Por qué no deberías hacer dieta después del Dieciocho

Tras cuatro días de comilona y tomatera, aparecen los cuestionamientos y reproches. Pero antes de cometer el error de ponerte en plan de regímenes baratos, sufrientes y restrictivos, considera lo que la evidencia científica y las especialistas tienen para decir al respecto: que no le sirven a tu salud.
Y aquí estamos, de vuelta en la pega, frente al computador o con el celular en mano, sosteniéndonos a duras penas. Pasaron cuatro días, pero bien pudieron ser veinte años a juzgar por la sensación que dejó el despertar de esta mañana. Levantarse después de un Dieciocho nunca ha sido fácil y en esta oportunidad no iba a ser la excepción.
Seguramente son varios los factores que pesan como toneladas para hacer estos retornos tan difíciles. En especial cuando se entra en la recta hacia el fin de año. Dos de esos suelen primar con especial fuerza tras las Fiestas Patrias: la comida y el alcohol, protagonistas indiscutidos de las reuniones que generalmente marcan su presencia de manera abundante en cada mesa, plato, vaso y rincón que haya disponible.
Como dice la psicóloga Camila Morales, en el contexto de estas celebraciones “la comida nos reúne como parte de nuestro carácter cultural”. Por lo mismo, es común que exista una predisposición a sobrepasar las señales de saciedad y pasarse de largo comiendo y tomando. “Es como cuando uno va a un matrimonio: si hay barra libre, probablemente tomes más de lo que tomarías si tuvieras que pagar por cada trago”, compara la también conductora del podcast Mujeres Comiendo.
Empanadas, choripanes, anticuchos, carnes varias, terremotos, cervezas, piscolas y cuánta cosa venga de por medio. La oferta dieciochera suele ser amplia, y abundantes suelen ser también las ganas de dejarse llevar por el goce. No es extraño, entonces, que pasadas las celebraciones nos sintamos demolidos, con la sensación de haber despertado un par de décadas más viejos, erráticos en los movimientos y con el cerebro tomándose unos minutos extra para procesar cada pensamiento.
Aparece también el sentimiento de culpa y los reproches por los excesos, los “no debí comer tanto”, y no falta el graciosito que tira la talla insidiosa: “estuvieron buenas las fiestas”, mientras se palmotea la panza.
Comer sin límites durante cuatro días puede implicar una subida de peso —menor, por cierto—, pero se debe principalmente a la retención de líquidos provocada por el alto consumo de grasas, sodio y azúcar. Así lo afirma la médica nutrióloga de adultos en la Clínica Dávila, Javiera Salvador, quien asegura además que entre todo lo que se suele ingerir en estas fechas, lo más perjudicial es el alcohol. “Sus metabolitos pueden permanecer incluso por varios días en el organismo de algunas personas, prolongando la sensación de caña o resaca”, dice Pye.
Ese malestar generalmente se ve exacerbado por el consumo de alimentos con alto contenido de sodio, como los embutidos, que perjudican la hidratación, haciéndonos terreno fértil para dolores de cabeza, sensaciones de mareo, sed o náuseas. Otras preparaciones típicas, como las empanadas, aportan un alto contenido de carbohidratos.
Sin embargo, lo último que debería preocuparte en estos momentos es tu peso. Por eso antes de que la culpabilidad te lleve por el camino de dietas y otras medidas efectistas para bajar los “kilitos ganados”, lee lo que las especialistas tienen para decirte respecto a éstas.

El (sobre) peso de la cultura
Comienza la primavera y con ella, los días comenzarán a tomar mayor temperatura. Atrás empieza a quedar la ropa de invierno y salen de la hibernación las prendas veraniegas. “Las personas empiezan a vestirse más ligeras, lo que hace que nuestros cuerpos estén más expuestos. Eso conlleva que estemos mucho más expuestos a comentarios inadecuados”, dice Camila Morales.
