Mi primer hijo, mi maestro




Siempre quise ser mamá. De cierta manera, era algo intrínseco en mí y cuando conocí a mi marido fue de las cosas que le quedó claro. Él sabía que en nuestro proyecto de vida el ser padres era una parte fundamental y que yo buscaba a alguien para hacer familia.

Vivimos la vida de pareja intensamente; viajamos mucho durante nuestros dos años de pololeo antes de casarnos, nos fuimos a vivir dos años a Australia, hicimos nuevos amigos, conservamos los antiguos, probamos nuevos sabores. Y así, cuando llegó el momento de decidir ser padres, se dio de manera natural.

Tuve un muy buen embarazo. Me sentí bien, andaba feliz y disfrutaba profundamente de cómo la gente me transmitía buenas vibras. Algo pasa cuando estás embarazada, ya que las personas te sonríen genuina y naturalmente. Disfruté cada momento, incluso cuando llegó el parto, porque aunque estaba un poco asustada, todo anduvo bien. Lo único que quería era llegar a la casa para vivir mi maternidad tranquila con mi marido y empezar esta aventura de ser madre.

A la semana del parto me dio fiebre, y junto con ese malestar me invadió una sensación de absoluta consciencia, al darme cuenta de que un ser diminuto dependía 100% de mí. Sentía que me había faltado leer la segunda parte del libro, la que venía después de que naciera. Me preguntaba porqué se me había dado esto, si no estaba realmente preparada. Y en vez de buscar apoyo o conversarlo, me fui para adentro.

Durante el primer tiempo lloré harto. Pasaba mucho sola y no todos veían mi pena. Era raro tener la inmensa alegría de ser madre y, al mismo tiempo, sentir esta tristeza tan profunda. En ese tiempo, además, me encontraron anemia y un coágulo en el útero del tamaño de una pelota de ping pong. No tenía un dolor constante, pero no podía estar de pie y me sentía débil. Por otro lado, mi marido en el primer momento de esparcimiento que encontró, a los 10 días del nacimiento de nuestro hijo, se cortó los ligamentos y se lesionó los meniscos, lo que lo llevó a una cirugía inminente. En resumen, éramos dos papas primerizos que no podíamos estar de pie con una guagua de menos de 1 mes.

Con cariño y con paciencia, fuimos acostumbrándonos, aprendiendo y conociendo a este nuevo ser. Y con ello logré descubrir que había una tremenda mamá en mí y un gran compañero con quien vivir esta nueva aventura. De a poco me di cuenta de que mis mimos sí calmaban a mi guagua, de que mi leche sí lo hacía crecer, de que con nuestros cuidados se mantenía sano. No necesitaba un manual ni leer la continuación del libro, todo estaba en mí. Mis temores se fueron desvaneciendo en la medida de que crecía mi empoderamiento como mamá, y al mismo tiempo mi cuerpo se fue recuperando. Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que en este proceso los tres integrantes que conformamos esta nueva familia aportó lo suyo para que aprendiéramos de cada uno y de este nuevo sistema que formamos. Ahora entiendo que de cierta manera la vida es sincrónica y que todo se dio como debía. Porque nuestro hijo fue nuestro gran maestro, a pesar de que al principio pensamos que éramos nosotros quienes le debíamos enseñar.

Cuando mi hijo mayor tenía un año, buscamos tener al segundo y logré quedar embarazada al poquito tiempo. Qué diferente es el embarazo cuando uno ya conoce lo que viene. Desde el principio me sentí más cansada y con más sueño que en el primero y mi marido pensaba que podían ser mellizos, aunque no teníamos antecedentes en la familia. Por eso me reí cada vez que lo mencionó. Hasta que la consulta del ginecólogo confirmó esa tincada, cuando al doctor, al ver la eco, comenzó a reír y nos dijo: “nunca me había pasado que el papá llegara con esa sensación y le achuntara. Anda a comprar un Kino”.

Cuando caí en cuenta de que eran dos, el mundo se detuvo. Me embargó una alegría y una emoción profunda, ya que era la materialización de un sueño de niña.Para ser un embarazo de riesgo, fue uno muy bueno. A la semana 37 fui a un control con la matrona y me encontró que ya estaba en trabajo de parto, con dilatación 6centímetros, pese a que no sentía ningún dolor. Y en menos de dos horas, tuve a mis dos pollitos en brazos. Recuerdo que el doctor, por protocolo de madre de mellizos, me dio un ansiolítico para que me bajara la leche, pero nunca me lo tomé. Estaba segura que no necesitaría algo para relajarme. Era una de las muchas enseñanzas de mi primer hijo.

Los embarazos múltiples causan mucha interrogantes. Cuando la gente me pregunta si es muy difícil tenerlos, les comento que la verdad es que no. Y es porque mi primogénito fue mi maestro y me enseño que tengo todo en mí para ser una buena mamá.

Marcela es ingeniera comercial y mamá de Clemente, Sebastián y Trinidad.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.