¿Qué pasa ahora con el derecho al ocio?




Una de las normas que marcó el debate constitucional fue una que no cuenta con precedentes en la legislación actual; la recientemente rechazada propuesta en el artículo 91 que consagraba el derecho al ocio, al descanso y a disfrutar del tiempo libre. Esta normativa inédita surgió de una discusión multidimensional y mucho más amplia, en cuyo centro confluyen temas como la salud mental, la distribución inequitativa del tiempo entre hombres y mujeres, la reducción de la jornada laboral y la garantía de poder disponer de tiempo para uno, con todos los beneficios que eso conlleva.

Porque son temas como esos, según concuerdan los especialistas, los que están detrás del derecho al ocio; una norma que en esencia –y aunque parezca excesivamente progresista o incluso de poca relevancia– busca resguardar el bienestar general e integral de las personas y, en consecuencia, de la sociedad.

Varios autores lo han confirmado. En su libro El arte y la ciencia de no hacer nada (2014), el científico e ingeniero estadounidense Andrew J. Smart postula que el cerebro no solo permanece activo cuando no está concentrado en una tarea en particular, sino que bulle en actividad cuando está en un estado de aparente reposo.

En sociedades en las que se nos enseña que nuestro valor como ser humano tiene una relación directa con nuestra capacidad productiva, este libro viene a cuestionar la creencia común que determina que el ocio, o el tiempo libre, es perjudicial para nuestro desarrollo y que el ‘no hacer nada’ implica una pérdida de tiempo. Smart plantea justamente lo contrario: según él, la multiactividad puede ser nociva para el cerebro que más bien requiere de momentos de ocio para poder incurrir en la creatividad y recursividad, porque son justamente esos momentos los que permiten que se activen ciertas regiones cerebrales que tienen que ver con el autoconocimiento.

Es esto lo que busca resguardar el derecho al ocio. Y su consagración constitucional garantizaría que todas y todos puedan acceder a él de manera equitativa. Porque no se puede hablar de ocio sin abordar las desigualdades de género; según el informe La dimensión personal del tiempo, realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), mientras las mujeres le destinan en promedio 5,94 horas al día al ocio, los hombres le destinan 6,43. Cuando se trata de las labores domésticas y de cuidado, en cambio, las mujeres le dedican 3,21 horas más que los hombres al día. Es decir, las mujeres tienen menos tiempo de ocio porque le están dedicando más tiempo al trabajo no remunerado.

Así también lo plantea el último boletín informativo de ComunidadMujer, cuyo foco es hablar de la reducción de la jornada laboral (de 45 a 40 horas) y donde se establece que la distribución del uso del tiempo diario constituye una dimensión central en la vida de las personas y en la superación de las desigualdades de género. “Las horas que mujeres y hombres destinan al trabajo remunerado y no remunerado y a sus actividades personales se encuentra condicionado por factores normativos y socioculturales que impactan de manera diferenciada en sus niveles de bienestar físico, mental y económico” escriben.

Por eso, los y las especialistas son enfáticos al plantear que no se debe perder el impulso; el derecho al ocio –junto a todos los otros temas que surgen en paralelo– debe permanecer en la agenda. Hablar de cómo destinamos nuestro tiempo, según explican, es entrar en muchas otras dimensiones correspondientes a los derechos humanos básicos. Es un tema que, en esencia, le hace frente a otras carencias.

¿Qué es el derecho al ocio? ¿Por qué es tan importante tematizarlo y qué pasa ahora que no fue aprobado el texto que lo recogía y planteaba como un derecho fundamental?

Responde Raúl Berríos, psicólogo laboral y académico del Departamento de Administración de la Universidad de Santiago de Chile

“A modo de contexto, es importante entender la noción de garantía del derecho. Las garantías se establecen porque se supone que cubren o resguardan ciertas necesidades que se consideran básicas o fundamentales para la salud, el bienestar y el desarrollo de las personas y las sociedades en general. En ese sentido, aunque en primera instancia uno pueda relacionar el ocio con la disponibilidad de tiempo libre en el que no existen obligaciones institucionales, del cual uno dispone con libertad y arbitrariedad para destinárselo a lo que uno quiera, es en realidad mucho más que eso.

