Los 90: El glamour




Como muchas personas, con la coronación del rey Carlos III me acordé de Lady Di.

Es raro que viviendo en un país que queda a casi 12.000 kilómetros de distancia le prestemos atención a un evento como ese. Y antes, su relevancia era mucho mayor. Recuerdo que incluso en las noticias mostraban imágenes de la realeza, de los eventos a los que asistían y su trabajo filantrópico. Me acuerdo de Diana caminando en territorios de minas antipersonales, a Rainiero III y su familia en el Baile de la Rosa de Montecarlo, los romances de la rebelde Estefanía, las vacaciones de la familia española en Palma de Mallorca y mucho más.

Sé que la existencia de la realeza hoy es un tema controversial, pero cuando yo era chica gozaba viendo las revistas en las que aparecían con sus tenidas de gala, con sus tiaras y coronas y en yates por el Mediterráneo o donde fuese. Me encantaba ver a Carolina de Mónaco con sus tres hijos, nietos nada más y nada menos que de Grace Kelly. ¿Cómo no soñar ante ese nivel de glamour?

En Chile, la televisión también nos llevaba a otros mundos. Programas como Viva el Lunes, Noche de Ronda o Martes 13 traían a verdaderas estrellas. Algunos de los personajes más famosos del planeta, como Alain Delon, Barry White, B.B King, Dionne Warwick, David Byrne, Pamela Anderson, Sophia Loren, David Copperfield, Julio Iglesias, Luis Miguel, Soda Stereo, Valeria Mazza o Gisele Bündchen, entre muchos más, estuvieron en sus estudios, siempre en situaciones cuidadas para no acercarse a ninguna controversia.

A propósito de supermodelos, sé que el tema de los ideales de belleza puede ser polémico, pero en mi pubertad y adolescencia yo no aspiraba a ser Claudia Schiffer, no me comparaba con Cindy Crawford ni me deprimía por no ser como Linda Evangelista (que, de hecho, las tres estuvieron en los programas a los que me refería). No, yo disfrutaba viéndolas espléndidas, inalcanzables, caminando por pasarelas eternas, abrazadas de Karl Lagerfeld o tomando champaña con Gianni Versace; o me fascinaba admirando a Naomi Campbell y Christy Turlington en videos de George Michael. Fantaseaba de manera inocente, esa fue mi experiencia personal.

Hoy veo que la cosa es diferente; las niñas realmente pretenden ser como Kendall Jenner, Bella Hadid o Emily Ratajkowski y las redes sociales no han ayudado al respecto.

La existencia de filtros que hacen que parezcamos la versión perfecta de nosotros mismos frustra a mentes todavía influenciables que absorben como esponjas y tienen frente a ellas mismas un ideal al que creen pueden aspirar. Y, cómo no, si literalmente lo tienen en la palma de sus manos. Sí, pretender tener las piernas de Elle McPherson habría sido un problema, pero por lo menos a mí no me pasó y no tengo recuerdo de que mis amigas quisieran imitarla.

La verdad es que no sé cuál será la razón, pero, como decía, no me sorprendería que las redes sociales hayan jugado un papel fundamental. Además, cuando no existía internet, el bombardeo era muchísimo menor, la exposición era escasa.

Con el glamour que me tocó presenciar en los 90, mi imaginación volaba tal como cuando me enfermaba, no iba al colegio, y me quedaba viendo los musicales de Ginger Rogers y Fred Astaire por TNT. Porque era tal cual, personajes que vivían en otro mundo, casi en otra época; no me identificaba, sólo disfrutaba siendo testigo lejana de una historia brillante y, sin duda, irreal.

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