Tener lo necesario

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Nunca he comprado en AliExpress. Ni siquiera me he metido a la página web porque, como humana que cae en constantes tentaciones, sé que terminaré encontrando algo demasiado barato que no necesito, creyendo que sí lo necesito. Y para evitar esa falta a mi inestable economía, simplemente no me meto ahí. Tampoco voy a vitrinear, cosa  que tendría el mismo efecto. Aclaremos que no siempre he sido así y que he comprado millones de cosas inútiles. Incluso con tarjeta de crédito por teléfono.

Tampoco es que tenga un pasado consumista y ahora esté rehabilitada, pero con el tiempo me he dado cuenta que tengo una relación bastante fluctuante con el consumo. Cuestiono cualquier gasto, no soy muy desprendida con la plata (me cuesta mucho ganármela) y tampoco soy muy amiga de las tarjetas de crédito; me da miedo caer en Dicom, tengo las cuentas al día y me da vergüenza deber plata. Pero a pesar de todo eso, puedo identificar varias etapas en mi vida en las que he sido más consumista. Lejos las peores compras las he hecho en tiempos de mucho estrés, en que comprar se ha transformado en un premio por sacarme la mugre trabajando. Esa sensación de recompensa con un abrigo nuevo se me pasaba en una semana, y probablemente si hubiera tenido más plata o si no me hubiera intimidado comprar en cuotas, hubiera seguido el camino del consumo injustificado. En cambio, cuando he pasado por tiempos más tranquilos y felices, no me compro nada y hasta el trabajo de ir a comprar, me da una lata infinita. Puedo usar el mismo chaleco por dos semanas y me da lo mismo lo que el resto pueda opinar. De hecho usar el mismo chaleco es mi protesta pacífica al consumo exacerbado. Y en realidad olvidarme del ítem moda ha sido un descanso en mi vida; tengo unas tenidas listas para las reuniones (la mayoría es ropa negra y básica) y el resto de los días ando feliz con mi chaleco regalón.

Dirá alguien que soy la extremista anti consumo, pero tampoco es así. Yo también compro. Pero cuando me imagino la cantidad de objetos que se producen, y que están dando vueltas en carros de supermercado, camiones, barcos y aviones, me viene la desesperación y me pregunto: ¿necesitamos tanto? Me parece que no. Con tal bombardeo, cualquiera se confunde y termina comprando leseras solo porque están ahí y son baratas.

Todo esto me lleva a pensar en algo bastante tramposo en relación a los productos que se ofrecen como orgánicos, eco friendly, green, biodegradables o sustentables. Porque lo que de verdad necesitamos es no necesitar tantas cosas, sobre todo si tenemos en cuenta que para la producción de esas cosas se usó mucha agua y mucha energía también. Y más aún si son productos importados, por muy orgánicos que sean. Creo que de lo que se trata realmente es de reutilizar todo lo que tenga posibilidades de ser reutilizado: frascos, bolsas, envases y telas para usar de otras maneras y reparar todo lo que tenga opciones de ser reparado. No se trata de deshacerse de todo el plástico que tengamos para comprar cajas metálicas, botellas inteligentes, vasos especiales para comprar el chai latte en la cafetería o bombillas reutilizables, sobre todo si nunca haz usado bombillas. Es verdad que la foto para Instagram quedaría más bonita con esos objetos, pero está claro que ahí también hay un lugar en donde sucumbir al consumo. La real vida sustentable es más económica, más sencilla y, si se vive de corazón, está llena de bienestar y alegría. Más simples, más felices dice alguien por ahí. Y yo doy fe de que es así.

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