La enemiga del espejo: La batalla diaria a la que nos enfrentamos las mujeres




La rutina mañanera de Gabriela Vivanco (32) consiste en prepararse el desayuno mientras escucha de manera intercalada sus podcasts favoritos y canales de noticias. Luego elige la ropa que se va poner, hace un repaso de sus actividades diarias y revisa su correo. Hasta ahí todo bien. El problema empieza cuando entra al baño y se saca la ropa para entrar a la ducha. Y es que todos los días sin excepción, Gabriela pasa más de cinco minutos frente al espejo analizando escrupulosamente cada ángulo de su cuerpo. Parte desde arriba y luego hace un escaneo hacia abajo. El párpado izquierdo que está levemente más caído que el derecho. La arruga de la frente que hasta hace tres meses no era visible pero ahora sí. La cana que le salió durante la cuarentena. La grasa del cachete, justo al costado de su boca, que en algún minuto pensó en sacarse.

Luego se detiene en los kilos extra y hace un gesto de derrota con la cabeza. Se pasa a las estrías y a las manchas en la piel que hasta hace poco no había identificado. Cada día, según dice, descubre algo nuevo. Cada día, por más que se resista y trate de pelearla, aparece una voz del inconsciente que le dice que ayer estaba mejor que hoy. Y que si no se cuida de más, mañana estará peor. Se trata de una voz, como ella misma explica, que hace que se fije en cada una de sus imperfecciones, incluso donde no las hay, y cada vez con mayor detención.

Muchas veces, después de hacer un trabajo reflexivo y consciente, logra callarla. Se da media vuelta, se mete a la ducha y tararea alguna canción. Ahí se pregunta si esa voz aparecería frente a una amiga. ¿Sometería a su amiga a ese nivel de escrutinio? ¿Lo hizo alguna vez con su ex pareja? Lo más probable es que no. ¿Por qué entonces se lo hace a sí misma con tanta facilidad? Por qué, se pregunta, es tan despiadadamente auto crítica.

Gabriela no sufre de un trastorno de la alimentación, pero como muchas otras mujeres, se enfrenta a una batalla diaria con la enemiga que aparece cuando se mira en el espejo, como le dice ella. A veces logra derrotarla y continúa con su día, pero otras veces ese malestar e incomodidad solamente incrementa. No niega que hay días que los cinco minutos habituales se vuelven ocho. Si lo permitiera, o si no contara con una sólida red de apoyo, probablemente sí sufriría de algún desorden alimentario, como lo hacen un millón de personas en Chile a lo largo de sus vidas. “¿Cómo no va ser así? Si todo lo que nos rodea nos hace creer que para ser bellas hay que ser flacas, jóvenes, tener las curvas perfectas y rasgos finos. Nuestra piel tiene que brillar en la justa medida y el pelo tiene que estar suave e hidratado. Si nos salimos mínimamente de esos estándares inalcanzables, simplemente no somos bellas. ¿Cómo no vamos a estar en una lucha constante con nosotras mismas? Yo muchas veces me pregunto por qué no puedo ser como la mina que vi en la publicidad, y sé que no soy la única”, dice Gabriela.

No lo es. Hace unas semanas una lectora del medio británico The Guardian escribió pidiéndole consejos a la columnista y experta en ética Eleanor Gordon-Smith. En su carta le puso: “A pesar de mi inmensa suerte y privilegio, paso una cantidad estúpida de tiempo pensando en mi apariencia. Analizo mi rostro y cuerpo todos los días. Aun más opresivo es mi miedo a envejecer. Sé que es una pérdida de tiempo sexista, además de una falta de respeto hacia mí y hacia todas las mujeres mayores en las que me da miedo transformarme. ¿Cómo lo hago para que me importe menos?”.

A lo que Gordon-Smith le respondió: “No seas tan impaciente contigo misma, no te hace vanidosa o vacía tener estas preocupaciones. Detrás de eso hay toda una industria de miles de millones de dólares que está diseñada específicamente para tomar tu dinero, a pesar de tu conocimiento respecto a que es una pérdida de tiempo sexista. La mayoría de nosotras, de hecho, ha pasado una cantidad trágica de tiempo analizando con decepción el único cuerpo que tenemos. Creo que no te aterroriza realmente convertirte en una de esas mujeres, más bien estás aterrorizada de que te vean como se las suele ver. Creo que le temes a lo que puede ser tener un cuerpo arrugado y blando si una parte de ti suscribe al sistema que siempre ha condenado ese tipo de cuerpo. Te aconsejo que te concentres en las partes de ti que no disminuyen con el tiempo, como el humor y la sabiduría. Y recuerda que nuestras formas predeterminadas de ver las cosas no son naturales. Lo que vemos está condicionado por nuestras creencias; no dejes que esas creencias te las entreguen hombres jóvenes sentados en salas de reunión ideando cómo tomar tu dinero”. De esta manera, la especialista invita a la lectora a reformular, por más difícil que eso parezca, lo que considera bello. Para que esa noción no sea impuesta.

Y es que efectivamente hay una industria millonaria dedicada exclusivamente a capturar nuestra atención y nuestra plata. Y es esa misma industria la que está fijando lo que consideramos bello y saludable. Por eso, como explica la psicóloga clínica y jurídica María de los Ángeles Cereceda, es de suma importancia desmitificar que las mujeres son inseguras por naturaleza, sensibles y tendenciosas hacia la depresión. En Chile el porcentaje de mujeres que tiene depresión es mucho mayor al de hombres (10,1% versus un 2,1%, según la Encuesta Nacional de Salud del 2016-2017 ) pero, como explica la especialista, esto no se debe únicamente al funcionamiento intrapsíquico femenino asociado a su experiencia personal; en gran parte, se debe al contexto sociocultural y las exigencias a las que han sido sometidas las mujeres históricamente. “Cuando mis pacientes escuchan de las presiones del entorno y del contexto que siempre les ha exigido más, se sienten aliviadas. Se dan cuenta que no se trata solamente de una inseguridad de ellas, o de algo hormonal. Y recién ahí se puede empezar a dar una terapia reparatoria”, explica.

