La ciudad y los perros

perros

Al mejor amigo del hombre lo podemos comprar, adoptar y abandonar. Lo escogemos o él nos escoge, pero siempre en consonancia con la responsabilidad de lo que implica.

De cachorro o ya crecido, son muchos quienes sostienen que estas mascotas absorben parte de nuestra personalidad y la adaptan a su conducta. Muestran, en todo caso, cierto reflejo de sus dueños, el que también se puede percibir por la raza que estos exhiben cuando son paseados por las calles. Las razas son numerosas y los cruces entre ellas infinitas, teniendo como resultado, dentro de nuestro territorio nacional, al "Quilterrier Chillensis" o más conocido como "Quiltro".

A estos los encontramos en cada esquina, y vaya que en nuestro país abundan. Son grandes, chicos, negros, blancos, caramelo, pimienta y con kétchup, sobre todo los que viven al alero de los carritos de comidas al paso, cumpliendo estrictamente el horario de trabajo para no perder el terreno ante los demás de su misma especie. Son muy diferentes, pero los reconocemos inmediatamente. Son querendones y educados. Cruzan por el paso de cebra y esperan la luz verde de peatón para hacerlo.

Pero sincerémonos, los tenemos relegados a un imaginario que los convierte en publicidades, historias, virales y héroes, en algunos casos. Son pocos, y va en aumento felizmente, los que adoptan a esta genuina expresión de la raza chilena, tan diferentes como nosotros. Otros preferimos irnos a la segura y optar por los chicos, medianos o grandes; bonitos y muy bonitos; de raza foránea, aunque sufran con nuestros climas; peludos, con poco pelo y hasta hipoalergénicos. En fin, los escogemos y se suman también a eso que nos gusta mostrar para adquirir distinción, sumado al auto, casa, ropa, colegios, etc.

El premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, cuando comenta su novela publicada en 1963 y titulada igual que esta columna, La Ciudad y los Perros, hace referencia a lo que significaba aquel colegio militar de la capital peruana, escenario principal de su narración, para su reflexión, madurez y literatura.

El escritor encontró en aquel colegio, un país, y en sus compañeros de colegio, un ejemplar de cada región, provincia y cultura del muy heterogéneo Perú. Descubre en los perros -como se les llama a los cadetes de instituciones militares- a una amplia variedad de "quiltros", traducido al peruano como "chuscos".

Descubre, el autor y el personaje protagónico, una realidad revelada que le permite verse y ver a quienes los rodea. Descubre de sí mismo, que tiene un tatuaje debajo de una de sus orejas, con un código que lo identifica como una especie original de la aristocracia peruana, en otras palabras, tiene "pedigree".

Observa a otros con algún tipo de semejanza a él mismo, tal vez de padre campeón, pero con madre sin linaje conocido, o viceversa, pero que no lo hace acreedor de la marca de pureza. También reconoce una gran mayoría mestiza, abandonada a su suerte, sin suerte y en busca de suerte, desplazada de su origen y con una culpa heredada, de generación en generación, por simplemente nacer donde nació, como nació y de quién nació.

La historia de Vargas Llosa forma parte de las obras contenidas en lo que se conoce como el "boom latinoamericano", que, acompañada de otros reconocidos autores y títulos, hacen explotar una bomba de realidad, desde la ficción literaria y la élite cultural, sobre los problemas sociales de la América Latina de la segunda mitad del siglo XX.

Una historia similar, pienso yo, leímos desde octubre en este "boom chileno", que nos explotó mirando la ciudad y los perros. Una crónica de una historia anunciada, haciendo memorias del subdesarrollo y llorando los recuerdos del porvenir. Un lugar sin límite, espacial y temporal.

Un boom que a la fuerza nos hizo mirarnos, conocernos, defendernos y asustarnos. Un boom que toca lo más profundo de la élite cultural y le toma examen sobre sí mismo y el rol jugado en esta generación que exige cambios a velocidades 4G; con marcados rechazos entre las razas que escogemos en locales comerciales, a las de esas "nueve tiendas súper top" y a las que abundamos bajo un techito de tela, comiendo sopaipillas en una lluvia que tampoco llegó.

Este boom, quiera quien quiera, debiera transformarse de estruendo en armonía. Quiera la élite cultural, no a manera de tatuaje bajo la oreja, -no en su propio "Mundo para Jullius"- sino en una consecuente toma de sus responsabilidades sociales; no se ocupe de los bandos, para los bandos y contra los del otro bando, sino de nosotros los "quiltros" que esperamos más que las migajas que caen de sus tertulias alturadas.

Una deuda más, pero posible de pagar y esperemos a cada vez más.

Por el sueño de un país con mejor educación, amor a su historia y valor por sus quiltros.

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