¿Qué está pasando con nuestro cerebro en la pandemia?




El miedo a contagiarse de Covid, el bombardeo de información, las cifras de muertes y el aislamiento social sin duda han afectado el estado de la mente. Y si hay alguien que puede dar pistas de lo que está pasando adentro de nuestras cabezas es el neurobiólogo Pedro Maldonado. Doctor en Fisiología, trabajó en el laboratorio de Epistemología experimental de los aclamados Humberto Maturana y Francisco Varela, y actualmente es el director del Departamento de Neurociencias de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile e investigador del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica (BNI).

El año pasado publicó su primer libro, titulado ¿Por qué tenemos el cerebro en la cabeza? y estos días continúa su cruzada por acercar la ciencia a las personas a través del proyecto En casa qué pasa, que divulga información para el cuidado de la salud mental en cuarentena, y el Instagram Expertamente, donde la actriz Javiera Contador y el actor Francisco Pérez-Bannen hacen entrevistas en vivo a personas ligadas a la ciencia.

¿Qué está ocurriendo con el cerebro en la pandemia?

Muchas cosas. Está en una situación que no es familiar, es incómoda, porque somos una especie muy social y gran parte de nuestra vida ocurre en comunidad. Normalmente lo que hacemos para poder mantenernos con vida involucra relaciones sociales: buscar alimento, agua, refugio, sexo. Somos animales que para estar bien dependemos en gran medida de la interacción con otros. Pero se nos ha instruido distanciamiento, se nos ha sacado de nuestra típica vida cotidiana. Eso es algo que al cerebro no le gusta y es considerado un castigo en muchas sociedades. Y dado que lo sacan de la manera común que tiene de conseguir cosas de bienestar biológico, se genera incertidumbre.

Además, está el miedo al contagio.

Hay una amenaza, de eso no hay ninguna duda. Y cuando hay una amenaza, nuestro cerebro no puede quedarse tranquilo; tiene que evaluar lo que está pasando, lidiar con distintas emociones y, según eso, tomar decisiones. Si corro el riesgo de que me ataque un perro o de caer a un precipicio, trato de asimilar esas situaciones. El cerebro genera cambios fisiológicos en el cuerpo para responder a este miedo y prioriza ciertos circuitos para responder a la amenaza: eriza los pelos, aumenta el tamaño de las pupilas, tensa los músculos, disminuye el pensamiento racional. Pero lo que vivimos es una amenaza que nuestro cerebro no está preparado para enfrentar, entonces el conflicto es que no tiene claridad sobre qué priorizar frente a esta situación.

¿Qué pasa con la exposición continua a la amenaza? Porque, a diferencia de un encuentro con un perro o el riesgo de caer en un precipicio, esto ha durado meses.

Típicamente las amenazas y las reacciones que organiza el cerebro son transitorias. Pero en casos como este, en que las amenazas se mantienen permanentemente en el tiempo, nuestro cerebro va a tratar de mantener una actividad de respuesta prolongada y esto es lo que llamamos estrés. El estrés es una respuesta biológica normal y es bueno porque captura mecanismos que nos ayudan a enfrentar las amenazas. El problema es el estrés crónico, que se mantiene durante el tiempo, porque mantiene mecanismos de alto gasto fisiológico en el cerebro y el cuerpo que terminan desgastándonos y por lo tanto empezamos a sufrir. Por ejemplo, en estrés la respuesta inmunológica disminuye, porque el cerebro prioriza otras respuestas.

¿Podemos hacer algo para que nuestro cerebro priorice la respuesta inmune, justo ahora que la necesitamos tanto?

Sí. Para eso es clave generar conductas para bajar el estrés. En nuestra vida normal, antes de la pandemia, el estrés crónico era bastante común y el deterioro en salud mental de las personas era crítico. Y ahora estamos mucho peor. La OMS ya ha advertido una pandemia paralela de salud mental. Para bajar el estrés lo que tiene que pasar es que la percepción de las personas de la amenaza sea de menor intensidad. Que la amenaza no sea percibida como un peligro inmediato. Es difícil, pero no tanto. Una cosa trivial es tratar de no estar pensando en la amenaza todo el día. Si estás leyendo todo sobre el Covid y las estadísticas, vas a estar permanentemente con esta sensación de amenaza inmediata. Una primera recomendación es tratar de reducir el enfrentamiento a esta amenaza, hacer otras cosas, engancharse en otras tareas.