Como aclara la especialista, cuya terapia siempre considera la perspectiva de género, dentro de sus pacientes hay mujeres de todas las edades, tallas y formas. Pero la inseguridad y la autocrítica despiadada es transversal en todas. Mucho más que con el cuerpo ajeno. “Si bien creemos que esta es una inseguridad personal y privada, tiene más que ver con un tema sociocultural, porque hemos sido criadas con muchas exigencias para alcanzar estándares de belleza que finalmente son una construcción social; ser atractiva ahora y aquí no es lo mismo que serlo en la Edad Media o en otra cultura. Pero la idea de tener que cumplir esos estándares nos pone una tremenda presión y ahí es donde surgen los trastornos ansiosos, depresivos y de alimentación”, explica.

Según la especialista estas experiencias de vergüenza, miedo e inseguridad son muy comunes, y por eso la terapia con perspectiva de género ayuda; porque en la medida que la mujer se da cuenta de que no se trata únicamente de inseguridades naturales e inherentes a su historia personal, se puede aliviar la culpa que siente por sentirse ansiosa o insegura por su corporalidad.

Como explica la socióloga, directora de Estudios del Centro Interdisciplinario de la Mujer (Cidem) e integrante de la Rebelión del Cuerpo, Javiera Menchaca, para que esto no siga siendo así, ciertamente hay que ampliar y reformular lo que entendemos por belleza. “Nuestra aspiración por serlo es transversal y los cánones impuestos están muy arraigados, incluso de manera inconsciente. Sobre todo para las mujeres porque se nos ha socializado desde chicas bajo la premisa de que lo importante es ser bella y para serlo hay que ver estrellas”, explica. No por nada, según detalla, a las guaguas se las piropea desde ahí: “Nunca se les dice ‘qué inteligente y audaz vas a ser’, siempre se les dice que son bonitas. Vivimos en una sociedad que premia mucho la belleza y por eso ha sido tan importante en la configuración identitaria de las mujeres”.

Pero más allá de ampliar lo que entendemos por bello –que ciertamente es importante–, lo que propone Menchaca es cuestionar el mismo hecho de que la identidad de las mujeres se construya desde la apariencia y el físico. “Porque por mucho que se amplíen los estereotipos de belleza, y que hayan más posibilidades de que más personas calcen, ¿por qué tiene que ser la belleza lo que nos define? ¿Por qué tenemos que ser bonitas y no todos los otros adjetivos asociados a la fuerza o la audacia? Es eso mismo lo que hace que estemos tan preocupadas de nuestra apariencia. Y es eso lo que imposibilita a quienes se sienten inadecuadas”, explica. En ese sentido, la crítica, más que al estereotipo de belleza en sí, es hacia el hecho que el estereotipo de belleza sea parte tan esencial de la configuración de identidad de la mujer.

Pero, ¿cómo lo hacemos para que la belleza no sea lo que nos defina? ¿Cómo partimos reformulando lo que se entiende por belleza? Y ¿cómo lo hacemos para que esa voz despiadada del espejo desaparezca? Cereceda explica que un primer paso tiene que ver con la desprivatización de estas experiencias. “Hay que generar círculos de mujeres, hacer públicas estas problemáticas y generar identificación, porque al no sentirse solas, aparece el alivio. Hay que analizar cómo la publicidad y los medios han moldeado las expectativas de lo que tiene que ser la mujer y que terminan en un detrimento en nuestra salud mental y física. Porque sin duda existen factores psíquicos asociados a la experiencia personal de cada mujer que inciden en el desarrollo de trastornos del ánimo y ansiosos, pero puedo asegurar que en gran parte estos trastornos son un problema social que surgen desde los estereotipos y roles de género. La importancia de una terapia con enfoque de género, entonces, es la de poder entender esta problemática como un síntoma de un contexto sociocultural”, explica.

Menchaca concuerda y sugiere que estas experiencias tienen que ser conversadas y deconstruidas desde nosotras mismas. “Hay que hablarlo con amigas, cuestionar en conjunto lo que significan estos estereotipos y cómo nosotras mismas hemos sido policías con nosotras mismas, de una manera muy despiadada y estricta. También lo hemos sido con el resto; cuando yo era chica, fueron otras las que me indicaron que era hora de depilarse o de empezar a hablar de dietas. Y ahora pasa con las arrugas, o con el skin care, que pasa desapercibido como autocuidado pero en realidad es un rechazo hacia el envejecimiento natural. ¿Por qué no tenemos derecho a envejecer?”.

En ese sentido, Menchaca propone que cuando nos sintamos incómodas con nuestro cuerpo, en vez de avergonzarnos y guardarnos el malestar, hay que empezar a plantearlo con nuestro grupo cercano en lugares públicos. “Los estereotipos nos han hecho sufrir. Hay que crear consciencia de que es un sistema que juega y funciona en desmedro de la mujer. Y desde ahí proponernos no criticar desde la apariencia, no fijarnos en el peso de una o de la otra, o al menos cuestionar el por qué lo hacemos. Expresar que nos sentimos así, pero que nos conflictúa. Porque este malestar es transversal y hablarlo hace que se genere una red de mujeres que entiende que la validación no pasa por el cuerpo, sino que simplemente por ser”, termina.

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