Palmas quemadas

Las palmas chilenas estaban acá antes de que se formara la cordillera de los Andes, y los chilenos las estamos destruyendo. En diciembre se quemó un centenar en el Parque Nacional Las Palmas de Cocalán, en la VI Región. Otras, totalmente desprotegidas, mueren a razón de 300 por año al lado de una carretera. Expertos abogan porque se les declare Monumento Natural.




Primera escena. Interior de Las Cabras, VI Región. Un helicóptero de Conaf, que sobrevuela la zona del incendio que entre el 2 y el 7 de diciembre asoló al Parque Nacional Las Palmas de Cocalán, se posan en el aire levantando ceniza asfixiante. El piloto ordena a través de un alto parlante a este cronista: "Haga abandono del lugar", "haga abandono del lugar", como si fuera Chernobyl. Y el paisaje se va pareciendo cada vez más.

Como un derrame de petróleo, un incendio hay que vivirlo. En un bosque devastado por el fuego parece que hubiera nevado. Sobreviven fantasmales troncos negros en un suelo cubierto por una capa blanca de cenizas. Sopla un viento sin sonido, porque no hay hojas. La tierra pierde la consistencia y a cada paso los pies se hunden, levantando nubes de cenizas que entran por la nariz y los oídos y se adhieren al pelo. La ropa queda impregnada a humo.

Días después todavía arden los ojos y la piel de los dedos se desolla. Lo más sorprendente es ver que los árboles y los arbustos carbonizados conservan su forma, quedan intactos, pero tan calcinados que, al tocarlos, se deshacen como espectros.

Menos las palmas chilenas.

La Jubaea chilensis es una de las pocas especies en el mundo que resisten –en gran parte– los incendios forestales. Mal que mal es una reliquia de una era tropical que hubo en esta parte del mundo hace 65 millones de años. Desde entonces está aquí. Sobrevivió a la separación de los continentes, al frío de la última glaciación y a los mordisqueos de los dinosaurios extinguiéndose. Los chilenos nos estamos convirtiendo en su única amenaza real.

Desde hace 10 años que no ardía un Parque Nacional, tras el incendio en las Torres del Paine provocado por un excursionista checo al quemar su papel higiénico. Esta vez el fuego se inició –según las primeras versiones– por la inflamación de una máquina de cortar pasto del predio agrícola de la Sociedad Frutícola y Comercial, Sofruco, ya que este Parque Nacional es el único en Chile que está inmerso en terrenos privados. Se salvaron las viñas y los cultivos de frutales de la empresa, pero se quemaron varias miles de hectáreas de los cerros donde están las palmas silvestres.

Ni la empresa ni Conaf de la VI Región responden aún –pese a los requerimientos– cuántas palmas ardieron. Sofruco tampoco permitió el ingreso al bosque quemado. Pero fue posible acceder dando un rodeo por los cerros.

Había que verlo. Cocalán es uno de los pocos bosques relictos –reliquias– de palmas chilenas que van quedando. Está en un cerrado cajón de cerros verdes y abruptos estilo Machu Picchu, realmente hermoso. Primitivo. Hay 30 mil palmas en todo el sector, protegido desde 1971. Quince mil están en el Parque Nacional y otra cantidad similar en el predio contiguo, la Hacienda Cocalán, de la familia Mansilla, cuyos miembros son los únicos autorizados en Chile a producir miel de palma. Conaf lo permite a cambio de que planten 15 palmas por cada una que derriban para hacer miel.

Se estima que cada cuatro años botan un centenar, y de cada una de ellas cosechan unos 150 litros de savia.

En el palmar a cargo de Sofruco, se podían contar hasta 100 palmas calcinadas a simple vista. Algunas de ellas, pese a los troncos negros, pueden sobrevivir. Otras están totalmente muertas.

Segunda escena. Exterior de Viña del Mar, autos pasando a 120 kilómetros por hora por la autopista Las Palmas, el único palmar al alcancedelamano.El doctor en Ecología, Fernando Cossio (67), toma su sombrero y abarca con él la zona de quebradas con palmas por doquier que, como un parque jurásico, surge al borde de la autopista. Luego dice con voz rasposa:

–¡Yo podría prenderle fuego a todo esto y nome pasaría nada, menos que a un curado!

Efectivamente a lo más le aplicarían una multa en un Juzgado de Policía Local. El palmar de Viña fue declarado Santuario de la Naturaleza en 1995, una figura simbólica, porque carece de reglamento en la Ley de Bosque Nativo, en eterno trámite parlamentario.

