el género del teatro a los alumnos utilizando una cita de Shakespeare: “El mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres son meros actores. Tienen sus salidas y sus entradas y un hombre puede representar muchos papeles”. Al terminar de leer la cita, les preguntó: “¿Han sentido alguna vez que interpretan distintos roles dependiendo de la persona con la que están? ¿O se comportan de igual manera con sus papás, amigos y con alguien que les interesa?”.

Las respuestas de los alumnos, todos adolescentes de 14 o 15 años, fueron unánimes: “Siempre interpretamos roles”. Y es que pareciera ser que la vida te prepara, más temprano que tarde, para asumir todo tipo de mecanismos de defensa y también para desarrollar un importante criterio de comportamiento acorde al contexto. Pero, ¿qué pasa cuando este criterio se exacerba y termina por frenar ciertas emociones o impulsos ante el miedo a no encajar?

En su libro The Power of Vulnerability: Teachings on Authenticity, Connection and Courage, la académica y escritora estadounidense, Brené Brown, se cuestiona: “¿Es la vulnerabilidad lo mismo que debilidad?”. En nuestra cultura, dice Brown en una charla TEDx de 2010, asociamos la vulnerabilidad con las emociones que buscamos bloquear o evitar, como el miedo, la vergüenza o la incertidumbre. “Cuando partí mi investigación, empecé por la vergüenza. La vergüenza es fácilmente entendida como el miedo a la desconexión. Es cuestionarse ¿hay algo sobre mí que, si las otras personas lo ven o lo sienten, me hará poco digna de conectar con los demás? Es algo universal, todos lo sentimos”, explica.

“¿Qué los hace sentir vulnerables?”, preguntó Brown a través de sus redes sociales. Al poco tiempo acumulaba más de 150 respuestas. “Tener que pedir ayuda a mi marido porque estoy enferma y estamos recién casados”, decía una respuesta; “tomar la iniciativa en el sexo con mi pareja”; "ser rechazado'; ‘invitar a alguien a salir’; ‘esperar resultados del doctor’; ‘ser despedido’; ‘despedir a gente’. A lo que ella reflexionó: “Este es el mundo en el que vivimos. Vivimos en un mundo vulnerable”.

Efectivamente, es cuando buscamos vincularnos con un otro –de la manera que sea–, que nos sentimos más vulnerables. Es ahí cuando decidimos “bajarle el perfil”, buscando evitar todo tipo de posibilidad de sentirnos expuestos, porque sentimos que al estarlo nos podrían hacer daño. Pero en realidad, de lo que no nos damos cuenta es que al hacer eso estamos también bloqueando todo tipo de posibilidad real de conectar con ese otro.

“Es paradójico, para poder relacionarnos con el otro tenemos que entregar algo de nuestra vulnerabilidad, por lo tanto, inevitablemente somos conscientes de un posible daño, porque puede que en las relaciones salgamos dañados. Pero esto es parte de y no significa que esa va a ser la sensación primordial”, dice el psicólogo de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, quien postula que la vulnerabilidad es una sensación, emoción o pensamiento que tenemos desde que somos pequeños. “Tiene que ver con la forma en cómo vivimos la realidad. Desde que nacemos somos personas vulnerables y tratamos de adaptarnos a esa realidad como podemos. Desde el psicoanálisis podríamos pensar que la persona, de alguna manera, intenta ir lidiando con esta experiencia e ir generando respuestas consientes e inconscientes para afrontar esa sensación constantemente. Desde ahí el apoyo primordial es con la figura materna que enseña a mediar con la realidad”, dice.

Así lo plantea el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott en El Miedo al Derrumbe, donde habla de cómo en ciertos momentos o fases del desarrollo la persona se ve expuesta de alguna manera a la experiencia de la muerte o de la dependencia absoluta. “Winnicott plantea que es la mamá la que lo apoya o protege de esa experiencia de vulnerabilidad a la guagua durante la primera infancia para que pueda mediar con esa sensación. El miedo al derrumbe sucede en circunstancias en las que la mamá no puede llegar, lo que es perfectamente normal, pero en la guagua se genera este miedo de aniquilamiento y enfrentamiento a la vulnerabilidad. Eso queda en nuestra memoria de por vida y esa experiencia la vamos a revivir en otras situaciones, como situaciones de cambio que provocan que nuestras corazas o nuestro mecanismo de defensa aparezcan”, señala Matamala. “El hecho de que nos promovamos como personas muy independientes, a nivel profesional o a nivel relacional, nos hace evitar contactarnos con aspectos más vulnerables de nosotras o nosotros, por miedo que ese aspecto de cuenta de que inconscientemente nos resquebrajemos, nos venga una angustia de muerte o aniquilamiento”, agrega.

Vulnerabilidad y conexión

“Nuestra habilidad para sentirnos conectados es neurobiológica, tiene que ver con cómo estamos construidos y por qué estamos acá”, apunta Brown. Y es que luego de seis años de investigación, se encontró en la encrucijada que plantea la vulnerabilidad. Tanto así que, según cuenta en la charla, tuvo que acudir a una terapeuta. “Le dije que estaba con una disyuntiva. Sabía que la vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza, el miedo y nuestra eterna lucha por sentirnos suficientes. Pero que también es donde nace la felicidad, la creatividad, la pertenencia y el amor”.

En esta misma línea, Matamala señala que “el ser se vive como una sensación de miedo a la destrucción, a relacionarse con algo que no vamos a poder controlar. Sin embargo, lo que nos muestra la vida es que muchas de las cosas que vivimos no las podemos controlar, y en muchas ocasiones debemos ser vulnerables para relacionarnos con el otro. En nuestras relaciones de pareja, en nuestra relación con nuestros hijas o hijos, o nosotros como hijas o hijos. Ahí es cuando esa sensación de vulnerabilidad, que está muchas veces comprendida desde la angustia, adquiere un aspecto positivo. Inevitablemente necesitamos de otros para sostenernos, necesitamos de otros para ser escuchadas o escuchados, esto habla de la sensación de mostrarnos vulnerables para ser acogidos por otro”.

Según Matamala, crecimos creyendo que mostrarnos vulnerables era equivalente a mostrarnos débiles. Cuando, en realidad, es todo lo contrario. Y son nuestras acciones cuando tratamos de ocultar nuestras vulnerabilidades las que realmente las exponen; podemos actuar de manera confiada o arrogante o descartar a los demás porque tenemos miedo de que conozcan nuestras verdaderas emociones o nuestro yo real. Y es ahí cuando realmente estamos dejando al descubierto nuestra debilidad. Esto mantiene nuestras relaciones a raya y nos desconecta de los demás. Y cuando estamos desconectados de los demás es cuando realmente somos vulnerables, porque entonces estamos solos y aislados. Lo que anhelamos es conexión y relaciones humanas profundas. Solo dejando que la gente conozca tus miedos, tus esperanzas y tus verdaderos sentimientos, los demás pueden conectarse y formar un vínculo más profundo.

No se puede elegir qué emociones decidimos anular. No podemos tomar el miedo, la decepción, la pena, la vergüenza, la vulnerabilidad y decir ‘no quiero sentir esto’, sin afectar otro tipo de emociones, como la dicha, la gratitud y la felicidad”, agrega Brown en su charla. “Para mí la vulnerabilidad no es debilidad. Yo la defino como la incertidumbre del riesgo y la exposición emocional. Es el motor de nuestra vida cotidiana y, después de 12 años investigando el tema, pienso que es lo más cercano a la valentía”.

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