En primer lugar, el derecho al ocio tiene que ver con la calidad de vida. En la medida que las personas dispongan de tiempo libre para hacer lo que quieran, eso incide de manera directa en otros aspectos de la vida como la salud, los niveles de estrés, la creatividad y el bienestar general. De manera tal que la sociedad en su conjunto también se ve favorecida, porque cuenta con personas que tienen mejor calidad de vida y están más saludables, entendiendo la salud como algo integral y como un estado completo.

Por otro lado, el derecho al ocio también pone sobre la mesa el equilibrio entre las distintas dimensiones de la experiencia humana en sociedades complejas. Y es que a la base de la necesidad de tener tiempo de ocio y reconocerlo como un derecho, también se reconoce el hecho que le dedicamos una porción muy significativa de nuestro tiempo a las labores ‘productivas’ y a participar de distintas instituciones y órganos del tejido social. Eso ha ido reduciendo paulatinamente la posibilidad de disponer de tiempo para otras actividades que pueden ser igual o más importantes.

Y es que el tiempo libre cumple una función en la sociedad. Digamos que es una suerte de catalizador o buffer, que opera como una válvula de escape de las presiones y tensiones que se generan en nuestra vida activa y cotidiana. En ese sentido, contar con tiempo para no hacer nada –o nada cuantificable– para poder descansar, pensar o lo que sea que estimemos necesario, permite regular las tensiones que se generan en otros momentos. También es un espacio en el que se pueden producir otras instancias de carácter productivo.

Por ejemplo, aunque nos cueste creerlo, mucha actividad creativa depende de la posibilidad de disponer de tiempo en el que simplemente no se hace nada. Tiempo para divagar sobre una idea muy general hasta que algo interesante, relevante, atractivo o ingenioso ocurra. De manera que podríamos decir que necesitamos de esos momentos de ‘inactividad’ para luego poder crear.

Se trata de no estar operando únicamente en función de una meta o de un objetivo específico. Sabemos, además, que la motivación humana tiene dos componentes fundamentales; por un lado, es bien dirigida, intencional y guiada por objetivos –tal como nuestra vida laboral remunerada–, pero por otro, es totalmente espontánea e imaginativa, y eso surge en momentos de ocio, momentos que por cierto corresponden a gran parte de nuestro tiempo (hay estudios que demuestran que le dedicamos entre un 20 y un 30% de nuestro tiempo a divagar, pensar o soñar despiertos). Todo eso corresponde al tiempo de ocio, para nada tiempo perdido. Son instancias en las que imaginamos y creamos nuevos modos de resolver problemas, aunque nos cueste verlo así.

Por eso es fundamental que se mantenga la necesidad de las personas de contar con tiempo libre, ya sea como una manera de lograr un mayor bienestar, como para decidir qué es importante en la vida, y a modo de mecanismo para fomentar la creatividad. Es una parte de nuestra realidad y hay que abordarla como tal.

En cualquier escenario constitucional que emerja, estos temas tienen que plantearse como relevantes, entendiéndolos no solo como una aspiración progresista, sino también entendiendo que las Constituciones son un reflejo de las necesidades de las personas y una representación de lo que nos constituye como tal”.

Responde Octavio Avendaño, académico del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile

“No existen condiciones en este momento para pensar en aprobar una iniciativa como el derecho al ocio, entre otras cosas porque tampoco se sabe cuál va ser el tenor de la discusión ni el carácter que va a tener el nuevo proceso constituyente.

Aun así, lo más probable es que este derecho –entre otros temas que tenían un carácter inédito en la Constitución– se plantee nuevamente, al menos en el marco de la discusión, porque está relacionado al trabajo, a la productividad, a las relaciones laborales, al bienestar y a la calidad de vida. Todos temas de suma relevancia.

Además, las jornadas laborales que tenemos son extenuantes y eso, especialmente en este último tiempo, nos llevó a valorar cada vez más los momentos de ocio. De hecho, la pandemia generó en amplios sectores de la población la valoración del teletrabajo porque si bien puede generar otro tipo de complicaciones al interior del hogar, especialmente por el sistema de cuidados que tenemos y que recae en las mujeres, también trae beneficios desde el punto de vista de evitar los desplazamientos. En ese sentido, hay una mayor valoración del tiempo libre y de asegurar la realización de iniciativas individuales que no necesariamente sean las que estamos obligados a hacer, sino que las que tienen que ver con una autorrealización más allá del trabajo”.

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