El año 2010 la artista Marina Abramovic, conocida como “la abuela de la performance”, pasó más de 730 horas sentada inmóvil en el MoMA de Nueva York, donde el público pudo sentarse enfrente de ella simplemente para mirarla a los ojos, en silencio. Las reacciones de los espectadores fueron diversas; lágrimas, sonrisas de empatía, caras serias y de sorpresa. Fue tanto lo que generó en el público que mientras la obra estaba sucediendo, las personas en la fila quisieron hacer exactamente lo mismo mientras esperaban su turno; se miraban entre sí. La artista serbia logró en esa icónica obra, a través de un acto tan simple como sostener la mirada, demostrar la importancia de la conección directa con el otro, y cómo el solo hecho de mirarnos directo a los ojos puede dejarnos al descubierto, develarnos.  Como lo define la psicóloga, especialista en psicoterapia psicoanalítica, Catalina Celsi, los ojos hacen alusión a algo que va mucho más allá de una zona del cuerpo; es  un lugar corporal desde el cual tenemos acceso a otras dimensiones de la persona.  “Los ojos activan emociones y desencadenan afectos que nos movilizan internamente; hay miradas que generan confianza y aseguramiento, otras, provocan temor y rechazo. Tenemos información acerca del otro y a su vez, la entregamos de nosotros mismos. Esto nos ayuda al proceso de empatía, a comprender los estados emocionales de quien nos habla y a expresar los nuestros”. Una experiencia inmaterial que, a pesar de su simplesa y naturalidad, el aislamiento y el uso excesivo de tecnología la están haciendo cada vez menos posible.

Para la profesora y traductora de francés Mila Vargas, el mirarse a los ojos es un indicador de conexión e implicación con el interlocutor. “Me parece importante no solo porque ayuda a mantener la concentración durante el diálogo, sino también porque demuestra que tenemos un verdadero interés por el otro. Abre un espacio de confianza en el que se puede llegar a la vulnerabilidad y contención”. Así mismo a Evelyn, profesora, de 36 años, pero en su caso, a pesar de la importancia que le da a sostener la mirada, es algo que confiesa no siempre ha podido hacer y que muchas veces le genera incomodidad. Cuando era chica, cuenta, le costaba mucho mirar a los ojos; se sentía juzgada por su forma de vestir, hablar o expresarse, algo que le sigue pasando hasta hoy con sus pares. Incluso le ha pasado en algunas citas de Tinder, donde se ha topado con personas que no son capaces de mirarla a los ojos, o por lo contrario, la mirada sostenida del otro la asusta e intimida. “Creo que es muy intimidante e incómodo mirar a los ojos, más aun si no existen los espacios de confianza para hacerlo. Mirar a los ojos nos posiciona en un lugar de debilidad, porque de algún modo nos sentimos vulnerables y desnudos cuando la mirada es sostenida. Cuando estamos en una situación en donde debemos reflejar lo que realmente somos se nos pone el mundo cabezas, porque no queremos que descubran lo que realmente somos y pensamos. Es un pacto tácito de confianza y sinceridad que no todos están dispuestos a firmar”. Respecto a esto, la psicóloga Catalina señala que es importante siempre tener en cuenta que el mirarse a los ojos es un acto de intimidad, y que como tal conlleva varios desafíos. “Estamos entregando una llave de acceso a nuestras dimensiones más profundas, lo cual nos deja expuestos y vulnerables. Esto explica por qué a veces sostener la mirada puede ser un proceso tremendamente difícil para algunas personas. Aunque son muchas las razones que pueden provocar esta dificultad, típicamente lo vemos en los perfiles de personas tímidas, que agachan la mirada porque tiene una dificultad para mostrarse, evitando cualquier tipo de exposición. Es posible también que esto ocurra en momentos puntuales de nuestras vidas y que no necesariamente sea algo caracterológico. Por ejemplo, en situaciones de nerviosismo, duda, si estamos ocultando algo, si sentimos pudor y/o  inseguridad”.  Mirarse es un proceso complejo que implica confianza, apertura y seguridad, agrega. “En algunas ocasiones levanta alarmas acerca de lo que está ocurriendo en la interacción; en otros momentos, llegamos a un nivel de complicidad con las miradas que no necesita palabras para explicar nada más. Existen un sin fin de miradas, lo importante es que finalmente se convierten en datos que procesamos como información de nuestros vínculos y que nos ayudan a saber qué terreno estamos pisando al entendernos como seres relacionales e interaccionales”.

La cineasta Constanza Lobos, de 28 años, al igual que Mila y Evelyn, también considera el contacto visual como algo fundamental en sus vínculos; dice que  es clave para darle calidez a la interacción. “Soy de la gente que se fija si es que el otro está mirando a los ojos o no. Yo me preocupo de hacerlo, siento que es un gesto que logra transmitir la sensación de ser escuchado, de ser comprendido también”. Coincide con Mila en que, con el periodo de pandemia, sumando el hecho de que vivimos una vida de vínculos más virtuales que presenciales, el mirarse se ha vuelto algo menos frecuente en las interacciones sociales. Ambas observan en su generación una incomodidad generalizada en esta conección física tan humana y fundamental. “Supongo que la enajenación, el ritmo de la ciudad, las pantallas, nos están distrayendo de las interacciones humanas, y también del tiempo presente. Pareciera que nadie quiere estar en este tiempo realmente, muchos tenemos ansiedad, estamos todo el rato deseando/temiendo algo que aún no pasa y eso nos distrae de “estar” completamente con el otro”, dice Constanza.  Evelyn agrega: “Siento que las redes sociales y el avance de la tecnología ha mermado la capacidad de relacionarse con otros cara a cara, esto hace que perdamos un poco la capacidad de mirar directamente a los ojos. Cada vez menos nos preguntamos por el otro y hemos cambiado nuestra forma de expresar y comunicarnos”. Sobre esto, la psicóloga Catalina es menos drástica e intenta mirar con perspectiva la época actual, aunque sí reconoce y advierte este cambio en las interacciones sociales. “Mirarse a los ojos sigue siendo tan importante como siempre. No hemos perdido esa capacidad tan inherente a nuestra especie y a nuestras maneras más esenciales de comunicación. Sin embargo, en los últimos años han habido cambios drásticos en nuestras formas de interacción, como la llegada del mundo digital. Estos cambios a veces pueden restarnos de aspectos valiosos que solo encontramos en la presencialidad”.

Marina abramovic miró durante 3 meses a más de 8000 personas a los ojos. Sostuvo el ejercicio inmutable, provocando diversas reacciones, pero su propia mirada solo se vio afectada cuando de manera inesperada apareció su ex pareja, el también artista Ulay, quien fuera su compañero de performance durante mucho tiempo. No lo veía hace 23 años, luego de despedirse en un mítico acto donde cada quien recorrió la muralla china desde un extremo opuesto para encontrarse al medio y despedirse “para siempre”. Sin embargo, ese “para siempre” se vio interrumpido cuando Ulay se sentó frente a ella, y con solo mirarla a los ojos unos segundos desbordó a Marina en lágrimas, y rompió su inmutabilidad para tomarlo de las manos. Una imagen que recorrería el mundo y quedaría grabada en los anales del arte y de la historia entre ambos. “Tenemos que cuidar nuestros vínculos dándonos esos espacios y momentos para reunirnos y mirarnos directamente a los ojos”, dice Catalina. “En la pirámide de interacción el mirarse a los ojos es el último eslabón, el más completo y nutricio de todos, al que tenemos que aspirar cuando queremos conectarnos en un nivel más profundo con otro”.