Hace una semana, la revista New York publicó una serie de testimoniales –bajo el título All Work and No Pay– de mujeres que han perdido sus trabajos en los once meses de pandemia. En uno de ellos, la autora de Seattle, Angela Garbes, relata que en este tiempo ha sentido que sus posibilidades de ganar un sueldo, mantenerse relevante o desarrollar un proyecto personal se han evaporado como el alcohol gel de sus manos agrietadas. “Me retiré de la fuerza laboral y me absorbieron las tareas domésticas y de cuidado de mis hijos; un trabajo que no cuenta con remuneración ni protección, ni tampoco una posibilidad de surgir. Solo un círculo repetitivo. No estoy sola por ningún motivo”.

Y es que efectivamente no está sola. En Estados Unidos, donde vive la autora, las cifras son alarmantes: En este último año, 2.100.000 mujeres han dejado la fuerza laboral por completo y 4.637.000 han perdido sus puestos de trabajo. Así mismo, son las madres solteras, negras y pertenecientes a grupos minoritarios las que se han visto mayormente perjudicadas. En Chile, la situación es igualmente preocupante: Según cifras entregadas por ComunidadMujer en septiembre del 2020, durante ese año, del millón 837 mil personas que habían perdido su trabajo, 899.000 eran mujeres, representando el 48,9% del total. Pero más que eso, la cifra que realmente impactó fue que el 88% de las mujeres que perdieron su empleo se salieron de la fuerza laboral y no estaban optando por buscar trabajo, versus un 73% de los hombres en esa situación.

Es decir, que la participación laboral había caído, según explica la Directora de Estudios de ComunidadMujer, Paula Poblete, en un artículo publicado en Pulso, a cifras que no se veían hace más de 10 años. “Los índices de inactividad de la mujer significan un retroceso de una década en términos de igualdad de género en el mercado laboral”, detalló en el artículo.

Y es que, como explica la encargada de Género del Programa de las Naciones Unidas por el Desarrollo en Chile (PNUD), Elizabeth Guerrero, lo que ha quedado claro en los estudios, en particular en la Encuesta Social Covid-19 realizada por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia junto al PNUD y al Instituto Nacional de Estadísticas (INE), es que si bien hay un número importante de hombres y mujeres que se han salido del mercado laboral, son las mujeres las que no se han vuelto a insertar.

¿Por qué? Como aclara Guerrero, esto tiene que ver con que son las mujeres las que se hacen cargo de las labores domésticas y del cuidado, y esta demanda aumenta notoriamente en momentos de crisis. “No pensemos únicamente en el cuidado de las niñas y niños, que por supuesto tiene un peso cultural muy alto. Las mujeres se hacen cargo de adultos mayores y otras personas dentro y fuera del hogar. Son las que van a comprar insumos para estas personas, se los llevan y los acompañan. Incluso en familias en las que pueden haber hermanos o hijos hombres, esas tareas siguen recayendo principalmente en la mujer. Son las que se hacen cargo de la familia nuclear y de la familia extendida, y eso se vincula fuertemente a un gran desgaste emocional”, explica. Porque terminan siendo, muchas veces, el barómetro emocional de la familia; las que contienen y cuidan al resto frente a la adversidad. Cuando en realidad, en una familia en la que se distribuyen las labores de manera equitativa, este rol lo podría cumplir un hombre.

Por todo esto, dado que en Chile no existe la corresponsabilidad parental, las mujeres se ven confinadas –a falta de opción– al espacio privado.

Como explica Garbes en su columna, puede que parezca que esas mujeres están tomando la decisión de dar un paso atrás, pero la mayoría de las veces, no se trata realmente de una elección. “No es una opción cuidar de tus hijos cuando las escuelas están cerradas”, explica. Y termina diciendo: “Los artículos y las cifras me desarman. No porque los números sean sorprendentes, sino porque ni siquiera son capaces de dar cuenta de la totalidad de la situación. Lo que hemos perdido las mujeres –y el dolor que eso conlleva– no puede ser capturado por números. Se trata de pérdidas individuales, matizadas y en constante cambio. Las mujeres tardarán años en volver a la fuerza laboral, probablemente con salarios más bajos. Y el daño es a largo plazo”.