Y la palma –como especie– sólo está protegida por un decreto supremo que impide cortarla sin autorización del SAGy que promueve su "cuidado y conservación". Dichos alcances han sido aplicados en contados casos de remodelaciones o ampliaciones urbanas, en que sacan la palma con grúa y la plantan en otro lugar. "No más de una docena de palmas habrá sido trasplantada en todo Chile, pero quién sabe si han sobrevivido", comenta Cossio. "Las palmas mueren sin que nadie se entere. Yo he visto morir muchas", agrega.

Año tras año la palmas en Viña van muriendo a razón de 300. Es un proceso rápido. Cuando Cossio llegó a Viña del Mar, hace 15 años, había 6.500 palmas. El último conteo, de 2006, arrojó que sobreviven menos de 1.500. Y no se sanciona ni multa a nadie por derribarlas, mutilarlas, quemarlas o robarse las palmas nuevas.

–El copihue es Monumento Natural desde 1976 y, por tanto, dañarlo o comerciarlo conlleva una serie de sanciones –dice Cossio con algo de resignación.

La palma, en cambio, sólo cortarla implica sanción. Observamos las heridas de una palma a la que le han clavado fierros para subir hasta su copa, arrancarle las hojas y hacer ramitos de Semana Santa. Cossio, quien enseña Ecología en el Instituto de Geografía de la Universidad Católica de Valparaíso, lleva 15 años batallando para que la zona de la autopista Las Palmas tenga protección. Este año publicó el libro Al margen de la ciudad, junto a otros profesionales que retrata la precaria convivencia de la palma chilena con las poblaciones viñamarinas Puerto Aisén y Juan Pablo Segundo, y las tomas de terreno en los cerros.

En esas quebradas la palma chilena sufre con sus vecinos: son 100 mil personas que viven amontonadas en los cerros de Viña, lejos del mar y los bikinis, que tienen al palmar como única área verde y de esparcimiento. Llegando marzo o abril, les sacan las hojas más tiernas para venderlas el Domingo de Ramos. Al arrancar las hojas nuevas, pueden dañar el palmito –o meristema apical–, situado en la punta de la palmera. Si esto ocurre, la palma deja de renovar las hojas, se seca y muere. Después, en invierno, les cortan ramas para usarlas como leña. En primavera arrancan las pocas plántulas que llegan a brotar para venderlas en los viveros, a mil pesos cada una (una palma crecida roza el millón de pesos). En verano recolectan los coquitos, impidiendo que la palma se reproduzca. "Los comerciantes pagan dos mil pesos por kilo", dice un vecino recolector.

Y pronto estas palmas estarán más amenazadas. La municipalidad de Viña del Mar planea agregar las tres quebradas de las palmas (El Salto, El Quiteño y 7 Hermanas) al sector urbanizable de la ciudad, mediante un cambio en el plano regulador. La Comunidad Europea, mediante el proyecto URB-AL, ha colaborado en un diseño urbano de modo que el bosque no se vea afectado. Pero Cossio considera esto improbable mientras la protección del palmar sea virtual y no legal:

Si fuera parque, área protegida o reserva, nadie tocaría ni las palmas ni su entorno. Como es santuario, pueden hacer lo que quieran: comerciarlas, trasplantarlas, moverlas, modificarlas, ponerles un edificio al lado. O sea: una pérdida total del sistema silvestre.

Hoy, al ver las raleadas palmas en medio de esas quebradas llenas de mediaguas, parece que hubiera una sana convivencia. Árboles en medio de las casuchas. Pero si uno se acerca a los troncos, ve que están dañados, mutilados, cercenados. La gente cree que haciendo fuego a sus pies, la palma da más cocos en verano. El fuego se les escapa y suelen quemar la palma entera.

Cossio ha participado, suscrito y/o asistido una docena de proyectos, trabajos, solicitudes, conversaciones, reuniones y jornadas en torno a las palmas en la última década: en muchas de las cuales se solicitó declararla Monumento Natural al gobierno de turno. Jamás se concretó.

Una incongruencia porque la palma –a diferencia del alerce y la araucaria, que se dan en ambos lados de la cordillera– es única en el mundo. "¡Ú-ni-ca en el mundo!"– insiste Cossio. "Ni siquiera hay en Argentina. Y es de las especies vivas más antigua en nuestro país. Estaban acá antes de que se formara la cordillera de los Andes".

Una semana después Fernando Cossio guía por el Parque La Campana, a estudiantes de Agronomía e integrantes de organizaciones ambientales que participan en una jornada ecológica. Se trata de la mayor reserva de palmas silvestres de Chile y está a 60 km al norte de Viña. Desde que se lo protegió, hace 25 años, las palmas se duplicaron: hoy tiene 62 mil. "Este parque es un ejemplo de lo que deberían ser todos los lugares con palmas", señala. Pide a todos hacer una biophilia, una particular meditación en la naturaleza:

–Biophilia es una técnica de apreciación, un regreso a la conexión instintiva del ser humano con los otros seres vivos.

