Puede ocurrir que cuando los padres están preocupados por el peso de sus hijas e hijos, se tome una actitud proactiva, la que, en el caso de la preocupación por sobrepeso u obesidad, tiende a ser hacia la restricción de alimentos. Según explica la psicóloga especialista en trastornos alimentarios Ángela Cruzat, “el pensamiento en estos casos suele ser que si logramos que ingieran menos calorías, lo más probable es que bajen de peso. No obstante, las revisiones sistemáticas muestran que la restricción se asocia a un mayor peso en el caso de niñas y niños”.
Se ha demostrado que cuando se les restringen comidas “más sabrosas”, aumenta su atención a ellas y por tanto tienen más ganas de ingerirlas, por tanto las dietas para bajar de peso, no solo no funcionan para controlar la salud, sino que predisponen a niñas y niños a trastornos de la conducta alimentaria. “Cuando han estado sometidos a restricciones o se les ha obligado a comer, empiezan a perder la capacidad de alimentarse intuitivamente y de percibir hambre y saciedad”, explica Ángela. Debido a esta pérdida de señales, es que se produce una categorización de los alimentos como “buenos” y “malos”, así como también se comienza a valorizar a una persona por su físico porque, de alguna u otra manera, se hacen comparaciones sociales.
Es más, algunos estudios muestran incluso que la restricción se asocia a un mayor peso, y que las hijas e hijos de padres que adoptan conductas restrictivas, tienden a presentar una mayor ingesta de alimentos y a comer emocionalmente (niños de 2-3 años) o comer sin hambre (niños de 7-9 años). De acuerdo a la nutricionista Cecilia Benavidez, al restringir alimentos se están eliminando nutrientes esenciales y, dependiendo del grupo etario específico, existen nutrientes críticos que no se pueden dejar de consumir dentro de ese contexto de la alimentación.
Cuando hay sobrepeso u obesidad en menores, lo que recomiendan las especialistas es buscar la salud del niño o niña, la cual pasa por un tema integral que abarca no solamente el estado físico, sino que además el bienestar psicológico, vale decir, mejorar el autoestima, evitar conversaciones en torno al peso, promover la alimentación intuitiva y otros, para no gatillar trastornos alimentarios a futuro. “La alimentación intuitiva consiste en comer por razones físicas más que emocionales, es decir, comer cuando hay hambre en lugar de hacer frente a algunas emociones, como la soledad, ansiedad o aburrimiento. Es de gran ayuda ya que entrega las bases para poder criar a niñas y niños que tengan una buena relación con la comida y, como consecuencia, una mejor salud”, comenta Cruzat.
La nutricionista asegura que en estos casos es importante hacer evaluaciones médicas para analizar e identificar los nutrientes críticos, y así poder enfrentar el plan de alimentación. “Esto implica aprender a comer, no a dejar de comer; involucra elegir alimentos que aporten todos los nutrientes, desde energías como base provenientes de las grasas, carbohidratos y proteínas, con una asesoría que les va a permitir saber cómo utilizar esos alimentos dentro del cotidiano”, explica.
Siguiendo esa línea, Ángela cree importante que los padres puedan revisar sus propios hábitos alimentarios, ya que sus comportamientos están asociados con la forma en que alimentan a sus hijos. Han habido estudios en los cuales se ha demostrado que los padres que están preocupados de su propio peso y la ingesta de alimentos, informaron niveles más altos de restricción de la ingesta de alimentos de sus hijas e hijos. En cambio, en las familias que utilizan una metodología de nutrición intuitiva, disminuyen las conductas restrictivas con las y los menores.
“En relación al fat talk, al hablar del cuerpo de otras y otros, estamos fomentando la comparación corporal, enseñando que hay cuerpos que pueden ser juzgados o que hay unos mejores que otros. Ayudemos a aceptar la diversidad de cuerpos, razas y culturas. Aprendamos a aceptar todos los cuerpos, en su más amplia diversidad, para que niñas y niños aprendan a aceptar su cuerpo también”, concluye.