Probablemente esto y otras cosas más pasan por la cabeza de quienes hoy despertaron con un sentimiento de culpa respecto a lo comido y tomado durante el Dieciocho. Sin embargo, toda esta situación da cuenta de unas cuantas cuestiones que no sólo se malentienden sino que están completamente distorsionadas. Partamos, como dice Morales, con que “nadie debería hablar del cuerpo de otra persona”.
“Estamos inmersos en una sociedad peso-centrista”, dice Carolina Pye, nutricionista y docente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad de los Andes. Eso significa que prestamos demasiada atención a lo que indica la balanza cuando, en realidad, este no es el indicador más relevante del estado de salud de una persona.
“El peso es sólo una de las mediciones que podemos utilizar para evaluar el estado nutricional, pero no es el más importante. La circunferencia de cintura, el porcentaje de grasa corporal y varios indicadores bioquímicos —los cuales se deben evaluar en base a exámenes de sangre— son los necesarios para saber si una persona está ‘bien’”, agrega la nutricionista.
Javiera Salvador coincide en que el peso no puede ser el único dato a considerar: “Hay personas que tienen un peso normal para su estatura, pero que tienen un porcentaje de grasa alto, y eso es tan riesgoso como alguien que de acuerdo al peso tiene obesidad”, ejemplifica. Por esto, dice, es que “nuestro estado emocional no debería pasar por los kilos que pesamos”.
El problema es que sí lo hace. Para Camila Morales, tiene que ver con la estigmatización que existe a nivel cultural hacia las personas con mayor masa corporal. El problema, para quienes se preocupan de la balanza, es que no hay un parámetro que establezca con exactitud cuánto va a influir cierta cantidad de comida en el peso de una persona. “Hay estudios que se han hecho con mellizos que comen exactamente lo mismo por cierto periodo de tiempo y puede que uno termine gordo y uno flaco”, cuenta la psicóloga.
La fijación por el peso no ayuda en nada, sobre todo porque se trata de un indicador que se obtiene en relación al índice de masa corporal (IMC), un factor “creado en el siglo XIX, con un énfasis estadístico y que fue tomado por la industria farmacéutica para sus negocios”, dice Morales. Por eso, es mejor tener un tomador de presión que una balanza en casa. “Eso sí que indica si estás enfermo o no”.
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¿Por qué entonces insistimos en la fijación sobre el peso? “Porque estamos bombardeados de publicidad y cuerpos irreales en redes sociales, de ropas con tallas extra pequeñas y fotos llenas de filtros que nos muestran que para estar sanos y ser felices debemos adecuarnos a una cierta silueta”, responde Salvador.
“Hay todo un tema cultural, de que cuando perdemos peso o nos vemos más delgados la gente lo ve como algo positivo, hasta te felicitan. Pero a veces esas pérdidas de peso son por enfermedades graves, depresiones o trastornos de la conducta alimentaria que se pueden agudizar con ese tipo de comentarios. De nada sirve un peso normal o bajo si lo vamos a lograr a expensas de una dieta muy restrictiva o si pone en riesgo nuestra salud mental”.
“Los estudios avalan que es mucho peor para la salud vivir bajo el estigma y la culpa que vivir comiendo de una manera distinta a las señales de saciedad”, complementa Morales. Y, mientras se sigan sosteniendo estos discursos, “va a ser imposible sacarse la idea del peso de la cabeza”.

No a las dietas restrictivas
Hace más de diez años que dos investigadoras de la Universidad de California, Linda Bacon y Lucy Aphramor, cuestionan la efectividad de las dietas y sus supuestos, como la modificación de los hábitos alimenticios, el apegarse al ejercicio y otros cambios de comportamiento. En su estudio “La ciencia del peso: evaluando la evidencia para un cambio de paradigma”, sostienen que aunque estas medidas pueden llevar a la pérdida de peso en el corto plazo, la mayoría de las personas luego tienen problemas para mantener los resultados por largos períodos y no consiguen los “supuestos beneficios de una mejor morbilidad y mortalidad”.
