Hoy versus mañana en Latinoamérica

FOTO: DEDVI MISSENE

"Sin duda el impacto de la crisis ha sido severo, y los gobiernos latinoamericanos mantienen un importante dilema: mantener un equilibrio adecuado entre “el hoy” y “el mañana”, puesto que las mayores presiones fiscales que hoy se viven posiblemente deban ser costeadas por los más jóvenes, e incluso por quienes aún ni siquiera nacen".


No cabe duda de que el impacto sanitario y humano de la pandemia en la región ha sido enorme. Ante eso, los gobiernos de Latinoamérica han impulsado una serie de medidas para contener el daño multidimensional que ha ocurrido.

Junto con políticas monetarias y fiscales muy expansivas, posiblemente el año 2021 sea un año de recuperación potente en lo económico, aunque quedarán aun secuelas en el aspecto social y pobreza. Lo anterior se ha visto amplificado por la alta proporción de trabajo informal. De este modo, se hace necesario que los gobiernos utilicen las herramientas que tienen a disposición para asegurar que no solo este, sino los próximos años sean relativamente buenos.

Ante eso, uno de los principales dilemas que se encuentra en este momento es la magnitud del gasto público que se va a mantener, puesto que ambos tienen implicancias distintas que tarde o temprano pueden afectar el bienestar de la población debido al deterioro económico.

Por una parte, un gobierno demasiado expansivo posiblemente genere un crecimiento positivo en el corto plazo, a costa de deteriorar sus cuentas fiscales. El deterioro de estas lleva a mayores problemas en el mediano plazo, entre los que destacan el menor espacio para realizar ayudas en casos excepcionales (como fue la actual pandemia) y también costos de endeudamiento más altos asociado a una mayor percepción de riesgo país y eventualmente una rebaja en las clasificaciones de riesgo.

Todos los elementos anteriores generan un deterioro en la inversión extranjera, menor empleo y por ende, menor bienestar. Usualmente, también conlleva un círculo vicioso, puesto que el menor crecimiento hace caer los ingresos fiscales, lo que deteriora aún más el déficit. En general, en cuestión de años los países requieren dolorosas políticas de estabilización para volver a la senda, una vez que se descarrilan. Desde el punto de vista externo, también se experimenta una fuerte volatilidad del tipo de cambio y se ve afectada la competitividad internacional.

Por otra parte, un gobierno demasiado austero también tendrá un problema puesto que, si bien mantendrá cuentas fiscales relativamente sanas, el hecho de que no se generen políticas de apoyo a la población, especialmente en empleo y soporte a las empresas, puede provocar que los daños adquieran un tono más permanente. Adicionalmente, también puede hacer que el malestar social de la población aumente, lo que no es deseable para ningún país.

En la actualidad, hay dos ejemplos muy claros. En el primer caso, a pesar de su restringido espacio fiscal, Brasil fue una de las economías que más impulso gubernamental dio durante el 2020 y continúa entregando el presente año, lo que lo ubica como una de las economías con mejores perspectivas de crecimiento hacia 2021 en la región. Si bien una serie de factores positivos, entre los que se encuentran resultados fiscales mejores a lo esperado provocados por los mayores ingresos, han aliviado las preocupaciones en la actualidad.

Sin embargo, no cabe duda de que Brasil requiere reformas estructurales significativas que no bastarán con las que actualmente se encuentran en discusión, debido a que su reforma tributaria es más bien neutra y junto con la reforma administrativa apuntan a una simplificación del sistema tributario.

El caso opuesto es México. Siendo muy curioso en el caso de un gobernante populista, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador fue el más austero de la región durante la crisis del COVID, gastando solo en torno a 1% del PIB en ayudas, lo que contrasta con el 6% del PIB que gastaron en promedio los países emergentes.

En este caso, las bajas ayudas fiscales han provocado que ciertos daños pasen a tener un carácter más permanente debido al deterioro en ciertas estructurales claves, por ejemplo, la red eléctrica y la falta de mantención en infraestructura básica. Aquello siembra malas bases para el crecimiento de los próximos años. A su vez, el crecimiento bajo hace que la recaudación tributaria sea menor, lo que eventualmente también podría afectar negativamente al entorno fiscal.

En conclusión, sin duda el impacto de la crisis ha sido severo, y los gobiernos latinoamericanos mantienen un importante dilema: mantener un equilibrio adecuado entre “el hoy” y “el mañana”, puesto que las mayores presiones fiscales que hoy se viven posiblemente deban ser costeadas por los más jóvenes, e incluso por quienes aún ni siquiera nacen.

No obstante, hay que considerar que ajeno a este dilema, las perspectivas hoy son positivas. El impulso externo dado por el crecimiento de Estados Unidos y China, junto con un mejor precio de las materias primas, en especial el petróleo, definitivamente ayudará tanto a Brasil como México en su condición de exportadores netos. Las perspectivas para este último son bastante positivas y podrían aliviar bastante la carga asociada al gobierno, sosteniendo la pesada mochila que llevan los gobiernos.

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