Salir de una relación violenta: “Si mi amiga no hubiese estado conmigo, nunca me hubiese atrevido a dar ese paso”




“No me di cuenta de hasta qué punto había padecido violencia, hasta que escuché a otras mujeres que también la habían vivido. Y es que cuando uno está ahí, dentro de una relación, la mirada se nubla, nada parece ser tan grave.

La primera vez que me di cuenta de que con mi pareja algo no andaba bien, fue después de tres años de relación. Mis amigas organizaron una junta, me insistieron mucho en que fuera. la verdad es que yo evitaba salir, porque siempre era una complicación con quién dejar a mi hija, pero esta vez fue tanta la insistencia, que acepté. En esa comida, además de ponernos al día, mis amigas me hicieron una especie de encerrona, o al menos así lo sentí yo. Me dijeron que estaba muy aislada, que me veían triste y que ellas estaban ahí para cualquier cosa que me estuviera pasando. Pero yo, lejos de tomarlo bien, me sentí juzgada y quise salir arrancando.

Disimulé perfecto, dije que era la maternidad lo que me tenía lejos, y llegada una hora prudente, tomé mis cosas y me fui. Pero no salí igual que como entré. Más allá del escudo que yo misma puse, porque no quería escuchar lo que estaba escuchando, sus palabras resonaron profundamente en mí. Y es que lo que decían ahí era algo que en el fondo veía, pero que no quería asumir: después de tres años de relación, me encontraba totalmente aislada. Desde el principio mi pareja se enojaba –sin gritar ni hacer grandes escándalos– si salía con mis amigas y poco a poco dejé de hacerlo. Luego el control se extendió a todo; el teléfono, cómo iba vestida; empezó a menospreciarme y finalmente llegaron las agresiones físicas.

Esto último obviamente no lo sabía nadie. Tampoco estaban al nivel de dejarme marcas. Lo que solía pasar era que pegara portazos, que me hiciera sentir miedo. Un miedo que me paralizó y que me hizo vivir una vida a su gusto, todo con el fin de evitar que esto se escapara de mis manos. El problema es que, aunque tratara de ocultarlo, ya se había ido de mis manos. Ya no tenía el control de mi vida, porque lo tenía él. Y solo logré darme cuenta cuando escuché a otras mujeres que estaban viviendo lo mismo.

Ese día de la comida con mis amigas, una de ellas me dijo que no estaba sola en esto, que no era la única, que no tenía que sentir vergüenza porque en la privacidad de cada relación, muchas pasamos por lo mismo. Un par de días después la llamé. No fue necesario explicar mucho, ella inmediatamente entendió que mi llamado era un grito de auxilio. Nos juntamos a tomar un café en horario laboral, para no cambiar mi rutina. Le conté todo lo que estaba viviendo y me prometió no dejarme sola. Me contó también que ella había pasado por lo mismo, y por tanto era capaz de empatizar no sólo con la pena y la rabia, sino que también con la necesidad de hacer esto sigilosamente.

Desde esa junta hasta ahora han pasado dos años y puedo confirmar que su promesa se cumplió al pie de la letra. Me acompañó en cada momento en que la necesité y probablemente si no hubiese estado conmigo, quizás nunca hubiese salido de ese círculo de violencia. Y no fue un proceso fácil, porque una cosa es darse cuenta, tomar conciencia, pero otra muy diferente es tomar acción. Muchas veces la ignoré, le dije que no se metiera más, pero en el fondo, quería que se siguiera metiendo, que me rescatara de ahí, solo que tenía miedo. Fue un proceso largo y difícil hasta llegar a irme de la casa, mucho más hasta denunciar. Pero todo ese camino estuve acompañada por ella y esa conexión es muy valiosa. Por eso ahora cuando escucho hablar de feminismo y sororidad entiendo tan bien a qué se refieren. Más allá de las teorías académicas y de la historia, la necesidad de tenernos y acompañarnos entre mujeres es vital para vivir en un sistema que nos ha violentado y discriminado por tanto tiempo.

Estoy segura que complicidades como la que tejí con mi amiga, hay cientos de miles, en cada rincón de este país y del mundo. Porque cuando una mujer vive violencia, no hay nadie que pueda comprenderla más que otra mujer que ha pasado por lo mismo. Y es duro tener que vivir procesos así para entender que nos tenemos entre nosotras. Estoy segura que si ese tejido sororo se fuera extendiendo cada vez más, entre grupos pequeños de amigas, hasta unirnos a todas las mujeres, nadie, ningún solo hombre, se atrevería a violentarnos”.

Denisse Bravo tiene 29 años.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.