Pololear con el ex de una amiga: “Con el tiempo he podido identificar que pude haber perdido una amistad y eso es lo que más me importa”




“A comienzos del año pasado empecé una relación con el que había sido ex pololo de una amiga cercana. El pololeo de ellos había sido en el 2014, hace ya un tiempo, y duró un año. Fui yo quien contuvo a mi amiga en un par de ocasiones cuando la vi cuestionarse lo que había fallado en la relación. Esas veces me preocupé de decirle algo que sinceramente creía; ciertamente no había fallado ella, quizás tampoco él, simplemente no había resultado la relación. Como muchas que pueden empezar, florecer y luego terminar. Las relaciones, y las personas, son cíclicas y no tienen por qué durar toda la vida como nos han hecho creer. Tampoco es necesario llegar al extremo para tomar la decisión de terminar. A veces no hay terminadas abruptas ni mayores decepciones, a veces hay incomodidad y dudas y eso es suficiente para dar vuelta la página.

La relación de ellos no fue trágica ni mucho menos tóxica o nociva. Pero el quiebre fue duro porque, como en toda situación afectiva, había ilusión y cariño. Ella, además, venía saliendo de otra relación difícil y ésta significó un respiro. Terminarla, luego de un año, implicó el comienzo de un proceso de autoconocimiento, uno que ella misma dice que tenía pendiente.

Pasó el tiempo, con mi amiga seguimos siendo amigas pero los años nos distanciaron. Sabíamos que nos teníamos la una a la otra, hablábamos de nuestras cotidianidades y estábamos al tanto de las movidas. Ella se fue de intercambio un año y ahí la comunicación disminuyó pero cuando volvió retomamos como si nada. Esa capacidad de vernos y sentirnos cómplices de las experiencias de la otra era nuestro fuerte. Nos entendíamos con miradas y risas. Hasta que a finales del 2019, y luego del fervor de la revuelta social, empecé a frecuentar a su ex. No nos habíamos visto en mucho tiempo y mis recuerdos de él eran los que tenía por mi amiga. Pero hablar directamente con él fue como conocer a otra persona. En mi cabeza, el relato que yo me había formado no coincidía con lo que estaba viendo y escuchando. Me interesó profundizar el vínculo pero siempre con cautela, sabía en el fondo que no era un terreno en el que debía entrar más allá de cierto punto. Fui racional lo que más pude, porque hace tiempo que creo que el amor –tal como le dije a mi amiga– tiene que serlo, porque si no es muy fácil caer en trampas, fantasías y narrativas dramáticas y tortuosas que nos hacen daño. Entré con cuidado pero al final igual entré. Primero con juntas sociales, en las que nos veíamos a lo lejos y hablábamos de nuestros trabajos –él es diseñador y yo también y justo en esa época nos habían encargado, por lados distintos, la misma pega–, luego de nuestros pasados y finalmente de nuestro presente. Un día, porque no quedaba otra, hablamos de mi amiga. Yo le dije que antes de continuar, debía hablar con ella.

No sé muy bien qué busqué en esa conversación. Quizás busqué su aprobación, pero sin decirlo abiertamente. Ahí asumo mi error. Fui a su casa y le dije que me estaban pasando cosas con su ex. En mi cabeza no era tanto un tema, apelé a que la relación de ellos había sido hace mucho tiempo. Para mi amiga tampoco pareció serlo. Eso fue lo que me dio el impulso para seguir. Pero a veces se me asomaba un pensamiento; ‘este no es un pinche o alguien que se joteó, es el ex, aunque haya sido hace tiempo’. Ahí identifico que quizás, en el fondo, algo me incomodaba.

Aun así, estaba convencida de que mis procesos personales, mi racionalidad y mi capacidad de mantener una cabeza fría me mostrarían el camino. En la vida hay matices. Las relaciones sexoafectivas son complejas y no todo es blanco o negro. Hay grises, hay entre medios. Explorar esos espacios poco explorados era también parte del proceso y me lo debía. Pensaba, si no le estoy haciendo daño a nadie y estoy siendo sincera, no habría problema.

No sé qué hizo que mi relación con él tomara un curso en el que mi amiga ya no tenía tanta cabida. Nunca fue la amiga o el pololo, y nunca sentí que se tratara ni de una decisión, elección o competencia. Pero al final me di cuenta que mientras yo estuviera con él, mi relación con ella, de manera casi inevitable, se fragilizaba. Habían cosas que no se podían hablar con tanta espontaneidad y quizás ni ella ni yo estábamos siendo totalmente sinceras con lo que sentíamos. Mi pololeo no había significado un quiebre propiamente tal con ella, pero estaba jugando con fuego y eso se hacía evidente. Y él, por su lado y en paralelo, se mostraba tal cual como era, y quizás yo no había querido verlo. No había cambiado, y no era otra persona. Era la misma que años atrás había decepcionado a mi amiga.

Por mi lado, es difícil explicarlo, pero había entrado en una dinámica en la que, si bien nunca competí con ella, igual en un minuto me sentí especial y elegida. Como que conmigo las cosas serían distintas, fluirían y no habrían mayores complicaciones. Pensaba que eran otros tiempos, que yo estaba resuelta y que podría identificar cualquier indicio de toxicidad. No me sentía elegida por sobre ella, pero me sentía particular y única. Y quizás no lo era.

Hace unos meses terminé esa relación, que también duró un año en mi caso, y en este tiempo he podido identificar que pude haber perdido una amistad y eso es lo que más me importa. No me arrepiento de lo que pasó, no resiento la relación y creo que lo que pasó fue lo que tenía que pasar en ese momento determinado, pero cuando lo hablé con mi amiga y analizamos la relación, patrones y conductas poco resueltas por parte de ambas e incluso nos reímos, me di cuenta que eso mismo, ese momento, esa intimidad, ese compañerismo, no lo cambio por nada. Y no se trata de comparar, o de que los vínculos sean excluyentes. Pero al final, en mi caso en particular, jugué con fuego y no salió mal, pero no quiero enfrentarme a la posibilidad de perder esa amistad”.

Tola Bañados (30) es diseñadora industrial.

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