Una nueva reforma tributaria

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La reforma tributaria de 2014 recién se terminó de implementar este año y ya hay vientos de cambio. Aún no se conoce la propuesta, pero me atrevo a proponer algunos cambios.

Una buena política tributaria utiliza impuestos que tienen retención en la fuente, ya que ello disminuye la evasión y reduce los costos de fiscalización y administración tributaria. El impuesto a las utilidades de las empresas debe jugar precisamente el rol de retención del impuesto al ingreso de las personas, por eso es que la integración del impuesto a las empresas con el de las personas es preferible y volver a 100% de integración es una buena idea que, además, genera equidad tributaria horizontal.

Un segundo cambio se refiere a los incentivos al ahorro y la inversión. Antes de la reforma las utilidades que se reinvertían pagaban, en general, menos impuestos que las que se retiraban. Esto incentiva la inversión y había muchas empresas que efectivamente financiaban sus inversiones con utilidades propias en vez de hacerlo con deuda. Sin embargo, este sistema también se usó masivamente para evadir y eludir impuestos.

La reforma del 2014 eliminó el FUT, lo cual redujo ese espacio de elusión y evasión, pero no se introdujeron incentivos a la inversión. Un primer incentivo que habría que incorporar, basado en teoría económica y evidencia empírica, es la depreciación instantánea. La depreciación instantánea implica que, para efectos tributarios, cuando una empresa compra una máquina, el 100% de su valor se descuenta como gasto en el momento de la compra y no a lo largo de varios años. Actualmente, cuando una empresa invierte en capacitar a sus trabajadores, ese gasto se reconoce completamente en forma inmediata, precisamente lo que hoy no ocurre con el capital físico y la depreciación instantánea igualaría tributariamente las cosas. Un segundo incentivo tributario que se podría incorporar es un sistema ACE (Allowance for Corporate Equity) para empresas, el cual permite deducir del impuesto a las utilidades una tasa de retorno libre de riesgo para el capital sobre las utilidades reinvertidas. Se puede implementar fácilmente en el actual impuesto de primera categoría, incorporando una deducción equivalente a la tasa de un bono en UF a 10 años del Banco Central de Chile. Este sistema, además, elimina la actual distorsión existente en el financiamiento de las inversiones, ya que los intereses de deudas son deducibles de impuestos, mientras que el financiamiento con utilidades propias no lo es, lo cual incentiva el uso de deuda sobre capital.

Estos cambios generan una reducción en la recaudación tributaria, y si se quiere mantenerla constante hay que compensar de alguna forma. Una primera compensación debería venir de subir el impuesto al diésel a 6 UTM para igualarlo al de las gasolinas. El impuesto a los combustibles es un impuesto óptimo que permite reducir externalidades negativas como contaminación, congestión y accidentes de tránsito. No existen razones técnicas que justifiquen una tasa menor para el diésel. Una segunda compensación debería provenir de eliminar exenciones y regímenes especiales que no tienen justificación y generan espacios de elusión. Específicamente, se debería eliminar la renta presunta, la exención de IVA a la construcción y la exención de impuesto a las ganancias de capital por acciones con alta presencia bursátil.

Estoy convencido de que estos cambios simplificarían el sistema tributario, mejorarían la equidad horizontal y pondrían los incentivos correctos a la inversión.

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