A los 18 años les cierran la puerta y los mandan a seguir su camino ¿A dónde ir? Es la pregunta de la mayoría de los y las jóvenes que por edad, egresan de los hogares de protección del Estado. No tienen la posibilidad de volver a la casa donde les vulneraron y el Estado deja de brindarles ese techo. Tampoco tienen familiares a quienes tocarles la puerta, porque nunca los protegieron, al mismo tiempo que sienten que no necesitan a nadie para salir adelante, pues eso es lo que la vida les ha enseñado.

Muchas veces el destino para estos jóvenes es la calle. Esta brutal realidad es la que busca evitar Margarita Guzmán, fundadora, presidenta y directora social de Fundación Sentido. Una iniciativa que, a través del programa de acompañamiento en viviendas de transición para la vida independiente, dispone de una pensión compartida con presencia continua de monitores, orientada a generar estabilidad emocional y el desarrollo educacional, tanto en la finalización de la educación escolar, como en la incorporación a la educación técnica/universitaria.

Este programa se complementa de herramientas psicosociales y una metodología basada en la creación de vínculos, el desarrollo de la confianza, el reconocimiento y la creación de experiencias transformadoras que buscan preparar a los jóvenes para la vida independiente y la inserción social. Por ello, en 2022 fue reconocida por la fundación Mujer Impacta e incorporada a la red de emprendedoras sociales.

La etapa de reivindicación

Margarita (43), casada y madre de cuatro hijos, es la menor de cinco hermanas de una familia que ella denomina tradicional y conservadora. Educada en el Colegio Villa María, recuerda una infancia “canuta” y con inquietud social. Obstinada desde muy pequeña cuenta que en kínder no la eligieron para la obra de fin de año, así que agarró a la profe del brazo y le dijo muy imponente “‘¿Qué tengo que hacer para estar en la del próximo año? Hago lo que sea’. Y lo logré, tuve el papel de un hombre”, recuerda.

Entró a estudiar educación básica a la Universidad Católica en 1998, “en la época de la reivindicación”, como ella denomina. Allí descubrió que había sido criada “con el lado B de la historia”. Luego ingresó al Centro de Estudios Públicos (CEP) y comenzó a leer literatura de la dictadura y revoluciones latinoamericanas. “Cada cosa que leía me hacía sentir más rabia por la formación que me habían dado. Tuve una adolescencia tardía”, admite. Quiebre que se intensificó cuando dos de sus hermanas se separaron y fueron excomulgadas por la iglesia.

Vocación de servicio

Se puso a trabajar en un colegio subvencionado e hizo un magíster en pedagogía teatral. “Supe desde el primer minuto que el teatro era mi pasión”, dice, por lo que a sus 24 años tomó la decisión de postular al Club de Teatro de Fernando González. Al mismo tiempo era voluntaria en InfoCamp enseñando lectoescritura a adultos mayores y esporádicamente hacía “pololitos” como el que obtuvo en el COSAM de La Pintana por un programa llamado Habilidades para la Vida, que realizaba intervenciones en colegios. Una de ellas era interpretación teatral, Margarita se quedó trabajando ahí.

En el COSAM recibió capacitación para identificar explotación sexual infantil, la encargada era Iría Retuerto, generadora de la metodología Teatro Reparatorio. Margarita alucinó. “La jodí a más no poder para ser voluntaria, cosa que no le gustaba, pero accedió”, cuenta. Estuvo seis años siendo parte y trabajando con niños, niñas y adolescentes que en su mayoría vivían en hogares de protección y habían sido explotados sexualmente.

“El teatro te ayuda a desarrollar habilidades socioemocionales para lidiar con una historia traumática. Hay que ser muy valiente para pararte en un escenario y hablar, eso te empodera. El ser un personaje, interpretar y distanciarse, te facilita expresar a través de otro. Te permite jugar, gozar y verte en un espacio de reconocimiento donde te aplauden, porque eres protagonista. Es un ejercicio súper caótico y eso es reparador”, dice Margarita.

En 2013 con una de sus mejores amigas lograron juntarse con la directora del SENAME. “Ella nos dijo: quieren ponerse a disposición, en el CREAD Pudahuel viven entre 100 a 120 adolescentes de 12 a 18 años, todos hacinados en cuatro pabellones, sin ir al colegio, con mucho ocio y depresión compartida”, cuenta Margarita.

El hogar contaba con un gran salón con máquinas de masa industriales. Así, se les sumó otra amiga y entre familiares y amigos consiguieron un pie económico para habilitar el primer taller de amasandería, el que más tarde se convirtió en cocina. Luego, armaron un segundo taller de manicure, que se transformó en peluquería y luego, con fondos concursables, lograron armar el de computación. Sin embargo, a pesar del éxito, al año siguiente se quedó sola con el proyecto.

El principio de nuevos desafíos

El 11 de abril de 2016 Lissette Villa de 10 años, murió en una casa de acogida del SENAME. Fue el principio del fin de la institución. “Nosotras no entendíamos por qué nadie hablaba sobre este sistema vulnerador. Cuando comenzó la crisis nos enfocamos en los jóvenes, porque sabíamos que para muchos, el único destino era la calle”, dice.

Su sueño es cambiar la forma en que miramos a estos jóvenes. En sus palabras, “estos cabros no hicieron nada más que nacer en un lugar de pobreza y vulneración. Es sólo falta de oportunidades”, y continua, “como si eso no fuera suficiente, a los 18 años se les condena por su condición”, es decir, se le manda a la calle.

Pensando en esos jóvenes es que nace Fundación Sentido. Hace poco compraron una casona en Barrio Infante que están remodelando. El objetivo es generar un centro de negocios que funcione como una escuela de inserción laboral regresiva. ¿Qué quiere decir esto? Que los emprendimientos que se instalen deberán contener cupos laborales protegidos para los jóvenes egresados. Son de una jornada de 4 horas al día, con una duración de un año y acompañamiento de la fundación.

“Esto existe en otros países y cuenta con beneficios tributarios”, específica Margarita. Su siguiente paso es convertir esto en una Ley, para que se cree un subsidio de contratación para los empleadores, pagando la mitad del sueldo de cada joven empleado con un tope mínimo y máximo. “No soy una mujer pasiva. Opino que no hay que conformarse nunca con un ‘no’ y que las cosas se logran luchando”, concluye.