En definitiva, Bacon y Aphramor aseguran que enfocarse en el peso no solo es ineficaz para “producir cuerpos más delgados y saludables”, sino que también puede tener consecuencias no deseadas, como potenciar la preocupación por la comida y el cuerpo, entrar en ciclos repetidos de pérdida y recuperación de peso o distraerse de otros objetivos de salud más amplios, incluso con el riesgo de desarrollar trastornos alimentarios. De paso, afectan el autoestima.
En reemplazo de esta vieja visión, Bacon y Aphramor optan por el enfoque que promueve el movimiento transdisciplinario Health at Every Size (HAES), que aboga por resultados neutrales en relación al peso, promoviendo la aceptación y respeto de la diversidad inherente de tamaños y formas corporales, rechazando la idealización y patologización de pesos específicos. “La salud existe en un continuo que varía con el tiempo y las circunstancias de cada individuo”, reza entre los principios expuestos en el sitio web del movimiento.
Las dietas restrictivas no funcionan: en eso coinciden todas nuestras entrevistadas. Incluso pueden generar efectos adversos, como aumentar más de peso a largo plazo. A ello se suma la frustración que puede provocar un esfuerzo que no trae los resultados que se buscan, más aún cuando muchas dietas y promotores de ellas ponen el acento en que la voluntad es clave para el éxito.
“He tenido un montón de pacientes que han hecho cosas terroríficas para bajar de peso y aún así no lo lograron”, cuenta Camila Morales. “Pensar que solo se trata de voluntad es eludir el contexto de cada persona: sus indicadores de salud, su composición corporal, su metabolismo, etc. Y lo lleva sólo a sus acciones. Pero tu peso es mucho más que lo que comes o quemas. Hay más de cien factores que pueden influir en él”, argumenta la psicóloga.
Para Javiera Salvador, el enfoque meritocrático que tienen algunos tipos de dieta es “reduccionista al extremo”. Dice que vivimos en un ambiente obesogénico: nos movemos en auto para todos lados, tenemos disponibilidad de comidas chatarra y ultra procesadas a tan solo un click, no tenemos tiempo para comprar alimentos frescos, menos para cocinarlos, y la inflación ha hecho que los alimentos saludables y naturales estén muy caros. Todo estos factores generan un círculo vicioso del que se hace difícil escapar.

Consejos post Fiestas Patrias
Después de todo esto, seguramente te preguntas: “y ahora, ¿qué?”. Sigues en tu lugar, trabajando, estudiando, con tus responsabilidades y teniendo que lidiar con el malestar físico y mental que dejó la gran marejada del fin de semana. Como sugiere Carolina Pye, primero hay que “tomarlo con calma: toda situación de exceso es reversible”. Si consideras que lo que más está retenido en tu organismo es líquido, habría que partir por deshacerse lo que sobre de éste.
En estos días, lo ideal es “retomar la alimentación habitual, consumiendo preferentemente preparaciones basadas en verduras y tomar harta agua. Eso ayudará a nuestros reales órganos detox: los riñones y el hígado, que eliminan las sustancias consumidas en exceso”, dice Pye.
Javiera Salvador agrega el consumo de frutas y proteínas, “pero ojalá carnes blancas o pescado”. Si sueles hacer ejercicio, deberías retomar esas actividades, pero si no lo acostumbras, puedes optar por caminatas de media hora por el barrio.
Camila Morales pone acento en no fijarse en el peso porque, además de lo ya explicado, éste tiende a fluctuar durante el día: “No pesas lo mismo en la mañana que en la tarde”. En cambio, propone comenzar a escuchar más a las señales de saciedad del cuerpo. “Desde cuántas veces vas al baño, a si la bebida te está quitando la sed o no, etc. Son mucho más relevantes para pasar estas fechas sin problemas”.
Por otro lado, dice, es importante pensar que el Dieciocho es una parte mínima de la alimentación: “fueron cuatro días de 365 que tiene el año”. Difícilmente alguien va a mantener el nivel de alimentación que se tuvo este fin de semana. Entonces, ¿por qué va a ser un problema? “Es como desvelarse una noche, no es un trastorno si solo es ocasional”.
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