¿Sirve la meditación?

Sí. Nuestro cerebro no tiene la capacidad de procesar cada estímulo sensorial con el que nos encontramos en el mundo, entonces está obligado a acentuar algunas cosas en desmedro de perderse otras. La meditación es un ejercicio de atención que entrena a las personas en resaltar algunos estímulos sobre otros en periodos prolongados de tiempo. Por ejemplo, concentrarse en la respiración, en un mantra, en una idea. Pero no es la única manera. Puede ser sentarse a leer un libro, ver una película, jugar con los niños, cocinar, tejer. Tiene los mismos efectos: al dejar de usar el cerebro para poner atención en la amenaza, baja el estrés. También se pueden motivar conductas que evoquen placer, pero hay que tener cuidado de no caer en excesos, para no terminar comiendo todo el día, por ejemplo. Otra estrategia es el ejercicio físico, que tiene un enorme impacto en la actividad cerebral porque libera endorfinas que nos hacen sentir mejor, serotonina que nos tiene mejor de ánimo y otros efectos como mejorar la memoria.

¿Qué está pasando con nuestra memoria? Tendemos a confundir los días y se nos olvidan algunas cosas.

Una de las cosas que la neurociencia ha establecido es que el estrés reduce nuestra habilidad de la memoria. Además, la memoria se facilita si puedo pegar distintos componentes en una línea de tiempo, algo que no es complicado si tengo una línea de tiempo diversa. Pero nuestra vida es esta situación es extraordinariamente rutinaria o similar día a día. No importa si es sábado, domingo, lunes o martes, uno tiende a hacer la misma rutina y, cuando no hay un evento particular, no hay componentes donde amarrar el hilo de tiempo. Si prendo y apago la luz de afuera todos los días hace 60 días, no puedo distinguir un día de otro, entonces me cuesta recordar si este día la apagué. En la medida en que uno hace cosas triviales repetitivas, deja de fijarse en ese evento porque empieza a perder importancia. No podemos recordar todo. Recordamos cosas que evocan mayor cantidad de actividad eléctrica. Cuando es un evento que no tiene mucha relevancia, tiende a no quedar en la memoria.

¿Estamos viviendo una época poco relevante para nuestra memoria? ¿Vamos a recordar vagamente esto?

A nadie se le va a olvidar la cuarentena, pero nuestro relato será pobre. Todos estos meses se van a colapsar en un relato corto.

Hay otro aspecto de la memoria que ha cobrado relevancia: la nostalgia. Estamos mirando fotos antiguas, hablando de episodios pasados e incluso contactando gente con la que no hablábamos hace meses. ¿Por qué pasa esto?

Quizás por el mismo hecho de que estamos teniendo problemas de memoria, inconscientemente el cerebro hace ejercicios para tratar de mantenerla y entonces hurga en los recuerdos. Dado que este ejercicio de memoria es muy pobre en nuestra vida actual, buscamos hitos más concretos que podamos identificar con claridad. Es una manera de hacer gimnasia mental. Y junto con el encierro, aparece esta sensación de nostalgia por el tipo de vida que solíamos llevar. Empieza hacerse mucha referencia hacia el pasado y en esa referencia surgen recuerdos que frecuentemente se mantienen porque hay una emocionalidad asociada a ese recuerdo. Como la memoria requiere activar un circuito neuronal, se cree que se fortalece en gran medida con el nivel de actividad que tienen esos circuitos. Mientras más se recorre una huella, más honda se hace. Y lo que pasa es que cuando tenemos un recuerdo la emocionalidad le aumenta la intensidad de la activación de ese circuito y por lo tanto lo refuerza más fácilmente.

¿Qué pasa con las personas que tienen ciertas patologías relacionadas con el cerebro en este contexto?

Están en mayor riesgo. Se sabe que cuando hay estrés generalizado, baja el umbral para que a la gente le exploten estas condiciones. Eso significa que ciertos mecanismos que normalmente tienen los cerebros de algunas personas para compensar o aguantar se vuelven más débiles y se gatillan más fácilmente episodios de problemas mentales, lo que se traduce en situaciones como que haya un aumento de personas que reporta problemas de salud mental.

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