Liderazgo femenino en pandemia: Mujeres en primera línea de la salud

Parte del equipo de infectología de la Clínica Santa María.

Están desde el comienzo de la crisis sanitaria liderando la primera línea de infectología de la Clínica Santa María. Un equipo que ha resistido los momentos más duros de esta pandemia, el único de Santiago integrado solo por mujeres. Aquí, tres de ellas revelan sus miedos, alegrías, tristezas, renuncias y lecciones de vida durante estos cuatro meses.




Tania López (45), infectóloga

“Cuando supe que estaría en la primera línea del equipo de infectología de la clínica, tomé la noticia con bastante temor. Principalmente por el riesgo que implicaba atender a estos pacientes, tanto para una como para mi familia. Sin embargo, no me separé de mi esposo ni de mis mellizos, así que desde un comienzo he sido muy cautelosa con el uso apropiado de los elementos de protección personal. Ahora que llevamos más de cuatro meses en primera línea, he comprobado que mis medidas de protección han servido, porque no me he contagiado.

Han sido días complejos por el miedo que me da que alguien se enferme por estar en contacto conmigo y es por eso que en mi casa las reglas son estrictas. Mi esposo sale cuando es extremadamente necesario, y pese a que no lo pude echar de la cama porque no me lo permitió, los días que tengo turno en el área Covid-19 de la clínica, no me puede besar en la boca. A mis mellizos les conté que su mamá atiende a pacientes infectados por coronavirus, entonces aprendieron a lavarse las manos y a ponerse alcohol gel más el visor facial. Aceptaron que no pueden ir al parque y que no pueden ir a visitar a sus primos.

Desde que recité el juramento hipocrático en la universidad, en 1999, me comprometí con mis pacientes y he cumplido. Por eso, cuando la clínica solicitó nuestra ayuda, mis colegas y yo no dudamos en ponernos los escudos para salir a la batalla.

Durante este tiempo he conocido historias tristes que indudablemente marcan. Recuerdo la de un paciente extranjero que llegó en marzo muy grave y cuando le di de alta me pidió que lo enviara a su hogar temprano porque sus vecinos del edificio le estaban haciendo bullying y no quería que lo vieran llegar. La pena que me producen cada una de las historias de mis pacientes disminuye cuando miro el rostro de felicidad de los que han sobrevivido del Covid-19.

Para sobrellevar esta pandemia ha sido fundamental el apoyo de mi familia, especialmente el de mi esposo y compañero de vida. Nunca imaginé vivir una crisis sanitaria así, y creo que las grandes lecciones que nos deja son el aprender a trabajar en equipo, la importancia de cumplir las normas y el respeto por el bienestar de los demás”.

María Pilar Gambra (49), infectóloga

“Desde que estoy en la primera línea de los trabajadores de la salud, dejé de ser hija, pareja y he sido muy poco mamá. Solo han quedado resabios de cariño que puedo hacerle en las noches a mis hijos, y de vez en cuando unos retos por el exceso de computador. Estoy muy consciente de que, debido a mi trabajo, no he podido cumplir con mis labores del hogar, tareas que asumió mi marido en su totalidad.

Reconozco que al principio sentí miedo a morir. Tanto así, que contraté un seguro de salud e incluso pensé en renunciar. No temía por mí, sino por mis hijos. Me daba mucho miedo dejarlos solos. Pero como mi sentido del deber es tan grande, logré que se me quitara. Leí mucho, y sumado a la experiencia con mis pacientes, aprendí a cuidarme para no contagiarme. De esa manera, logré dominar esa sensación de miedo.

Como personal de la salud me preparé toda la vida para este momento, y por eso mi mejor lugar es con mis pacientes. Con mi equipo hemos salvado muchas vidas y hemos sido valientes. Me gustaría reconocer a todos, a los que realizaron el aseo, los que salvaron mi vida, a los que atendían a los pacientes, auxiliares y enfermeras, que sin duda, estaban más expuestas que nosotras.

A veces pienso que cuando termine esta pandemia quiero descansar y estar con mi familia, abrazar a mi madre y a mi padre y brindar por estar vivos”.

Milena Chiappe (47), infectóloga

“Cuando supe que estaría en la primera línea, acepté con mi mano en el corazón y jamás me lo cuestioné. Durante este tiempo, y para evitar contagios, tuve que dejar de ver a mis pacientes favoritos: los inmunosuprimidos, lo que me dio mucha pena.

En las primeras semanas me aseguré de tener a mis hijos recluídos y muy lejos de mí. Luego regresaron a casa y con ellos tengo una rutina diaria en la que jamás saludo a nadie sin antes bañarme y esterilizar lo más posible la ropa. Hace meses que uso el mismo par de zapatos, que los dejo fuera de mi hogar.

Pese a todo los cuidados, se contagiaron mi marido y dos de mis cuatro hijos, y personalmente me tocó ser madre-doctora y esposa-doctora. Fueron 14 días muy duros, en los que transformé mi casa en un hospital. Yo era la doctora, enfermera, la paramédico, la señora del aseo, la que recogía todos los elementos contaminados, la que hacía la comida, la que lavaba y planchaba.

Probablemente ha sido mi trastorno obsesivo-compulsivo con el aseo el que ha evitado contagiarme, incluso habiendo tenido tres enfermos en casa. Desde que todo comenzó me he preocupado siempre de usar todos los elementos de protección personal que nos proporciona la clínica, mascarillas, escafandra y los escudos de protección facial.

Creo que lo más complejo de este tiempo ha sido estar muy cerca de la muerte en todo momento. Como infectólogos estamos acostumbrados a ganarle a las bacterias con antibióticos, pero con el Covid-19 tuvimos que aprender con humildad que con los virus no es lo mismo.

Sé que hemos tenido la oportunidad de enfrentarnos a un gran desafío, de aprender todo de nuevo, de darnos cuenta de que no lo sabíamos todo. Y de que los virus están ahí para enseñarnos a ser mejores”.

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