Y es que efectivamente, si bien las cifras son la expresión máxima de este retroceso, no son capaces de plasmar todo lo que han perdido las mujeres en estos meses de pandemia. Porque no se trata solo del trabajo, o de la fuente de ingreso –que ciertamente es fundamental–, sino que de todo lo que implica para las mujeres salir del hogar. Y que en este minuto, no está ocurriendo. Como explica Guerrero, ya desde antes de la pandemia veníamos visibilizando la doble jornada laboral –o doble presencia– de las mujeres; estar en el trabajo pensando en todo lo que hay que hacer en el hogar y en el hogar pensando en todo lo que hay que hacer en el trabajo. “Las mujeres que están teletrabajando instalan ahora el computador en la cocina y desde ahí trabajan, cuidan a los niños, cocinan y se encargan de los que requieren apoyo. Es una presión y un desgaste emocional y psicológico muy fuerte que en un contexto ‘habitual’ se podía de alguna manera –aunque no siempre– resolver”, detalla. “Están trabajando y al mismo tiempo educando, y aquellas que se han salido del mercado laboral están imposibilitadas de volver porque no hay con quién dejar a los niños”.

Esto lo dejó claro la Encuesta de Empleo del Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales, en la que se examinó la distribución del trabajo en los hogares durante la pandemia y se reveló que el 38% de los hombres en familia había dedicado cero horas semanales a realizar tareas domésticas. Además, en hogares en los que hay hijos menores a los 18 años, el 71% de los padres dedicó nuevamente cero horas al acompañamiento en tareas escolares. Mientras que las mujeres, por ejemplo, dedicaron 14 horas semanales más que los hombres al cuidado de niños menores de 14 años.

Lo que se pierde, entonces, como explica Guerrero, es un espacio de socialización y de encuentro, donde además hay reconocimiento y valoración de las propias habilidades. “Sabemos que el empleo remunerado tiene un efecto positivo porque ayuda a los hogares y también dignifica, pero además, el salir a trabajar implica para la mujer ser parte de un espacio en el que puede cortar con la rutina cotidiana del cuidado. Un espacio de reconocimiento donde se valoran sus habilidades no solo como madre y esposa, sino que habilidades del hacer, de lograr y profesionales”. En ese sentido, la pérdida tiene que ver con el sentido de pertenencia, de autorrealización y de trascendencia.

A esto se le suma que la posibilidad de salir a trabajar también implica un escape para aquellas mujeres que viven situaciones de violencia intrafamiliar. “No es solo el salir de la casa, sino que tener la oportunidad de hablar con otra persona, interactuar, que alguien te escuche e incluso pedir ayuda”, explica Guerrero.

Y es que, como explica la abogada feminista Constanza Schönhaut, cuando las mujeres tenemos un rol preestablecido en la sociedad, también perdemos la capacidad, disposición o autonomía del manejo de nuestro propio tiempo. “Por tanto, mientras algunas seguimos trabajando con teletrabajo, además tenemos que agregarle tiempo al trabajo doméstico. Y eso supone finalmente una pérdida de tiempo para el autocuidado, o para poder desarrollar todas aquellas dimensiones de la vida en las que también deberíamos tener igualdad de derecho para ejercerlas”, explica. “Pienso en las mujeres investigadoras que han dejado de publicar. O en las mujeres trabajadoras que han visto afectada su salud mental por tener una doble jornada laboral. O en la conquista de ciertos espacios como el deporte, que también se ha visto mermada. Ha quedado en evidencia que como sociedad no hemos superado la forma de organizarnos en la que las mujeres siguen relegadas al espacio privado. El impacto de esa estructura social no se ve solo en lo económico, sino que en la autonomía laboral pero también la autonomía sobre el proyecto de vida”.

Porque, como explica la especialista, lo que ha demostrado la pandemia es la fragilidad del sistema de organización social que tenemos actualmente, que frente a cualquier dificultad social obliga a las mujeres a volver rápidamente al espacio privado, en desmedro de la conquista del espacio público.