Las reglas de las citas han cambiado (y para bien)




“El otro día, mientras estaba con amigas, conté que hace dos semanas tuve una cita con un chico que conocí por Tinder. Vino a mi casa, tuvimos onda conversando y tomamos unas cervezas, pero a eso de las 9 de la noche me preguntó si se podía quedar a dormir porque de no ser así, tenía que gestionar su retirada antes del toque de queda. Le contesté que se podía quedar, a lo que él agregó: ‘por último duermo en el sillón’.

Una de mis amigas, frente a mi cara de incrédula, me dijo ‘me parece bien, es lo mínimo’. Y esa frase dio paso a la conversación que vino después; era, como dijo mi amiga, lo mínimo que podía decir alguien que estaba en el hogar de otra persona. ¿Pero esto siempre había sido así?

Nos pusimos a recordar nuestra adolescencia y adultez temprana, hasta no tantos años atrás, en los que salíamos a bailar y los hombres se acercaban, y en muchos casos, aunque no siempre, te agarraban y te acercaban a ellos, sin siquiera preguntar si querías bailar. En los casos más extremos –pero no por eso menos comunes– te agarraban de una parte del cuerpo y te chantaban un beso, como si fueras un objeto de propiedad privada, sin voz, sin derecho a elección. Eran ellos los que nos elegían a nosotras. Y una no podía, frente a un cuerpo evidentemente más grande, moverse.

Muchas veces quedábamos inhabilitadas. Muchas veces nos daba susto o –algo que opera de manera más sutil que el susto– nos generaba inseguridad decir que no. ‘¿Daba para tanto?’, pensábamos. ‘¿Para qué decir que no, si ya va pasar?’. Y es que claro, en nuestras cabezas esas situaciones tampoco constituían una invasión de espacio, un abuso ni mucho menos una violación. Porque esas situaciones extremas, según pensábamos ingenuamente, no se daban así. Eran mucho más violentas, en callejones oscuros y cuando estábamos solas. No en una disco, rodeadas de personas.

Acto seguido recordamos, en toda esta conversación, que en nuestra adolescencia, que un hombre preguntara ‘me puedo quedar a dormir’ u ofreciera quedarse dormido en el sillón, eran situaciones poco habituales. Oportunidad que tuvieran para tocar, agarrar, o lo que fuera, la iban a tomar, sin detenerse a cuestionar si la otra persona quería contar con su presencia invasiva y cercana.

Recordé también las veces que agarraba con alguien sin conocerlo tanto y esa persona, como si fuera algo que daba por hecho, agarraba mi mano para ponerla en su zona íntima. Muchas de nosotras, lo puedo asegurar, naturalizó ese tipo de situaciones. Y por eso, frente a la pregunta de esta persona, que no ha sido la primera en este último tiempo, revisé rápidamente en retrospectiva mi pasado y vi todo lo que ha cambiado.

Hoy, a mis 28 años, me doy cuenta que las reglas de las citas no son las mismas. Y para bien. En esta era de mayor consciencia –pero también de neo machismo, porque no olvidemos que esa sigue siendo una realidad y el machismo y la misoginia se adaptan al contexto y adquieren otras formas, muchas veces más sutiles y menos identificables– muchos hombres ya no agarran tu mano, no dan besos sin preguntar y están mucho más conscientes. Por lo bajo, preguntan y cuestionan cosas que antes daban por hecho. Un poco por miedo a la funa, como decía una amiga, pero también por miedo a hacerlo mal, a herir, a seguir perpetuando lógicas nocivas (en el caso de que estén mayormente conscientes y trabajados), y porque están en un minuto de revisión profunda. Un tanto confundidos y en una búsqueda. Al menos los que están comprometidos o en vías de. Y claro, también en muchos casos se sienten intimidados. Y que bueno que así sea. Porque eso devela que saben que las cosas han cambiado y ciertas prácticas ya no tienen cabida. Y no las tendrán nunca más.

Una amiga, posterior a estas reflexiones, recordó cuando hace unos meses recibió una nude de un pinche –con el que se estaban mandando nudes hace ya un tiempo– pero justo ese día, por cosas de la vida, y porque puede pasar, esa foto no fue bien recibida. El pinche le pidió perdón y ella, descolocada, le preguntó: ‘¿por qué me pides perdón?’. A lo que él le respondió que en realidad se había dado cuenta que no es llegar y mandar cuando uno quiere. Y que quizás eso era algo que al menos valía la pena conversar o revisar, aunque después se estableciera que sí se puede llegar y mandar cuando quieran. Esas son conversaciones que antes no se tenían y que hoy día sí se están poniendo sobre la mesa. Faltan muchas aun por destapar, mucho por normalizar, y mucho por cuestionar. Pero hay una intención”.

Jesús Hernández (28) es psicóloga.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.