Valentina Pérez, fotógrafa: “Como sabía que mi cuerpo no era “perfecto”, sentía que tenía que validarme colectivamente siendo inteligente”




“Cuando empecé a exponer mis obras de fotografía en la universidad, que mucho tenían que ver con quién era yo y de cierta manera significaba hablar de mí, noté que me incomodaba. Después, analizando por qué me pasaba eso, me di cuenta de que eran los comentarios de la gente los que me frenaban, porque me hacían pensar que mi trabajo era superficial y para mí esa palabra siempre estuvo prohibida por ser gorda.

Suena fuerte, pero desde niña le tuve miedo y vergüenza a parecer superficial. Como sabía que mi cuerpo no era “perfecto”, sentía que tenía que validarme colectivamente siendo inteligente, teniendo buenas notas, leyendo o adquiriendo más cultura. Era un factor adicional que me permitía que círculos sociales se abrieran ante mí. En ese tiempo yo era consciente del estigma, pero ante la gordofobia y las denigraciones, no me permitía decir nada. Sentía que debía callar porque era yo la que no hacía dieta. Recién ahora, luego de seis años de terapia, me permito decir que ciertos comportamientos no me parecen y puedo marcar límites, sobre todo en mis entornos más cercanos. Pero a lo largo de mi vida siempre me preocupé de que cuando alguien me mirara, cuando hablaran conmigo, lo superficial pasara a un segundo plano.

Es como entrar en la dinámica de buscar en mí todos los elementos que hicieran que la gente pudiera “perdonarme” por ser gorda. De hecho, he notado que hay un antes y un después entre la Valentina que entró a la universidad, que sabe de cultura y que trabajó en espacios importantes, y la Valentina recién salida del colegio que no tenía nada de cultura; porque ahora las personas sí me aceptan más, aunque sigo siendo gorda. Incluso noto esto en gente que sé que es muy gordofóbica. Y me doy cuenta en comentarios como ‘la Vale es tan inteligente, tan creativa’, lo que tiene un trasfondo; buscan encontrar que la persona gorda sea buena en algo para perdonarle el ser gorda y aceptarla.

Y es que ser gorda no es fácil en esta sociedad. Todo el tiempo te encuentras con comentarios y situaciones que te van frenando a decir lo que piensas y a expresarte como quieres. Hay un millón de presiones de las que ahora recién he podido liberarme, pero ni siquiera completamente, porque hay muchas de ellas que las tengo tan internalizadas, que ni yo sé cómo explorarlas. Incluso en terapia es un poco complicado porque los psicólogos no entienden los reales estigmas que existen detrás de la gordofobia.

Hace un tiempo comencé a usar mis redes sociales como un espacio para generar contenido. Mi primera intención no era ser influencer, partí en Instagram porque sentía que era una buena herramienta para conectar con otras realidades parecidas a la mía. Al poco tiempo me encontré con comentarios hablando de la superficialidad y la exposición de los influencers como algo negativo, y aunque me gustaba lo que estaba formando, otra vez tuve dudas; pese a que me iba bien –la gente le comentaba y había mucha interacción en sus posteos–, en el fondo seguían resonando dentro de mí esos comentarios que me acercaban a lo superficial, que era algo que no me podía permitir.

Pero lentamente y con un importante trabajo de terapia, mis ideas comenzaron a cambiar. En mis publicaciones hablo de salud mental y de moda. Cuando hablo de la ropa que uso, recibo muchos comentarios de mujeres con cuerpos similares al mío y que están tratando de encontrar un estilo, algo que es muy difícil porque no hay mucho por donde explorar con tallas como las nuestras. Entonces, genuinamente se han dado instancias que, para mí, no son nada superficiales, porque ayudo a otras mujeres a expresarse a través de la moda, que es algo que a la gente con mi tipo de cuerpo no se le permite tanto.

Hoy estoy pasando por un proceso donde mi identidad está más clara que antes y puedo definir qué me hace sentir cómoda y qué no. Esto me permite marcar límites y hacer cosas que antes no me permitía, aunque al resto le parezca superficial. No voy a dejar mi profesión ni me voy a transformar en una persona sin sustento; de hecho si el día de mañana quiero pintar cerámicas, lo voy a hacer. No porque tenga un cuerpo fuera de la norma tengo que andar demostrándole al resto de qué soy capaz. Esa idea me ha hecho mucho daño en toda mi vida, pero hoy ya no tengo miedo y me siento más segura. Y aunque el estigma de ser gorda no creo que se me vaya nunca -porque es algo con lo que vivo desde que tengo uso de razón-, al menos hoy lo enfrento de otra forma”.

Valentina Pérez tiene 24 años y es fotógrafa.

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