Cossio pide quedarse en silencio cinco minutos, oyendo y sintiendo la naturaleza bajo el palmar sombrío, salvaje, intacto, floreciente. Luego pide comentarios, opiniones. Cuando le toca hablar a él, se le quiebra la voz. "Cosas de la vejez", pienso. Pero pronto constato que es una emoción parecida a la impotencia.

–Hemos hecho tanto por esto –dice luego Cossio viendo cómo una joven abraza una palma–. No sé qué más tendríamos que hacer para que nos oigan.

Tercera escena. Santiago, oficina en Providencia. Alguien más siente impotencia: el arquitecto Justo Pastor Correa. Tiene 86 años y no quiero ni mencionarle el incendio de Cocalán para evitarle una impresión fuerte. Este hermano mayor de la periodista Raquel Correa hizo la investigación más grande que existe hasta ahora sobre la palma chilena. En la década de los 80, y durante 13 años, recorrió cuanto lugar tuviera palmas y descubrió once nuevos relictos silvestres: algunos con apenas una docena de palmas, otros con más de mil. Uno de ellos, situado al interior de los cerros de Alhué es tan inaccesible que sólo consiguió sobrevolarlo en helicóptero. Si bien ganó el Premio Nacional de Urbanismo 2010 junto a Juan Honold, probablemente sea mucho más recordado por lo que hizo por la palma chilena, asume el propio Correa.

–Comencé yendo a un centenar de lugares bautizados como Las Palmas: túneles, cuestas, caminos, haciendas, quebradas. En muchos no había nada.O eran palmeras Phoenixo Washingtonian, que son introducidas.

Antes de emprender su viaje, se contaban cinco bosques identificados con un total de 60 mil ejemplares. Cuando terminó la ruta, en 1998, ya sumaban 16 bosques y contabilizó 50 mil nuevas palmas. Estos datos sirvieron para que organizaciones de defensa la sacaran de la categoría "en peligro de extinción" y la recatalogaran como "vulnerable".

–Es la cosa más importante que he hecho. Mi último amor. Un trabajo de divulgación y defensa.

En los 80 no había información, sólo un trabajo sobre las palmas de Ocoa de la jefa de Áreas Protegidas de Conaf, la ingeniera forestal Gina Michea. Pastor Correa despertó la conciencia nacional sobre la palma chilena. Quería que se le declarara Monumento Natural, como el alerce en 1976 o la araucaria en 1990. Fue entrevistado, citado, leído, pero tampoco fue oído.

–Hubo algo de conciencia. El abogado Mauricio Moreno, dueño de un predio aledaño al Parque Nacional La Campana, inició en 1997 la Fundación para la Recuperación y Fomento de la Palma Chilena, que ayudó a la difusión: proliferaron viveros, plantaciones. Y revertió el proceso de deterioro de La Campana. Hizo muchísimo hasta su muerte en 2002.

Pastor Correa aprendió sobre la marcha Biología, Botánica. Leyó todo lo que encontró sobre palmáceas. "Me extrañó que Neruda no escribiera ni un solo verso a la palma", dice. Recorriendo las quebradas de los altos de Viña antes que se hiciera la autopista, se encontró con un poblador del lugar:

–Héctor Campos Cienfuegos, maestro de construcción. Hablaba fluidamente de la falta de conciencia ecológica, de lo importante que era proteger el lugar. Me impresionó su convicción cuando me dijo: "Estas palmas están pidiendo auxilio, que alguien se preocupe de ellas. Si esto sigue así, se van a destruir, y yo estoy enamorado de este lugar, por las palmas". Fue uno de los causantes del entusiasmo con que proseguí este trabajo.

En todos esos años Correa debe haber plantado unas 70 palmas. La Fundación para la Recuperación y Fomento de la Palma Chilena, varios miles. Otros particulares, muchas más. Una tercera generación de ambientalistas y ONGs sigue sus pasos. Pronto, piensa Pastor Correa, habrá más palmas plantadas por el hombre que las silvestres, que se seguirán quemando y mutilando cada Semana Santa. "Son palmas, claro. Pero no es lo mismo. Un palmar silvestre es una joya de la naturaleza", evoca. Correa estuvo en Cocalán, el área que se quemó, cuando fue ratificado como Parque Nacional en 1989. Ahí hizo su mejor hallazgo, la palma más antigua de Chile. Un ejemplar de 28 metros y mil años de antigüedad (datados por la Universidad de Chile), que los lugareños llamaban La Capitana.

No supe si sobrevivió al fuego. Muy pocos saben de su existencia.

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